En su novela hay rasgos de pulp fiction y guiños que remiten al grupo Duran Duran. Pero está ambientada en la Buenos Aires de fines del siglo XIX, con referencias a la corrupción y al fraude.
Por Silvina Friera
La remera es sencilla, pero sobre el fondo blanco resalta la frase “Fabbricanti di illusioni”. Cuando Leonardo Oyola entra al bar, esquiva las miradas de los curiosos, que acaso sospechen que es un mago o un artista de circo. El escritor sabe de magia, alquimia e ilusionismo –y si improvisa lo disimula con oficio– como para mezclar en su primer libro, Siete y el Tigre Harapiento (Gárgola), la violencia pulp fiction a lo Quentin Tarantino, con títulos de discos y fragmentos de letras de Duran Duran, que dicen el Inspector Vals y el famoso tigre en cuestión, cuyo nombre es Simon Le Bon, como el cantante de la banda inglesa. Y si semejante mixtura no resulta suficiente, esta novela policial –que obtuvo la tercera mención en la edición del Premio Clarín 2004– está ambientada en Buenos Aires, en 1897, cuando la política era sinónimo de fraude y delito.
La historia comienza con una serie de crímenes brutales, con mutilaciones de miembros, y un asesino que va dejando una estela de inscripciones post mortem, cerca de los cadáveres: “silencio”, “más respeto” y “un pacto”. Aunque todos los caminos conducen a una banda, La Orquesta del Tigre Harapiento –matones a sueldo del candidato presidencial Julio A. Roca–, la policía no quiere meterse con tipos pesados.Cada uno de los trece capítulos de la novela están titulados con los temas del álbum de bodas de Duran Duran (Demasiada información, Mundo ordinario y Amor Vudú, entre otros).
“Sería necio soslayar la influencia que tienen el cine, la televisión y la música para nuestra generación”, dice Oyola en la entrevista con Página/12. “A mí me gustaban mucho los videoclips; en mi época sólo estaba Música total, que era la versión vernácula de MTV, y los videos que pasaban de Duran Duran los hacía un director de cine, y en este aspecto marcaron tendencia. La rompieron porque estaban manejando un lenguaje –subraya el escritor, que se formó en el taller de Alberto Laiseca–. Trato de que lo que escribo tenga ritmo, aunque no sé nada de música.”
–¿Un escritor es un “fabricante de ilusiones”, como dice en su remera?
–Cuando me pongo a trabajar tengo que creer primero en el mundo del que estoy escribiendo, y mi formación en Ciencias de la Comunicación me sirve porque me gusta mucho investigar. Tiene que ser verosímil la mentira que escribo. Soy un escritor de género, y sé que un libro mío no le va a cambiar la vida a nadie. Si alguien lee Siete & el Tigre Harapiento, le parece entretenida y la disfruta, estoy satisfecho.
–¿Por qué eligió situar la historia a fines del siglo XIX?
–Me gusta situarme en el pasado porque hay cosas que linkean con la actualidad. Tenía el tema de la historia y quería ver en qué momento ubicarlo. Como me interesaba también incorporar las elecciones fraudulentas, sabía que debía ser antes de 1912, en el advenimiento de la segunda presidencia de Roca.
–En los diálogos entre los personajes aparecen muchas alusiones a Alem, Mitre y Roca. ¿Qué función cumplen estas referencias políticas y cómo las conecta con el presente?
–Quería lograr esa cotidianidad que tenemos nosotros, que podemos sentarnos en un bar y hablar de cómo Cristina (Fernández) le ganó a Chiche (Duhalde) en la provincia, jugando de visitante. Esas referencias también servían para despistar al lector respecto de la identidad del asesino, pero fundamentalmente buscaba que hubiera diálogos verosímiles sobre la época. La conexión entre el pasado y el presente está dada por una suerte de corrupción consensuada. La mayoría de la gente que habla de política se ríe y dice: “Uy, sí, era sabido”. En una parte de la novela señalo que el Tigre Harapiento es una especie que no desaparece, y que mejor no metersecon ese tipo. Cierro la novela con una elección fraudulenta, cuando tranquilamente podría haber terminado con el duelo entre Vals y El tigre Harapiento. Tengo un desencanto muy fuerte con la política, me da mucho miedo, y no me sentaría a tomar un café con un político. En el conurbano, donde vivo, el apriete físico sigue vigente; acá es más verbal, pero los dos te erizan los pelos de los brazos y te hacen correr sudor frío por la espalda.
–¿Investigó crímenes de la época?
–Sí, el crimen de Tomás Sambrice, el pibe que baleó a Roca a la salida de su despacho del Ministerio del Interior, por considerarlo el responsable absoluto de la miseria del país. Ese fue un atentado verdadero, Roca lo perdonó en público, pero después al pibe lo mataron. No creo que por cuenta propia un chico de 14 años haya ido a pegarle un tiro al “Zorro”. ¿Quién le dio un revólver? ¿La oposición, alguien del poder? No sé... son cosas muy turbias de las que nunca conoceremos la verdad, pero que te ponen la piel de gallina, por más que hayan pasado hace 100 años.
–Quizás el hecho de escribir ambientando sus historias en el pasado, le permita meter su visión sobre la política, sin que esté limitada por los acontecimientos del presente.
–Sí, es verdad, aunque sea en un nivel inconsciente. Soy más jugado en ese aspecto, mirando atrás. Un presidente que llega por elecciones fraudulentas no es bueno para ningún país, ni mucho menos para el pueblo.
–Una duda: ya que juega con tantas referencias de Duran Duran. ¿Por qué no tituló su novela Mundo ordinario?
–No lo había pensado, y no hubiera estado mal ponerle ese título. Quedó El Tigre Harapiento porque hacia el final un personaje dice: “Mis muertos van a ser siete y el Tigre Harapiento”. Cuando lo estaba leyendo en el taller, Laiseca empezó a gritar: “Hágalo mierda Tigre a ese hijo de puta”. Quizá privilegio más el hecho de que es un policial, y no quiero que sea considerado un libro para denunciar la corrupción de la época.
Publicado en el diario Página 12, el sábado 4 de febrero de 2006.
sábado, 4 de febrero de 2006
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