martes, 28 de febrero de 2012

Una crónica sobre el destierro


El Faisán es uno de los siete miembros de la banda de Nafta Súper. Y cualquiera que lo conozca, si tiene dos dedos de frente, sabe que hay que tomar muy en serio lo que dice. Por eso, para dejar las cosas claras de entrada, voy a comenzar compartiendo una advertencia del Faisán que está casi al final de la historia que firma Oyola:

-Cuéntenla como quieran. Que somos dioses, que somos hombres, que somos buenos, que somos malos… Pero que se entienda que no somos fantasía. Que somos realidad. Y que aunque busquen copiarnos nosotros no andamos en pose porque somos los originales. Somos auténticos, man. Doña: nosotros somos de verdad.

Nosotros somos de verdad, dice El Faisán. Y yo no voy a andar contradiciéndolo. Así que lo primero que he de aclarar es que Kryptonita NO es una novela, imposible que se trate de ficción. Porque si sus personajes son de verdad, ha de ser que esta historia de Oyola está más cerca de ser una crónica, un relato aún vivo que interroga al presente.

El mismo autor reconoció que a él le gustan los tipos de acción, que les prestó a estos siete criminales sus propias anécdotas. Y en la tradición de Walsh, ellos son fusilados que viven, rompiendo la norma, para que Oyola hable cosas que callan otros cronistas y medios. Entonces, Kryptonita es también denuncia, reclama una discusión sobre nuestras ideas sobre justicia y violencia.

Entramos a la historia de la mano del Doctor González, o el Tordo, como lo llamarán los amigos de Nafta Súper. El hombre trabaja como nochero en el hospital Paroissien. Significa que, por izquierda, 72 horas seguidas, cubre los turnos de cinco clínicos que tendrían que estar de guardia, pero vaquean un sueldo para este médico desterrado. Después de esas 72 horas, el Tordo sólo desea sopa de alprazolam 10 miligramos, ensalada de duxetil y que el desmayo le dure 48 horas seguidas. Sabe que “Ser nochero es perjudicial para la salud. Y ejercer este servicio más de dos veces al mes es un suicidio.”

Y reconoce, también, que “a un pibe chorro es difícil que en una guardia lo salven. Con un pibe chorro, de puertas para adentro, no se utiliza el cardiorresucitador. Y mucho menos se le pone un respirador. Si llega así, solo, entra vivo y sale muerto”.

A su camilla llega moribundo Nafta Súper, el Pinino para los amigos de La Matanza. Pero no está solo. Trae consigo a Juan Raro, Lady Di, el Faisán, la Cuñataí Güirá, Ráfaga, el Federico y el perro Miguel, versiones alternativas de superhéroes.  

“¿Me dijo que lo que le sacó del costado fue un pedazo de vidrio verde? Qué loco, Tordo. Qué loco”, le dice Ráfaga al Dr. González. Y así, mientras la bonaerense rodea el hospital y ellos esperan que el Pinino se salve, irán narrando como: “Primero fuimos amigos. Después una banda. Ahora somos familia. Y vamos a morir así: como una familia. / Como hermanos. / Hermanos abrazados. / Hermanos en armas”.

Con un lenguaje habitado por onomatopeyas y lunfardo, que no cae en los clichés, los amigos se pasean por la historia de una vida compartida, desde la infancia a los enfrentamientos con la banda del Pelado, que está con la bonaerense; desde cómo los giles lo apuran al Pinino para sacar chapa de guapos hasta eso en lo que los siete hacen Alcoyana – Alcoyana: ir a bailar. “Y más cuando el dancin se hace en la villa. En cualquier villa”, dirá Ráfaga.

Nafta Súper nunca habla, sino a través de sus amigos, con quienes educan “a la gente en que nada les pertenece. Todo pasa.” Son, quizás, una generación de héroes derruidos que llegaron tarde al sálvese quien pueda y reman entre todos para que al menos uno se salve. Por eso las palabras, como un puente; quizás incluso como un testamento. Porque con la esperanza no basta.

Lady Di, esa mujer maravillosa que antes se llamaba Daniel, le explica al Tordo que ella también confundía tener esperanza con tener fe: “Tener esperanza es desear que pase algo. Tener fe es darnos una oportunidad, darnos amor, darnos una vida”. Y para que no queden dudas, el jueves Oyola habló de “fe en el que tienen al lado”, para ir de frente y aguantar, para llegar juntos y vivos a la salida del sol.

Finalmente, Oyola también dijo en alguna entrevista que “en tu prontuario tenés que tener algo inclasificable, bochornoso, pero que fue parte de tu momento” y que en algún punto la kryptonita también es eso, “no quedarse atado al lugar de donde venís pero en donde no querés estar”.
Por eso, se me ocurre que quizás Kryptonita sea una crónica sobre el destierro; como el del Tordo ejerciendo una vocación que le fue vedada, como el de este Superman que sólo puede llamar casa a un abrazo.

Y ahora, para hundirme de cabeza en el bochorno, iré más allá y diré: Kryptonita no es una novela y tampoco es una crónica, sino una silla. Kryptonita es ésta silla: argentinita, popular, necesaria. E indudablemente bella, por verdadera y por incómoda. Porque nos aguanta mientras escribimos o leemos, pero después nos obliga a sacar el culo de ella e ir al encuentro de la calle, que según el Faisán, es donde está la verdad.


Leído por Rocío Navarro, Mujer Maravilla Chaqueña, en la presentación de la Feria del Libro del Chaco de KRYPTONITA.

lunes, 27 de febrero de 2012

El gran héroe americano

Supongo que a todos nos pasa, a todos aquellos que somos gente, digamos, ordinaria. Nos pasa, digo, que de chicos soñamos con ser súper héroes. Yo tenía cinco años, como mucho seis, cuando vi por televisión al “Gran Héroe Americano”. Así se llamaba la serie: “El gran héroe americano”, o simplemente El Gran Héroe. Se trataba, la serie, de un muchacho común y corriente, profesor de alumnos con problemas de conducta. Una asignatura, como mínimo, odiosa. Un profe que usaba aquellos trajes amarronados con parches en los codos, muy cara de nabo además, que una noche cualquiera, no tiene mejor ocurrencia que llevar a sus alumnos —en un gesto muy ingenuo, muy bien pensante, progre y comedido (todo lo progre que puede ser un yanqui en los años de Reagan)—, no tiene mejor ocurrencia, decía, que llevar a sus alumnos a una excursión al desierto, porque el pobre cree que así les está brindando a sus alumnos otras opciones, otras posibilidades. 

Pero allí, en el desierto, el profe se topará, como nos ha ocurrido a todos alguna vez, con un platillo volador. La diferencia con nosotros, está en que los extraterrestres que ocupaban aquel platillo le darán al profe un traje, un auténtico traje de súper héroe con poderes especiales y con la misión simplísima de solucionar los problemas del mundo. Era un traje de color rojo, con capa negra y con un símbolo muy raro en el pecho, un símbolo medio religioso parecía. Y traía, también el traje, un manual de instrucciones. Manual que nuestro gran héroe no tardaría en perder y que desembocaría en la razón de ser, en el chiste, de la serie. Porque sin ese manual nuestro héroe se convertía lisa y llanamente en un gran antihéroe. Y como todos sabemos, los antihéroes son los mejores héroes. Ahí estaba entonces El Gran Antihéroe Americano, con un traje plagado de poderes que no sabía manejar. Era mi ídolo. Yo me ponía una polera roja, un cancan rojo de mi hermana y le agregaba la pollera de gimnasia, también de mi hermana, que me prendía al cuello a modo de capa. A los cinco años, además, yo tenía rulos, igual que El Gran Héroe Americano, que era rubio. Yo me sentía la expresión argentina de aquel heroísmo. Vestido así pasé jornadas gloriosas, con el único y feliz acto heroico de soportar el ridículo con la frente en alto. Pero cuando uno es niño la cosa es distinta. Cuando uno es niño, el ridículo es casi un mandato. El problema nos viene de grandes: nos ponemos más estúpidos, más prejuiciosos, y no nos permitimos ver la grandeza de un hombre envuelto en un traje de súper héroe. Nos creemos vivos. Nos burlamos. Perdemos la fe.

Leonardo Oyola, podemos comprobarlo con leer un par de sus novelas, es un hombre de mucha fe. Un hombre dispuesto a ponerse el traje y salir a luchar por la justicia. Pocos hombres, y muchos menos escritores, son capaces de semejante proeza.

Kryptonita, la novela que hoy presentamos, nace, para mí, de dos ideas, dos disparadores grandiosos: por un lado, la figura del nochero: una especie de médico de segunda, marginal, condenado a cubrir —en un hospital sucio y gris del conurbano bonaerense— las horas de guardia de otros médicos más afortunados y más garcas que él —podríamos preguntarnos, de paso, si este médico, el nochero, no sería igual de garca de poder revertir los papeles; seguro que sí, pero por eso mismo resulta un personaje notable. En todo caso, no debería importarnos. Un médico además, nuestro nochero amigo, que para resistir la tremenda carga horaria que supone cubrir a otros médicos, no tiene más remedio que empastarse hasta las orejas, de drogarse como chivo quiero decir.

Y por otra parte, junto con la del nochero, está la figura, el personaje que nos ha traído hasta aquí: que es ni más ni menos que el mismísimo Superman. Supongo que todos saben quién es Superman. Bueno, lo que hace Oyola con Superman, me vengo a enterar, constituye algo así como un recurso literario, o narrativo, llamado “Elseworlds” (que para los ignorantes de aquí, o para quienes mi pronunciación del idioma inglés resulta poco satisfactoria, significa “otros mundos”), un recurso que podría resumirse ramplonamente con este planteo: ¿qué hubiera pasado si en vez de esto, ocurría esto otro? Qué hace Oyola. Pues bien, hace lo siguiente: nos dice, miren qué hubiera pasado si en vez de caer en Smalville, Kansas, corazón del Imperio norteamericano, Superman hubiese caído en el corazón del conurbano bonaerense. Podría haber tenido dos opciones, digo yo: formar parte del plantel de asesinos y torturadores de la Policía de la Provincia, bajo las órdenes del ministro, ponele, Casal… o… convertirse en Pinino, alias Nafta Súper, líder de la banda delictiva más disparatada, poderosa, leal y tierna que haya dado la literatura argentina: una liga de la justicia integrada por Lady Dy (una versión travesti, más bella y más erótica de la Mujer Maravilla), Ráfaga (quién otro sino el colorado Flash), Faisán (Linterna Verde) y El señor de la Noche (el siempre enigmático Batman), los auténticos Superamigos. También están Juan Raro y la Cuñataí Güirá, pero mis escasos conocimientos del cómic no me alcanzan para saber quiénes fueron en otra vida, en otra geografía.


Lo cierto es que nuestro pobre nochero, que asume la voz narradora en esta novela breve e inabarcable —y hay que atender a esto de “inabarcable”—, se verá de pronto, justo cuando sus horas de guardia acariciaban su final, se verá, decía, envuelto en la misión más alucinada que médico alguno podría esperar: mantener con vida al hombre de acero, al gran Pinino. Herido a traición por el Pelado, herido con el verde vidrio del envase de una Heineken (nuestra kryptonita) clavado en su costado, nuestro héroe será llevado por el grupo de superamigos hasta el hospital donde, como bien dije, encontrarán como posible único salvador, al nochero. Lo que ocurra en ese hospital durante esa madrugada desaforada repleta de los mejores antihéroes —como era mi querido Gran Héroe Americano—, con guiños, tics, gestos que van de Carozo y Narizota a los lentos ochentosos, será una hermosa mescolanza ultra pop. Narración pura y libertaria.

Pero de todo aquello que podemos hablar hasta el cansancio sobre Kryptonita, lo que a mí más me ha conmovido, es, si se quiere, el carozo de la cuestión —que no Carozo y Narizota: como todos sabemos, el único elemento capaz de hacer mella en Superman es, precisamente, la kryptonita, los pedazos del planeta Kryptón que han caído a la Tierra junto con el héroe máximo. Es decir, son pedazos de su hogar, de su casa, lo único que puede destruirlo. Irse de casa como única salida, como única manera de sobrevivir. Al querido Pinino, al entrañable Nafta Súper, no le quedará más remedio que abandonar el barrio, la esquina, para poder, al fin, volar.

Hace unos días, el inefable y malquerido Salvador Bilardo, dijo en una entrevista que Messi, Lionel Messi, no es otro que Superman. No está para nada errado Bilardo, aunque es de suponer que lo usó en otro sentido. Cuentan que Messi, para poder ser Messi, para poder ser el Superman que vemos cada semana haciendo estragos en el fútbol español, no tuvo más remedio que irse del país, de la Argentina —de su hogar, podría decir si quisiera ponerme solemne; pero no quiero—, porque aquí —en plena crisis de 2001/2002— no había quien pudiera bancarle el tratamiento médico que le ayudaría a robustecer su cuerpo. Esa necesaria partida, como no podía ser de otra manera, se ha constituido en un arma de doble filo. En ningún lado Messi es tan vulnerable como en su propia casa. En ningún lado se maltrata tanto a Superman como en Argentina. Ahí están, Messi, embolado en el Monumental, y en el otro extremo Pinino, agonizando en un hospital mugriento del Conurbano. Por suerte, aunque a nuestros héroes les cueste tanto quedarse en casa, nos queda a nosotros el consuelo de Oyola y de la narrativa fiestera y arrolladora de Kryptonita, para calzarnos el traje una vez más, sin manual de instrucciones, y salir a volar como sólo es capaz de hacerlo un nochero drogado.


Leído generosamente -y con mucho histrionismo- por el súper-amigo Mariano Quirós en la presentación de la novela en la 12da. Feria del Libro de Chaco.

miércoles, 22 de febrero de 2012

¡Three amigos!

Mañana, jueves 23 a las 20 y en la Feria del Libro de la provincia de Chaco, Mesa redonda: "Lo que mata de las balas es la velocidad", Guillermo Saccomanno - Leonardo Oyola - Miguel Ángel Molfino. Casa de las culturas - Auditorio "Aledo Luis Meloni"

lunes, 20 de febrero de 2012

Crisis #8


...su escritura está enquistada en la dimensión oral y registra el murmullo de la ciudad como un grabador estridente y leal:entre un payador urbano y un lanzador de satoris japoneses, vale la pena escucharlo en cualquiera de los ciclos de lectura en vivo donde con frecuencia es invitado...


Ideas para entrarle a la ética de los bandidos suburbanos.
En la revista Crisis #8 Hernán Vanoli escribe una excelente nota sobre lo que hago en mis novelas y cuando salgo a leer.

domingo, 12 de febrero de 2012

Trazar un mapa de la literatura nerd

...A la dinastía de escritores con resonancias en la ciencia ficción más establecidos, como Marcelo Cohen o César Aira, se han ido sumando voces como las de Oliverio Coelho con novelas como Los invertebrables (Beatriz Viterbo), Juan Terranova con El vampiro argentino –recién editada en España por Lengua de Trapo– y Leonardo Oyola con la exitosa Kryptonita (Mondadori)...


martes, 7 de febrero de 2012

sábado, 4 de febrero de 2012

Entrevista en NI A PALOS


¿Qué hubiera pasado si Superman en lugar de caer con su nave en Smallville, Kansas, lo hubiera hecho en un baldío de Rafael Castillo? Y cómo sería su destino si en lugar de ser educado en la estricta moralina norteamericana se hubiera hecho hombre haciendo equina en un barrio de La Matanza?
Una posible respuesta es Nafta Súper, el héroe conurbano y protagonista de esa maravillosa ucronía que es KRYPTONITA, la notable última novela de Leonardo Oyola publicada hace unos meses.
Una tardecita de este enero nos encontramos con él en un barcito para hablar sobre este universo tan peculiar de su literatura que lo ha convertido en uno de los más interesante narradores de su generación.
Por Zappa
¿Por qué sos escritor?
No sé, qué se yo, salió por haber ido a un taller, en realidad al único que fui que fue el del maestro Laiseca. Eso fue entre 2003 y 2007, ahí escribí mis primeras tres novelas. Y así fue saliendo, de los ejercicios que él nos daba, de ponerle un poco más de garra a algunos cuentos, y después cuando salió la idea de la primera novela. Es como que de a poco te ibas sintiendo cada vez más sólido en el oficio, y después es como que vas prescindiendo de algunas cosas y te vas enganchando más en la escritura.
Vos en 2003 tenías 30 años, ¿antes qué habías hecho? ¿Escribías?
Yo tengo una formación académica como Licenciado en Ciencias de la Comunicación, y mi primer contacto con la escritura fue como periodista escribiendo crítica de cine. En el 2001, ese laburo se perdió. A mí siempre me había gustado mucho estudiar pero no quería volver a la instancia de exámenes y finales y toda esa historieta. Y había un muchacho con el que yo trabajaba que siempre me decía que mis críticas de cine eran muy literarias, y me preguntaba siempre si yo no había escrito ficción. Y le decía que no, y él me hinchaba para que fuéramos a un taller, pero yo tenía ese prurito con los talleres, creo que un poco por el estereotipo que hay sobre los talleres como lugares en donde las devoluciones de lo que vos escribís son muy zarpadas, y te dan leña. Y la verdad es que cuando llegué a lo de Laiseca me sentí muy a gusto. Yo lo había visto en un bar contando cuentos de terror, y ahí me dijeron que daba talleres. Entonces, fui con este muchacho. Yo seguí y él no. Ahí se fue armando un grupo muy sólido y todos tuvimos ese momento de pasar a ser editados, que fue alrededor de 2005. A mí ese año me editan Siete & el Tigre Harapiento. Y bueno, de ahí en más fue ir entendiendo las reglas de este juego y darle para adelante.
Siempre se repite que la década del 90 fue una época con mucha vitalidad en la poesía, en un momento donde publicar narrativa para nuevos autores era muy difícil. Sin embargo, en estos últimos años hay un regreso fuerte de la narrativa. ¿Te sentís parte de ese regreso?
Sí, y también me siento un tipo muy afortunado. Creo que hay un factor grande de suerte pero, a la vez, siempre también lo apoyé desde el laburo. La vuelta esta de la narrativa, el comienzo fuerte de los encuentros de narradores que leían sus textos, de los que yo formé parte, y la revalorización del trabajo sobre los géneros son parte de este proceso. Yo siempre trabajo sobre el formato del género policial.

Me interesa tu trabajo sobre la literatura de género.
Eso creo que tiene que ver con mi formación con Laiseca. Probablemente si yo hubiera tenido otra experiencia en otro taller o si hubiera hecho la carrera de Letras hubiera tenido la cabeza y el corazón volcado hacia otro lado. Esto es lo que me divierte, es lo que me parece más seductor. Creo que por ahí tengo el oficio. Si me proponen otra cosa lo puedo hacer, pero de corazón, lo que me sale es el género.
¿Y cómo es laburar de escritor?
Cada uno tiene su forma de hacerlo. Yo cada vez más me doy cuenta que esto es más cranear en un comienzo y después, cuando te sentás, no despegás el culo en dos meses. Pero no es que todos los días estás escribiendo al nivel de conexión de cuando te largaste. Para mí lo mejor de todo esto es que no desconecto. Yo me puedo encontrar con un amigo o salir a pasear con mi pareja, pero está constantemente presente esto. Estonces, soy un privilegiado de poder dedicarle 12 horas porque yo siento que laburo de esto y mi tiempo está dedicado ahí. De vez en cuando, y para estar más holgado económicamente, si aparece una nota para hacer en algún medio lo agarro, pero después, de la forma en que se fue dando la rueda, para mí escribir es un laburo. Hay una cuestión física en todo esto. Gustavo Nielsen dice que si cuando terminás de escribir una novela no estás medio roto es que algo no anduvo ahí. Y uno se va acostumbrando y por eso ahora tenés el lomo para escribir dos novelas al año, y más adelante eso no lo podés hacer porque realmente el físico no te da. Y más si te empieza a patear en contra la cabeza. El otro privilegio que tengo es haber sido publicado afuera. Eso te ayuda. Yo tengo publicadas las novelas GólgotaChamamé en España, y eso también me abrió a hacer colaboraciones en diarios españoles. Yo vivo un poco ajustado pero vivo de esto.
En qué momento te diste cuenta que lo que vos escribías gustaba y que empezaban a aparecer los lectores.
Con Hacé que la noche venga. Esa era una novela que estaba distribuida en una editorial grande, entonces, si salía una nota y en cualquier lugar del país, alguien iba a la librería de ese lugar, la novela estaba. Cuando editás en una editorial chica y la gente te empieza a escribir preguntándote dónde pueden conseguir tal o cual novela es cuando ves la limitación de ese otro circuito. La suerte que estoy teniendo ahora con Kryptonita es que el libro está, eso es imbatible. Por ejemplo, en 2008 publiqué Chamamé en España y gané un premio allá, y me publicaron Hacé que la noche venga y Santería, y en ese momento es como que no acompañé bien esos libros. Recién estaba empezando y no entendía bien el juego. Y este año fue distinto. Me lo puse en la cabeza y cuando salió el libro estuve 40 días acompañándolo: presentaciones, entrevistas, conferencias. Hay que estar al pie del cañón, para el pibe que escribe la revista del barrio y para el medio grande.
¿Cómo te llevás con el prestigio, cada vez que te ponen entre los mejores narradores de tu generación?
Eso es un gran piropo, en un gran aliento para seguir escribiendo. Pero los laureles, que está muy bien recibirlos, se marchitan. Yo lo que más agradezco de todo esto es que sé que tengo a alguien que está esperando un libro mío y que tengo una carta para que me lea un editor. De ahí a que publiques es otra historia, pero alguien que está empezando a escribir sabe lo importante que es que un editor lea lo que vos hacés. Eso es lo que logré ya en esta vida como escritor, y estoy contento. Tengo que saber cuidar eso, y eso se hace con laburo y confiando. Siempre se te presenta el momento de duda, el momento en que mariconeás y decís “pero, la puta, dónde lo perdí”, como una crisis de fe. Y después se va encaminando la historia.
En algún momento te estereotiparon como “el escritor tumbero”, te preguntaban en las entrevistas si habías estado preso, o por los tatuajes, etc. ¿Se calmó eso, sigue, te molestaba, te sirvió en su momento para hacerte visible?
Lo que traté fue de alejarme de eso porque creo que había un error que era que pensaban que yo escribo como escribo porque vengo de donde vengo.

¿Y de dónde venís vos?
Y de allá, del Conurbano y de cómo es la vida allá. Pero yo creo que si no tenés formación, si no leés, podés tener una cosa viceral y empezar a largarla, pero eso tiene que estar direccionado. Ahí influyó mucho mi trabajo en el taller, pero yo ya tenía mi background, yo había pasado por la facultad, tenía mis libros leídos. No quiero sonar fulero, pero no es que el escritor que viene de una parte más pobre es mejor que el que tiene una vida más acomodada. Me parece que todos sangramos igual frente a la computadora.
Y no es que yo voy a estar chupado frente a la computadora, al revés, a la hora de escribir voy a estar lo más lúcido posible, es más, no te pongo ni el vaso de agua al lado de la compu porque se me llega a caer y la llego a hacer mierda, con lo que me costó tenerla, sabés cómo la lloro. Pero esa también es la fantasía que tiene cada uno.
Al mismo tiempo, también es cierto que en la narrativa actual aparece el Conurbano como un espacio de representación literaria fuerte, y tu lengua literaria trabaja mucho con los modos del lenguaje de ese espacio social.
Sí, porque nosotros venimos de allá. Uno labura su ficción desde lo que le tocó vivir por ese asidero que tiene que tener la mentira para que vos la creas. Va por ese lado. A mí al principio me chocaba cuando en los circuitos narrativos de la Capital hablaban del Conurbano. Y nosotros allá nunca dijimos “yo soy del Conurbano”. Es algo de acá hacia allá. Yo soy de Casanova, listo, ya está, a otra cosa.  Pero me parece que tiene que ver con que se empezaron a  escuchar otras cosas después del 2001. Nosotros también somos producto de eso, aunque la literatura llega siempre un poco más tarde. El rock barrial, por ejemplo, si lo pensás como protesta en el segundo gobierno de Menem es muy loco, porque es la banda de sonido del 2001 pero en el momento en que las cosas estaban sucediendo. La literatura tiene un delay, la novela más importante sobre el 2001 es El año del desierto, de Pedro Mairal. Es una novela de género. Pedro la escribió en 2004 y la publicó en 2005.
Pero esa novela tiene una pretensión explicativa sobre el 2001, en tus novelas, si bien hay una hipótesis, no está tan explicitada.
Lo que pasa es que lo que me gusta a mí son los personajes, y los personajes tienen que ser tipos de acción. Los pibes tiene un dicho allá que es “no lo pensás, lo hacés”, es decir, después de que vos lo hiciste viene la reflexión. Y eso es lo que a mí me gusta y es lo que te da el género policial y sobre todo los personajes que están por izquierda, ni siquiera los marginales sino los que están rompiendo la norma. Entonces, cuando lo leés en la ficción te volvés hincha de los tipos así.

¿Qué es Kryptonita?
Desde la lectura del mundo de los comics, es un else world, es decir, qué hubiera pasado si la nave que traía al héroe que después se iba a conocer como Superman hubiera caído en un baldío de La Matanza. A mí lo que siempre me llamó la atención de Superman es que al tipo que es invulnerable lo que termina matando son restos del lugar de donde vino. Entonces yo pensaba que si él se quedara allá, si se quedara haciendo esquina, si nunca sale de esas calles el tipo nunca iba a poder desarrollar sus poderes, nunca iba a poder volar. La kryptonita es eso, es no quedarse atado al lugar de donde venís pero en donde no querés estar. Superman puede ser kryptoniano pero termina siendo como el humano más ideal y es un extraterrestre.
En el caso de mi novela, mi Superman, que se llama Nafta Súper está en un momento de su vida que no le alcanza sólo con haberse quedado allá, con haber pateado allá, y el tipo se quiere ir.
Lo que me llama la atención es como construís el habla de esos personajes.
Bueno, es evocar cómo hablábamos nosotros porque ese lugar de pertenencia también tiene un habla especial, unos guiños específicos. Y es un poco escuchar cómo hablan los pibes allá.
Me da la sensación que es como que vos tenés un pie en cada mundo, uno “acá” y otro “allá” como vos decís.
Es lo que me decían al principio y a mi me enojaba, pero tenían razón. Yo sé que me puedo dedicar de lleno a esto porque estoy acá. Yo no sé si podría escribir de allá, estando allá. Tuve que salir para poder escribir sobre lo que pasaba allá.