domingo, 31 de diciembre de 2006

Show en el Arpillera Cultural / Neuquén


Sesenta y cuatro personas, más de diez afuera, y nosotros, más o menos; son las que se reunieron la noche de anoche, la noche anterior al fin de año 2006 para celebrar nuestros villancicos brutales.
Sesenta y cuatro personas, más de diez afuera, y nosotros, más o menos; había en el Arpillera Cultural -de la siempre sonriente Diana- cuando el Arpillera Cultural, de ese sábado 30, fue nuestro.
Sesenta y cuatro personas, más de diez afuera, y nosotros, más o menos; es la cifra de una utopía coqueteando con la realidad, es el número del sueño de un poeta neuquino que jugó a la quiniela, y salió primero.
Sesenta y cuatro personas, más de diez afuera, y nosotros, más o menos; es lo que mide el abrazo, el cariño sincero, entre dos escritores, que –más allá de geografías- se reconocieron como seres de una misma especie.
Sesenta y cuatro personas, más de diez afuera, y nosotros, más o menos; es con lo que se paga un laburo en el que se puso todo para sesenta y cuatro personas, más de diez afuera, y nosotros, más o menos.
Sesenta y cuatro personas, más de diez afuera, y nosotros, más o menos; no sé si decir que es lo que amortizamos por cada cosa que dejamos de hacer, que dejamos de lado, que nos perdemos, cuando nos ponemos a escribir.
Sesenta y cuatro personas, más de diez afuera, y nosotros, más o menos; valen ese verso de “Magia/Veneno”, porque el recital de los Villancicos Vrutales es ver lo que se pedía, lo que podemos y lo que se queda en intento.
Y sesenta y cuatro personas, más de diez afuera, y nosotros, más o menos; fue lograr que lo que escribimos se corporice a través de sus propios autores y que trascendiera nuestra intimidad, nuestro circuito, fue abrir el círculo.
Sesenta y cuatro personas, más de diez afuera, y nosotros, más o menos; es lo que les deseo, es lo que nos deseo para el próximo año y los que vendrán. Eso, y que cada uno siga atendiendo su juego. Que sentemos el culo y sigamos escribiendo.Para después, salir a la arena, pisando fuerte, orgullosos de lo nuestro, para mostrarlo, para compartirlo, para hechizar, a un número que desde ahora siempre va a ser el de sesenta y cuatro personas, más de diez afuera, y nosotros, más o menos.

sábado, 30 de diciembre de 2006

viernes, 29 de diciembre de 2006

sábado, 9 de diciembre de 2006

viernes, 8 de diciembre de 2006

Tacuba & la Gran Chuck Norris


*Status de la gata a partir de la fecha:
"Missing in action".
La concha de mi madre.

viernes, 1 de diciembre de 2006

Pibes Nuevos

Revista Maxim de diciembre de 2006.
Texto: Federico Levín
Fotografía: Magalí Flaks

LEONARDO A. OYOLA
¿Quién es?
Leonardo A. Oyola nació en Capital Federal en 1973. Actualmente vive en Morón.
"Siete & el Tigre Harapiento" (Editorial Gárgola, 2005), obtuvo la tercera mención del Premio Clarín Alfaguara 2004. Permanecen inéditos sus relatos de "El Otro Far West" y su segunda novela, "Hacé que la noche venga". Participa del taller de Alberto Laiseca.
¿En serio escribe policiales?
Sí, y escribe policiales en serio, aunque el humor es una de sus armas letales.
¿Por qué hay que leerlo?
Es un caso atípico. Casi nadie escribe literatura de género en la actualidad, y él lo hace con muchísimo conocimiento, y amor por el género. Pero esto no lo hace sentir un outsider: "debe haber otros, tenemos que salir a buscarlos; y también a los de otro palo. A la ciencia ficción, es una vergüenza que no le haya entrado todavía a los que están haciendo ruido hace rato. Y espero con muchas ganas a quién acá patee el tablero con una novela de terror".
Usa un tono bastante oral, y no es casualidad: Oyola es un escritor que se lee y se escucha. Su última novela, Chamamé, la viene presentando capítulo a capítulo en diversas lecturas que se arman en Buenos Aires.
Es un autor 'accesible', en el sentido de que no hace falta ser un constante lector de literatura para disfrutarlo; tiene, por ejemplo, mucha influencia del cine. "El cine es falopa. Y yo un adicto. Considero que no podemos negarlo en nuestra formación como narradores. Yo le debo mucho a Sábados de Super Acción, Trasnoche Aurora Grundig y los tres Johnny –Carpenter, To & Woo-. Lo mismo a las series de televisión: verdaderos folletines del siglo veinte. Piensen en los capítulos dobles, en el siempre puteado "To be continued"
También escribe desde el cómic y la música, y le gusta jugar con los guiños y las referencias encriptadas a esos placeres mundanos (de hecho, los nombres de todos los capítulos de "Siete & el tigre harapiento" son títulos de canciones de Duran Duran). Muy divertido.
¿Qué onda la novela?
Además de ser un policial hecho y derecho - es atrapante y va eludiendo las hipótesis del lector con mucha cintura- es más que eso. Se desarrolla en la Buenos Aires de finales del siglo diecinueve y uno se siente ahí, en esas calles, con esa música. Capta la música. Ahí tenemos una banda de matones (La orquesta del gato cabezón), mujeres irresistibles y asesinadas, un inspector borracho y pornógrafo y decenas de policías corruptos. Más allá de la trama en sí, que es impecable, la novela se disfruta por las imágenes, los diálogos, el clima.
Un escritor para salir a buscar, en tu librería o bar amigo.
Para leer escuchando: "Alive III", Kiss.
Y Bebiendo: Ginebra con Ananá Fizz.

jueves, 30 de noviembre de 2006

martes, 28 de noviembre de 2006

miércoles, 15 de noviembre de 2006

martes, 31 de octubre de 2006

Roba


Mark Wahlberg como el Sargento Dignam.
El personaje del año.
Los Infiltrados. ("The Departed". Martin Scorsese. EE.UU. 2006)

miércoles, 18 de octubre de 2006

martes, 3 de octubre de 2006

jueves, 21 de septiembre de 2006

jueves, 14 de septiembre de 2006

Cachivaches

LO QUE SE PIERDE
Alejandra Zina
Carne Argentina
Cuentos
64 págs. – 2005

I. Los últimos que los vieron vivos. La autora leyendo en la galería del patio de su escuela A sangre fría, invocando años más tarde al gran Truman en aquello de que “nuestros verdaderos temores son el ruido de pisadas que recorren los corredores de la mente, y las ansiedades, las fantasmales imaginaciones que originan”. Ese es el puntapié inicial para que Canning antes de ser Scalabrini Ortiz, el Palermo Viejo, el Palermo a secas de Alejandra Zina, como escenario tenga una marcada influencia en la mayoría de los relatos del libro.

II. Personas desconocidas. ¿O no tanto? La autora saca una voz masculina fuerte para narrar en primera persona "Vieja Puta", "Baldío" y "Picazón". Ahí, donde muchos ven crudeza extrema hay más bien un disco de Calamaro: una honestidad brutal que también campea todas las voces que se alzan en "Carioca", propias de las curdas de madrugadas, sinónimos de sinceridad mal que nos pese. La misma sinceridad que atraviesa los diálogos impecables de "Con cama adentro", o el relato de la ejecución en "El hijo", cuento de perturbadora confesión. Inquietante, también, como lo que le pasó al personaje homónimo de "Waldemar", en cuya dedicatoria se ensaña aún más lo que en el texto se develará.

III. Respuesta. Visceral, agresiva y contundente es la escritura de Zina. Y si uno la termina acompañando ya sea a un terreno baldío o a una fiesta de cumpleaños es por esa primera persona cómplice, curtida, sin arrepentimiento. Lo que se pierde es no haberla vivido.

IV. El rincón. Y siguiendo con las citas a Capote, estos siete relatos son como el pueblo de Holcomb, como ese lugar, visibles desde lejos. Porque el valor de este libro no está en la sensación de deja vu ni el linkeo a las experiencias propias como lector. Hernán Lucas lo advierte en la contratapa: el asunto pasa por el fuera de campo, en lo que insinúa y no cuenta.

Manuel Ovejero


A publicarse en el próximo número de la revista "Oliverio".

jueves, 24 de agosto de 2006

viernes, 18 de agosto de 2006

Send my an angel (right now!)


Acerca de “La dama en el agua”, un cuento para ir a dormir de M. Night Shyamalan.

Mi psiquiatra me sacó la ficha de entrada. Me dijo que yo era el verso de una canción de los Ratones. Que no tengo religión, tengo ansiedad.
Tengo una necesidad imperiosa de creer. Más bien de volver a creer.
Porque mi pulseada con la Fe tiene una larga historia de (des)encuentros.
Vi La dama en el agua, la última película del director de Sexto Sentido; y la verdad, durante la mayor parte de la proyección me la pasé puteando a Shyamalan por el conjunto desmesurado de ridiculeces que iban desfilando una tras otra en la pantalla. Sentí vergüenza ajena por el otrora maestro responsable de una obra mayor como El Protegido, de un entretenimiento eficaz como Señales o de una apuesta a todo o nada como La Aldea. Desconcierto entre tantas emociones mezcladas hasta que llegamos al desenlace donde todo se encastra para que uno defina de que lado está.
Creer en la dama en el agua. O no.

Shyamalan y la puta que te parió. La concha de tu hermana.
Yo creo en la dama en el agua.
Y no por abanderar un romanticismo jurásico.
Porque aunque sienta las rodillas oxidadas -y como Don F! nos hiciera avivar el año pasado que por primera vez en nuestras vidas Batman era más joven que nosotros- falta mucho para que me jubile en varios rubros, pero ya hay otros en los que pude sentir la finitud de mi propia existencia.
Necesitaba creer en la dama en el agua y ahora por esa historia tengo el fanatismo del converso. Que es un vuelto al lado de esos quince segundos en los que desde un contrapicado descubrí las alas más lindas que se hayan visto en el cine desde una película de Win Wenders. Y ojo que no hablo de las de Cassiel o Damiel. A mi las que me hechizan son esas alas de pollo que tiene la trapecista, la Marion de Solveig Dommartin. El mismo hocus pocus que destilan los fotogramas finales de la película, desde una subjetiva anclada en la pileta que me miente si lo difuso era el cloro en el agua o mi mirada declaradamente nublada por la emoción.
¿Dije película? No. La dama en el agua no es un film.
Es un cuento para ir a dormir.
Yo prefiero setenta veces siete acostarme con leche en los bigotes, después de haber picoteado unas galletitas, como uno de los personajes principales, antes que volver a tomar el Alprazolam o el Duxetil.
Ahí la pifió mi psiquiatra.
Pero ya me había robado una sonrisa con el rocanrol de los Ratones.

miércoles, 9 de agosto de 2006

martes, 1 de agosto de 2006

domingo, 16 de julio de 2006

Feroces forajidos estos cachorros

Niños
de Selva Almada

Editorial de la Universidad de La Plata. 2005. 65 páginas.

Villa Elisa, Entre Ríos
Por Ramón Fernández Caricato

“Cuatro años es mucho tiempo para un niño. Es prácticamente la mitad de su vida”, explica un personaje en Paris, Texas (Win Wenders, 1984). “Ahora la abuela tiene la edad de Manuela; mi madre, la edad de la abuela; yo, la edad de mi madre. Algún día voy a tener todas las edades juntas”, concluye la narradora en uno de los capítulos de Niños, el nuevo libro de Selva Almada.

Las citas –arbitrarias y hasta encriptadas por parte del responsable de estas líneas- sirven para ubicarnos cronológicamente en una etapa de nuestras vidas en la que el tiempo se mide más allá de minutos, horas, meses y años. La infancia de los personajes de la autora de Mal de muñecas (cuatro poemas y un relato breve ilustrados por Luis Acosta, editado en el 2003) se recuerda en siestas y en veranos. Y en un una amistad única, entrañable; con un chico –Niño Valor- de la misma edad de la narradora. Un pasado, el primero del que se tenga memoria, revisado en imágenes como la de una pared hecha de botellas vacías de ginebra que la luz del sol teñía de verde –“como inundando de kriptonita”, se nos informa- dando la apariencia de increíbles Hulks a todos los que estuvieran en la habitación.

Podría decirse que estamos ante una novela de iniciación ya que en sus páginas los caminos que sus personajes toman dejan atrás las historias que se nos están contando, yendo en busca de otros lugares y otras historias. También se podría coquetear con los datos autobiográficos de su responsable. Pero eso es lo de menos. El trabajo superlativo y la emoción genuina del libro están en la austeridad de sus oraciones, en la economía de recursos que ostenta la narración y en jugarle una ficha a la posible identificación que se pueda generar con las vivencias de las situaciones descriptas. Insistimos, esta infancia de siesta y verano podría transmitir el tedio del pueblo donde transcurre hipotéticamente. Su nada. Y sin embargo, en ese montón de nada hay un todo.

Recientemente antalogada en Una terraza propia –el libro de Editorial Norma en el que Florencia Abbate como compiladora presenta a veintitrés nuevas narradoras argentinas- en su novela Almada aborda una primera aproximación hacia un tema que nos desvela, siempre, en cualquier momento de nuestras vidas: la muerte. Que ante los ojos de los niños protagonistas presenta ceremonias, alteración de rutinas y hasta cierta posibilidad de acercarse a un Dios justiciero como ese que –en teoría- le concede al cerdo carneado el rayo para vengarse de un árbol.

¿Por qué será que lo mejor siempre parece quedar hacia atrás? Es posible que esto suceda en todos los órdenes de la vida: el cliché de todo tiempo pasado es mejor se acentúa más en el arte, pero en nuestros días de por medio –por lo general- es una constante. También es probable que lo pasado haya sido muy, muy bueno y, con el paso del tiempo, mejor. He ahí el truco de Niños. Que la nostalgia no sea azucarada. Que la mirada con la que se aborda el recuerdo no sea impostada. Y en esa objetividad alcanzada en el relato, encontrar su poesía. Su música. El soundtrack de lo que fue y nosotros no pertenecimos. La intención no es voyeurista. Todo lo contrario. Somos bienvenidos. Nos han invitado. Se nos abre la puerta de par en par para entrar a ese mundo. Se nos abre la puerta para ir a jugar con el Niño Valor y su amiga.

El libro se lee rápido. El efecto posterior a su lectura sin embargo no es efímero. Nos ha marcado. Porque la curda de emociones con las que nos emborracha la prosa de la escritora, si bien no hace hincapié en el deja vu por parte del lector, deja la posibilidad de abandonar una postura pasiva y poner algo de lo que fuimos en eso que ella nos está contando. Almada es tan hábil y encantadora como ese abuelo narrador de historias de basiliscos, luz mala y apariciones. Y nosotros –sus lectores- terminamos siendo como los niños de sus párrafos: cómplices de lo que se nos está contando. Por más que no sea nada nuevo. Más allá de que parezcan repetidas, necesitamos de esas historias. Una vez más.

Y queremos más.

Como Win Wenders en la dirección y Sam Shepard en los textos (Crónicas de Motel), más de dos décadas atrás, hurgando en el desierto del corazón de un adulto para volver una y otra vez sobre los mismo parajes y lo que fuimos -en París, Texas-; casi-casi para la misma época en la que el Niño Valor le robaba atados de hojas de eucalipto a la pobre Manuela -en Villa Elisa, Entre Ríos-; Selva Almada -de lo que para la mayoría es LA nada y lo que ya FUE- hizo con sus Niños algo inolvidable.


Publicado en el número 3 de la revista literaria "Los Asesinos Tímidos", dirigida por María Eugenia Rombolá y Juan José Burzi. Julio de 2006.

domingo, 9 de julio de 2006

El tiempo pasa... nos vamos poniendo tecnos


De un mail de Pablo Manzotti:

Cuestión cumpleaños, lamentos, edades y “Batman más chico que nosotros”. El otro día me dispuse a releer Batman: The Dark Knight Returns, la joya de Frank Miller. Como tengo la edición 10º aniversario, el libro cuenta con una larga intro del autor, recordando como surgió la idea de hacer una historia de un Batman cincuentón. Transcribo textual:

...«1985. Mi apartamento en New York.
De pronto me doy cuenta de algo muy desagradable.
Estoy a punto de cumplir 30 años.
Estoy a punto de ser un año mayor que Batman.
He logrado aceptar, hace poco, que Spiderman sea más joven que mi hermano pequeño.
Pero... ¿Batman? ¡¿Batman?! ¡Mi héroe infantil preferido!
Aquella sabia figura paternal…
¿Ahora voy a ser más viejo que Batman?
Eso era intolerable. Algo tenía que hacerse»...

En fin. No sé si con esto los alivio o les cargo una mochila más pesada porque, lo único que se me ocurre a mi pensar es que, cuando Miller sintió la misma frustración que ustedes, (Ficcionalista!, Tigre Harapiento) escribió la mejor obra de superhéroes de la historia.
Como amigo conciente de sus aptitudes, espero resultados a partir de este momento.
Nada más.
Sallutti.

Pol.

martes, 6 de junio de 2006

sábado, 6 de mayo de 2006

Un poliladron del novecientos

Siete y el tigre harapiento” de Leonardo Oyola, es una tragicómica historia en la que se mezclan, musicalmente, compadritos y policías.

Por Daniel Viglione

Cuando por las noches sale a tocar la Orquesta del Gato Cabezón, toda la ciudad se sume en un silencio profundo; sus habitantes, dejando el camino libre a cada uno de los integrantes de esta banda, se ocultan rápido en esa cada vez más oscura noche porteña. El Tigre Harapiento y sus secuaces darán un concierto estelar… y claro está, siempre puede ser la última función.

Este es el clima constante que eriza cada página de Siete y el Tigre Harapiento, la trágica y burlona novela de Leonardo Oyola, finalista del Premio Clarín de Novela 2004, en el que obtuvo la tercera mención por parte del jurado integrado por Ángeles Mastretta, Andrés Rivera y Antonio Skármeta. Según el escritor chileno, Siete & el Tigre Harapiento es “una obra que enfrenta, con gestos del grand-guignol, a compadritos asesinos contra la policía, en un derroche de humor y violencia digno de una película de Quentin Tarantino”.

Con un ritmo de prosa ágil y muy entretenida, la obra se transforma rápidamente en una novela en la que el lector toma partido por un bando o por otro; cada uno de los personajes “caricaturescos, carismáticos, cínicos, crueles, trágicos” –como los señala el mismo Oyola en la contratapa del libro-, son a un mismo tiempo agradables y sospechosos, seductores y maliciosos. Simón “el Tigre Harapiento” Lebón, los hermanos Sastre –Juan, Rogelio y “la Hiena” Andrés- “el Rubio” Nicolás Rodas y “el Pituco” Enzo Maqueira, está demás decir que infunden temor y respeto cada vez que salen a tocar con la banda.

Pero en la vereda de enfrente, el Inspector Vals, el subcomisario Gallo, el sargento Ferrara y una docena más de policías completan todo el universo de este mordaz, intrincado y sangriento policial invadido, constantemente, de signos cinematográficos, televisivos y musicales; de hecho, el título del libro se remite al tercer disco de Duran Duran y cada capítulo lleva el nombre de alguna de sus canciones.

En la novela, Oyola relata una serie de crímenes atroces –en los que no faltarán miembros cercenados ni mensajes escritos con la propia sangre de las víctimas- en los que deja entrever que, sin duda, fueron perpretados por un transfondo de intereses políticos y fraudes electorales

“Mi universo –escribe Oyola- es el del folletín. Y sus habitantes son unos chiquilines que andan armados y no precismanete con juguetes. Hablamos de juegos, y este bien podría ser el que se plantean el gato y el ratón (…) A los caballeros que se animen a jugar este partido, que al orejear las páginas del libro encuentren que son del mismo palo. Sumen y canten flor. Y a todas las damas: un cabeceo con guiño pícaro de un ojo, invitándolas a bailar esta milonga en la que marca el ritmo la Orquesta del Gato Cabezón”.

Con humor corrosivo y cruda violencia, “Siete y el Tigre Harapiento” –primera novela de Leonardo Oyola- deja un interrogante abierto y que nunca parece cerrarse: ¿Cuándo dejará de haber policías corruptos o bandas de matones a sueldo?


OYOLA BÁSICO
BUENOS AIRES. 1973. ESCRITOR.
Su primera novela, Siete y el Tigre Harapiento, fue finalista de la séptima edición del Premio Clarín de Novela 2004. Entre 815 trabajos presentados, obtuvo la tercera mención decidida por el jurado de honor integrado por Ángeles Mastretta, Andrés Rivera y Antonio Skármeta. De su obra, permanecen inéditos los relatos de El Otro Far West, el romance ¿Por qué no puedo ser vos? y su segunda novela Hacé que la noche venga. Actualmente, escribe Canciones de Fe y Devoción.


Publicado en la Revista Ñ, en el nro. 136 correspondiente a la edición del sábado 6 de mayo de 2006.

sábado, 22 de abril de 2006

sábado, 4 de febrero de 2006

Un policial de la era pop

En su novela hay rasgos de pulp fiction y guiños que remiten al grupo Duran Duran. Pero está ambientada en la Buenos Aires de fines del siglo XIX, con referencias a la corrupción y al fraude.

Por Silvina Friera

La remera es sencilla, pero sobre el fondo blanco resalta la frase “Fabbricanti di illusioni”. Cuando Leonardo Oyola entra al bar, esquiva las miradas de los curiosos, que acaso sospechen que es un mago o un artista de circo. El escritor sabe de magia, alquimia e ilusionismo –y si improvisa lo disimula con oficio– como para mezclar en su primer libro, Siete y el Tigre Harapiento (Gárgola), la violencia pulp fiction a lo Quentin Tarantino, con títulos de discos y fragmentos de letras de Duran Duran, que dicen el Inspector Vals y el famoso tigre en cuestión, cuyo nombre es Simon Le Bon, como el cantante de la banda inglesa. Y si semejante mixtura no resulta suficiente, esta novela policial –que obtuvo la tercera mención en la edición del Premio Clarín 2004– está ambientada en Buenos Aires, en 1897, cuando la política era sinónimo de fraude y delito.

La historia comienza con una serie de crímenes brutales, con mutilaciones de miembros, y un asesino que va dejando una estela de inscripciones post mortem, cerca de los cadáveres: “silencio”, “más respeto” y “un pacto”. Aunque todos los caminos conducen a una banda, La Orquesta del Tigre Harapiento –matones a sueldo del candidato presidencial Julio A. Roca–, la policía no quiere meterse con tipos pesados.Cada uno de los trece capítulos de la novela están titulados con los temas del álbum de bodas de Duran Duran (Demasiada información, Mundo ordinario y Amor Vudú, entre otros).

“Sería necio soslayar la influencia que tienen el cine, la televisión y la música para nuestra generación”, dice Oyola en la entrevista con Página/12. “A mí me gustaban mucho los videoclips; en mi época sólo estaba Música total, que era la versión vernácula de MTV, y los videos que pasaban de Duran Duran los hacía un director de cine, y en este aspecto marcaron tendencia. La rompieron porque estaban manejando un lenguaje –subraya el escritor, que se formó en el taller de Alberto Laiseca–. Trato de que lo que escribo tenga ritmo, aunque no sé nada de música.”

–¿Un escritor es un “fabricante de ilusiones”, como dice en su remera?

–Cuando me pongo a trabajar tengo que creer primero en el mundo del que estoy escribiendo, y mi formación en Ciencias de la Comunicación me sirve porque me gusta mucho investigar. Tiene que ser verosímil la mentira que escribo. Soy un escritor de género, y sé que un libro mío no le va a cambiar la vida a nadie. Si alguien lee Siete & el Tigre Harapiento, le parece entretenida y la disfruta, estoy satisfecho.

–¿Por qué eligió situar la historia a fines del siglo XIX?

–Me gusta situarme en el pasado porque hay cosas que linkean con la actualidad. Tenía el tema de la historia y quería ver en qué momento ubicarlo. Como me interesaba también incorporar las elecciones fraudulentas, sabía que debía ser antes de 1912, en el advenimiento de la segunda presidencia de Roca.

–En los diálogos entre los personajes aparecen muchas alusiones a Alem, Mitre y Roca. ¿Qué función cumplen estas referencias políticas y cómo las conecta con el presente?

–Quería lograr esa cotidianidad que tenemos nosotros, que podemos sentarnos en un bar y hablar de cómo Cristina (Fernández) le ganó a Chiche (Duhalde) en la provincia, jugando de visitante. Esas referencias también servían para despistar al lector respecto de la identidad del asesino, pero fundamentalmente buscaba que hubiera diálogos verosímiles sobre la época. La conexión entre el pasado y el presente está dada por una suerte de corrupción consensuada. La mayoría de la gente que habla de política se ríe y dice: “Uy, sí, era sabido”. En una parte de la novela señalo que el Tigre Harapiento es una especie que no desaparece, y que mejor no metersecon ese tipo. Cierro la novela con una elección fraudulenta, cuando tranquilamente podría haber terminado con el duelo entre Vals y El tigre Harapiento. Tengo un desencanto muy fuerte con la política, me da mucho miedo, y no me sentaría a tomar un café con un político. En el conurbano, donde vivo, el apriete físico sigue vigente; acá es más verbal, pero los dos te erizan los pelos de los brazos y te hacen correr sudor frío por la espalda.

–¿Investigó crímenes de la época?

–Sí, el crimen de Tomás Sambrice, el pibe que baleó a Roca a la salida de su despacho del Ministerio del Interior, por considerarlo el responsable absoluto de la miseria del país. Ese fue un atentado verdadero, Roca lo perdonó en público, pero después al pibe lo mataron. No creo que por cuenta propia un chico de 14 años haya ido a pegarle un tiro al “Zorro”. ¿Quién le dio un revólver? ¿La oposición, alguien del poder? No sé... son cosas muy turbias de las que nunca conoceremos la verdad, pero que te ponen la piel de gallina, por más que hayan pasado hace 100 años.

–Quizás el hecho de escribir ambientando sus historias en el pasado, le permita meter su visión sobre la política, sin que esté limitada por los acontecimientos del presente.

–Sí, es verdad, aunque sea en un nivel inconsciente. Soy más jugado en ese aspecto, mirando atrás. Un presidente que llega por elecciones fraudulentas no es bueno para ningún país, ni mucho menos para el pueblo.

–Una duda: ya que juega con tantas referencias de Duran Duran. ¿Por qué no tituló su novela Mundo ordinario?

–No lo había pensado, y no hubiera estado mal ponerle ese título. Quedó El Tigre Harapiento porque hacia el final un personaje dice: “Mis muertos van a ser siete y el Tigre Harapiento”. Cuando lo estaba leyendo en el taller, Laiseca empezó a gritar: “Hágalo mierda Tigre a ese hijo de puta”. Quizá privilegio más el hecho de que es un policial, y no quiero que sea considerado un libro para denunciar la corrupción de la época.

Publicado en el diario Página 12, el sábado 4 de febrero de 2006.

miércoles, 18 de enero de 2006

"Debo tanto a Tarantino como a Leonardo Favio"


Entrevista de Máximo Soto


Cuando Leonardo Oyola publicó la novela policial «Siete y el Tigre Harapiento» se dijo que mezclaba la crudeza de Quentin Tarantino con los cuchilleros del primer Borges. Oyola, que es licenciado en Ciencias de la Comunicación, trabaja de bibliotecario -empleo que recuerda al que algunas vez tuvieron Groussac, Borges y Cortázar, entre otros-. El escritor considera que inició su camino de narrador gracias a haber ingresado al taller literario del consagrado Alberto Laiseca. Dialogamos con Oyola sobre sus interés por la literatura policial y fantástica.

Periodista: ¿Qué cuenta en «Siete y el Tigre Harapiento»?

Leonardo Oyola: Relato una serie de crimenes que ocurren en Buenos Aires en 1897. Las investigaciones llevan hacia una banda, la llamada La Orquesta del Tigre Harapiento, con la que la policía no se quiere meter porque son hombres fuertes en el mundo del delito. El investigador principal, el Inspector Vals, considera que si bien son los métodos de esa banda no cree que se trate de ella y busca descubrir el verdadero autor de los crímenes.

P.: ¿De dónde sacó el titulo del libro?

L.O.: Del tercer disco de la banda británica Duran Duran. Era la que me gustaba cuando era chico, no sólo por el ritmo, las canciones y los videoclips. Cuando me pongo a escribir necesito plasmar un mundo de imágenes, pienso en una música y eso me da un ritmo narrativo. Por otras parte, la estructura de los capítulos sigue la de otro disco de Duran Duran, y están en el mismo orden. El personaje del Tigre Harapiento o del Inspector Vals dicen cosas que pertenecen a letras de Duran Duran pero que yo adapto a mi historia. Los integrantes hermanos Sastre de la banda delictiva porteña corresponden a los Taylor de la banda musical británica. Así hay un montón de cosas, un policial hoy debe tener ritmo, acción y guiños.

P.: ¿Buscó construir un policial posmoderno?

L.O.: No, no busqué hacer una obra erudita, algo que cambie la vida, sino un policial clásico, una novela entretenida. Soy alumno del taller del escritor Alberto Laiseca, y él nos contó que, en la historieta «Ocalito y Tumbita», que salía en los años '40 y '50 en la revista «Billiken», mientras en la viñetas se desarrollaba la historia de esos personajes, en el borde inferior había unas ratitas que desarrollaban otra historia, que eran guiños del dibujante y el guionista sobre cosas que les gustaban o comentarios sobre hechos políticos del momento. Laiseca nos explicó que nosotros teníamos que tener en nuestros relatos esas « ratitas», pero que no tenían que interferir con el argumento, con el plot. Ahí se me ocurrió contar un policial pero incluir mi gusto por la banda Duran Duran.

P.: Han dicho que usted mezcla a Tarantino con Borges.

L.O.: Lo de Quentin Tarantino me lo dijo el chileno Antonio Skarmeta y lo sentí como un gran elogio. Mi generación no puede soslayar la influencia del cine. Yo cuento con sus recursos técnico formales, y con el humor y la violencia de los pulp fictions. Pero mi referencia no es sólo Tarantino, el mayor es Leonardo Favio que en obras como «Juan Moreira» o « Nazareno Cruz» supo fusionar lo popular con el arte, narrar para todo el mundo. En cuanto a lo de Borges, son zapatos que nunca voy a llegar a llenar. Me asombró en sus relatos, y en las letras de tango, el respeto que imponían los cuchilleros, no ganado con honestidad sino por un temor que marcaba que con ellos era mejor no meterse.

P.: ¿Por eso a muchos de sus personajes les puso nombres de animales?

L.O.: Acaso sea un homenaje a «Maus», la obra maestra de Art Spiegelman, que mostró la Shoa, el Holocausto, desde la perspectiva de ratas y gatos. Me pareció que dar nombre de animales, con los que los identificaba, mostraba como las personas al tocar fondo dejan brotar instintos primarios, bestiales, que dan miedo.

P.: ¿Cómo investigó para colocar su historia en siglo XIX?

L.O.: Estaba buscando en que momento desarrollarla y en la Biblioteca del Museo de la Asociación Amigos del Tranvía encontré diarios de la época, monografías, documentos, temas sobre el Jockey Club, que eran el mundo de mi relato. Y esto a tal punto de que hubo cartas de lectores que pasaron a ser palabrasde mis personajes como una que se indignaba con la pretensión de ser como París, con los techos de pizarra de las mansiones porteñas porque eran para la nieve y no para Buenos Aires. Antes había investigado sobre la llegada a la Argentina de las alternativas al cine, que no es como figura oficialmente en los salones de la calle Florida sino en 1895 en prostíbulos de Rosario con los kinetoscopios, que permitían por una moneda ver un strip tease. Quise escribir una libro sobre eso, pero no hay documentos fehacientes, sólo testimonios orales que han pasado de boca en boca y algún kinetoscopio ya destruido que yo alcance a ver. A mi eso me sirvió para una escena del Inspector Vals.

P.: ¿Hubo comentarios sobre la contundencia de su lenguaje?

L.O.: Reconozco que a veces se me va un poco la mano en el lenguaje coloquial por la necesidad que tengo de que los personajes sean fuertes. Es, acaso, otro juego de semejanzas con el cine norteamericano. Me río cuando mi mamá me dice que soy muy mal hablado cuando escribo, le explico que no soy yo sino que esa gente de la que cuento es la que habla así.

P.: ¿Qué está escribiendo ahora?

L.O.: Tengo una segunda novela, aún inédita, «Hacé que la noche venga», que el nombre de un concierto de Sting, que es un policial que escribí en primera persona para desafiarme a salir del estilo cinematográfico sin perder la fuerza de las imágenes. Me gusta escribir con una escenografía de época y está ambientada en 1939, cuando una especie de Sherlock Holmes y Dr. Watson criollos investigan un crimen. Uno sigue la clásica línea policial y el otro se interna en una de caracter fantástico. Bueno, esa obra ya está. Ahora, en la novela que estoy escribiendo, «Canciones de fe y devoción», entro ya directamente en lo fantástico. Esta vez el relato ocurre en tiempos de la Conquista del Desierto, y muestro que los indios tuvieron que vérselas, entre otras cosas, con la licantropía. En un punto hay, nuevamente, una homenaje al gran Leonardo Favio.


Publicado en el diario Ámbito Financiero, en la edición del miércoles 18 de enero de 2006.

sábado, 7 de enero de 2006

Tell me what the rain knows


“Entonces, ¿por qué tengo este impulso?”, es la pregunta retórica que se hace el moribundo lobo albino, volviéndose uno con el desolado paisaje invernal, en el comienzo y en el final de la saga de “Wolf’s Rain”.
Pienso en esto mientras el cursor titila intermitente en el lugar de “Alguna clase de monstruo”, el capítulo 3 de mis “Canciones de fe y devoción”.
Un documento que, por ahora, suma más nieve.
“¿Por qué? ¿Por qué los humanos miran al cielo? Dime ¿por qué si no tienen alas quieren volar? Nosotros solo corremos hasta donde sea. Corremos con nuestras patas”.
Chicos: yo quiero ser ese lobo blanco. Por eso tengo este impulso.