Entrevista de Máximo Soto
Cuando Leonardo Oyola publicó la novela policial «Siete y el Tigre Harapiento» se dijo que mezclaba la crudeza de Quentin Tarantino con los cuchilleros del primer Borges. Oyola, que es licenciado en Ciencias de la Comunicación, trabaja de bibliotecario -empleo que recuerda al que algunas vez tuvieron Groussac, Borges y Cortázar, entre otros-. El escritor considera que inició su camino de narrador gracias a haber ingresado al taller literario del consagrado Alberto Laiseca. Dialogamos con Oyola sobre sus interés por la literatura policial y fantástica.
Periodista: ¿Qué cuenta en «Siete y el Tigre Harapiento»?
Leonardo Oyola: Relato una serie de crimenes que ocurren en Buenos Aires en 1897. Las investigaciones llevan hacia una banda, la llamada La Orquesta del Tigre Harapiento, con la que la policía no se quiere meter porque son hombres fuertes en el mundo del delito. El investigador principal, el Inspector Vals, considera que si bien son los métodos de esa banda no cree que se trate de ella y busca descubrir el verdadero autor de los crímenes.
P.: ¿De dónde sacó el titulo del libro?
L.O.: Del tercer disco de la banda británica Duran Duran. Era la que me gustaba cuando era chico, no sólo por el ritmo, las canciones y los videoclips. Cuando me pongo a escribir necesito plasmar un mundo de imágenes, pienso en una música y eso me da un ritmo narrativo. Por otras parte, la estructura de los capítulos sigue la de otro disco de Duran Duran, y están en el mismo orden. El personaje del Tigre Harapiento o del Inspector Vals dicen cosas que pertenecen a letras de Duran Duran pero que yo adapto a mi historia. Los integrantes hermanos Sastre de la banda delictiva porteña corresponden a los Taylor de la banda musical británica. Así hay un montón de cosas, un policial hoy debe tener ritmo, acción y guiños.
P.: ¿Buscó construir un policial posmoderno?
L.O.: No, no busqué hacer una obra erudita, algo que cambie la vida, sino un policial clásico, una novela entretenida. Soy alumno del taller del escritor Alberto Laiseca, y él nos contó que, en la historieta «Ocalito y Tumbita», que salía en los años '40 y '50 en la revista «Billiken», mientras en la viñetas se desarrollaba la historia de esos personajes, en el borde inferior había unas ratitas que desarrollaban otra historia, que eran guiños del dibujante y el guionista sobre cosas que les gustaban o comentarios sobre hechos políticos del momento. Laiseca nos explicó que nosotros teníamos que tener en nuestros relatos esas « ratitas», pero que no tenían que interferir con el argumento, con el plot. Ahí se me ocurrió contar un policial pero incluir mi gusto por la banda Duran Duran.
P.: Han dicho que usted mezcla a Tarantino con Borges.
L.O.: Lo de Quentin Tarantino me lo dijo el chileno Antonio Skarmeta y lo sentí como un gran elogio. Mi generación no puede soslayar la influencia del cine. Yo cuento con sus recursos técnico formales, y con el humor y la violencia de los pulp fictions. Pero mi referencia no es sólo Tarantino, el mayor es Leonardo Favio que en obras como «Juan Moreira» o « Nazareno Cruz» supo fusionar lo popular con el arte, narrar para todo el mundo. En cuanto a lo de Borges, son zapatos que nunca voy a llegar a llenar. Me asombró en sus relatos, y en las letras de tango, el respeto que imponían los cuchilleros, no ganado con honestidad sino por un temor que marcaba que con ellos era mejor no meterse.
P.: ¿Por eso a muchos de sus personajes les puso nombres de animales?
L.O.: Acaso sea un homenaje a «Maus», la obra maestra de Art Spiegelman, que mostró la Shoa, el Holocausto, desde la perspectiva de ratas y gatos. Me pareció que dar nombre de animales, con los que los identificaba, mostraba como las personas al tocar fondo dejan brotar instintos primarios, bestiales, que dan miedo.
P.: ¿Cómo investigó para colocar su historia en siglo XIX?
L.O.: Estaba buscando en que momento desarrollarla y en la Biblioteca del Museo de la Asociación Amigos del Tranvía encontré diarios de la época, monografías, documentos, temas sobre el Jockey Club, que eran el mundo de mi relato. Y esto a tal punto de que hubo cartas de lectores que pasaron a ser palabrasde mis personajes como una que se indignaba con la pretensión de ser como París, con los techos de pizarra de las mansiones porteñas porque eran para la nieve y no para Buenos Aires. Antes había investigado sobre la llegada a la Argentina de las alternativas al cine, que no es como figura oficialmente en los salones de la calle Florida sino en 1895 en prostíbulos de Rosario con los kinetoscopios, que permitían por una moneda ver un strip tease. Quise escribir una libro sobre eso, pero no hay documentos fehacientes, sólo testimonios orales que han pasado de boca en boca y algún kinetoscopio ya destruido que yo alcance a ver. A mi eso me sirvió para una escena del Inspector Vals.
P.: ¿Hubo comentarios sobre la contundencia de su lenguaje?
L.O.: Reconozco que a veces se me va un poco la mano en el lenguaje coloquial por la necesidad que tengo de que los personajes sean fuertes. Es, acaso, otro juego de semejanzas con el cine norteamericano. Me río cuando mi mamá me dice que soy muy mal hablado cuando escribo, le explico que no soy yo sino que esa gente de la que cuento es la que habla así.
P.: ¿Qué está escribiendo ahora?
L.O.: Tengo una segunda novela, aún inédita, «Hacé que la noche venga», que el nombre de un concierto de Sting, que es un policial que escribí en primera persona para desafiarme a salir del estilo cinematográfico sin perder la fuerza de las imágenes. Me gusta escribir con una escenografía de época y está ambientada en 1939, cuando una especie de Sherlock Holmes y Dr. Watson criollos investigan un crimen. Uno sigue la clásica línea policial y el otro se interna en una de caracter fantástico. Bueno, esa obra ya está. Ahora, en la novela que estoy escribiendo, «Canciones de fe y devoción», entro ya directamente en lo fantástico. Esta vez el relato ocurre en tiempos de la Conquista del Desierto, y muestro que los indios tuvieron que vérselas, entre otras cosas, con la licantropía. En un punto hay, nuevamente, una homenaje al gran Leonardo Favio.
Publicado en el diario Ámbito Financiero, en la edición del miércoles 18 de enero de 2006.