jueves, 29 de noviembre de 2012

domingo, 18 de noviembre de 2012

Pastilla



¡ACCIÓN Y MUCHO HUMOR! El escritor Leo Oyola presenta en "Sopapo" el primer título de una trilogía ninja. La historia, ilustrada por Leonardo Arias, se centra en el descubrimiento que Tomás hace de su papá: ¡es un gran maestro de las artes marciales! Y el papá descubrirá que Tomás está enamorado de la señorita Marilina.


Recomendación en el popurrí de la revista del domingo del Diario La Nación del 18 de noviembre de 2012. Foto de Mica Hernández.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

"Todos tenemos la necesidad de jugar"


Con el lanzamiento de Sopapo (Norma), que narra la historia de un chico de nueve años que descubre que su padre es un gran maestro ninja, el autor de Bolonqui (2010) da inicio a una trilogía de literatura infantil y juvenil.

(Por Ivana Romero). Cuando Leonardo Oyola pasaba con el tren por Ramos Mejía veía un cartel extraño en la entrada de un boliche bailable: "Escuela Ninja de Pinar de Rocha". A él y a su hermano un año menor, el aviso les causaba gracia. Si los ninjas japoneses se caracterizaban por ser un grupo de mercenarios entrenados en secreto, ¿cómo era que en el oeste bonaerense cualquiera podía exhibir sus espadas  y sus shuriken a plena luz del día? Con el tiempo, los hermanos Oyola abandonaron la idea de anotarse en esa escuela y sólo iban a Pinar de Rocha a bailar (alguna vez también fueron a ver una pelea de Mike Tyson en pantalla gigante; pero como el boxeador perdió, no volvieron más porque pensaron que eran mufa). El recuerdo, sin embargo, quedó dando vueltas. Con los años, se transformó en una de las evocaciones de infancia que pueblan Sopapo, editado por Norma, con ilustraciones de Leo Arias (y un flipbook del "auténtico sopapo chino" como bonus track). Se trata del segundo libro para chicos que escribe Oyola (el anterior fue Bolonqui, publicado en 2010) pero el primero en formar parte de una trilogía especialmente pensada para el público infantil que se completará con Paliza y Te llené la cara de dedos. 
Así, la historia de Tomi –un chico que en esta primera parte está a punto de repetir el cuarto grado, que está enamoradísimo de su maestra y que descubre que su papá es un auténtico ninja secreto– es la contracara luminosa de policiales como Kryptonita o el próximo Ultra/Tumba, en el que Oyola está trabajando por estos días. 

–¿Cómo surgió la posibilidad de escribir Sopapo?
–Después de Bolonqui, uno de los editores me dijo que muchos de mis forajidos, de mis delincuentes de las novelas para adultos, tienen cosas para nenes grandotes, que por qué no pensaba en coquetear un poco con eso. Por un lado, yo había tenido un contacto casi inexistente con la literatura infantil cuando era borrego. Después, cuando fui bibliotecario en una escuela de Morón, leí más libros para chicos. Pero recién en la época de Bolonqui empecé a leer a escritores como Laura Escudero, Franco Vaccarini o Sergio Aguirre. Por otro lado, siempre tenía idea de hacer algo con las artes marciales. Bruce Lee y Chuck Norris eran capos de los capos en el oeste. Y después apareció ese recuerdo de la escuela ninja. Y también, cosas de cuando yo era chico, de mi hijo, de mi sobrino (que es el Tomi de verdad). Hasta del gato Satanás, que era un gato de mi hijo.
 
–¿Qué cosas sabías sobre este libro y qué cosas fuiste descubriendo?
–Sabía que uno no escribe para chicos o adultos. Uno escribe. Y yo vengo del policial. Entonces, así como sé que hay reglas específicas del género, cuando escribís para chicos tenés que tirar el ancla en ciertas cuestiones, pensar en tus lectores potenciales. Así que también sabía que no daba para un policial convencional. Lo que no sabía era que se me iba a cruzar, por ejemplo, mi tío paraguayo, Julio, que contaba historias buenísimas, aunque a veces eran macanas. A mí me encantaba mi tío, inclusive cuando contaba cosas que, como dice Tomi en el libro, eran "cualquiera". Y ese es el espíritu que quise ponerle al libro. Hay cosas que, cuando sos chico, nunca terminás de saber si son ciertas. Pero lo que importa es la leyenda. Y la posibilidad de que la vida sea una aventura, con todo lo que eso incluye, desde el amor al misterio.

–Hay, hablando de leyendas, varios guiños para adultos. Por ejemplo, la elección de que cada capítulo sea un verso de Tell it Like Is de Don Johnson.
–Me gusta Don Johnson, qué querés que te diga. Ahora todos se van a hacer los locos y van a decir que no, pero es mentira, todos queríamos tener esos sacos blancos y esa pinta. Cuando empecé a trabajar con el índice para que cada capítulo fuera un verso y todo formara una letra de canción, como hice en otros libros, me interesaba el resultado. O sea, ver cómo se resignifica la letra cuando se transforma en discurso de alguien que no es el que canta. Por ejemplo, me resultaba gracioso que el nene dijera "si querés jugar, andá y comprate un juguete" como dice Don Johnson en la canción. Es que Tomi es un tipito. O sea, sigue siendo chiquito pero se va acercando a la adolescencia, un momento donde te ponés contestador y en teoría, sabés todo. Y si te fijás, aparece eso en su vínculo con el padre: por un lado le pide consejos y por otro piensa "este gordo me está chamuyando". Y por debajo de todo eso hay un amor, una complicidad entre ellos porque, en definitiva, todos tratamos de ser buenos padres. 

–Los homenajes siguen. De hecho, el libro también evoca a David Carradine, a Patrick Swayze, a Michael Jackson… 
–Cuando murió "Maicol", mi hijo y mi sobrino andaban como locos con Thriller, un video que les asustaba pero les atraía a la vez. Un día viene Tomás y me dice "En la escuela dicen que Maicol tal cosa y tal otra". Y vos le veías la cara de desilusión al pibe. Entonces, con mi hermano pensamos que no podías decirle que Papá Noel no existe. Y entonces usé la frase que le escuché a uno una vez: "Si hizo Billie Jean, para mí es inocente". Los ídolos tienen su costado humano, que a veces es bravo. Por eso hay una parte de la gente a la que le gusta cuando se caen. Y también están los otros, que se vuelven talibanes y defienden a un ídolo a toda costa. No están buenos los extremos. Ese año, encima, se murieron Carradine y Patrick Swayze. En Moreno, cerca de Isidro Casanova, donde nos criamos mi hermano y yo, había un boliche que se llamaba Sem donde se bailaba como en Dirty Dancing. Y había que saber bailar. 

–¿Vos eras un buen bailarín?
–Al momento de bailar soy como Whoopi Goldberg en Ghost: dejo que entre en mí el espíritu de Patrick (risas). Desconfiá del escritor de nuestra generación que no bailó Dirty Dancing, que no bailó Erasure, porque no tiene sangre. Hay que hacerse cargo de lo que tuvimos en nuestro prontuario.

–Una vez más, en esta como en otras historias (como la saga de Santería, Sacrificio y Chamamé) las mujeres son muy poderosas.
–Y sí. Yo siempre traté de ser muy agradecido con las mujeres de mi vida, desde mi mamá y mi tía Pocha a mis parejas. Ahora con Ultratumba exploro otras cuestiones que tienen que ver con lo femenino. La novela  transcurre en un penal de mujeres. Y es la historia de una separación de dos amantes, una interna y una guardacárcel, que vienen teniendo una relación hace un tiempo y tienen que cortarla. Después, el asunto deviene en una historia de zombis. Ahora que lo pienso, la novela se me está haciendo cada vez más oscura. 

–¿Cómo se llevan los chicos de tu relato con el mundo adulto?
–Tomi es parte del mundo actual. En el libro hay alusiones a Internet, al primer amor con esa intensidad que uno recuerda mucho tiempo, a las familias ensambladas. Igual, la idea era evitar entrar de lleno en la parte de sombras. Tomi no es un pibe que no ve lo que pasa; pero prefiere seguir jugando, como cualquier chico. La idea era no perder su punto de vista. Mi lugar como escritor tiene que ver con tirar las coordenadas mínimas, no explicar, no ponerse pedagógico. 

–Al principio de la entrevista decías que tus forajidos tienen cosas de nenes grandotes. Siguiendo con esto de tu lugar como escritor, ¿qué sucede con la dimensión lúdica de la escritura?
-Bueno, todos tenemos necesidad de jugar, de ser nenes de vez en cuando. La escritura no se hace de taquito, es un oficio que se aprende y tiene sus cosas. Pero a la vez, le tenés que sacar solemnidad, la tenés que pasar bien escribiendo. Y en ese sentido, el grupo ayuda. No me refiero a que todos deban ser escritores como uno, pero sí a tener ciertas afinidades. El grupo ayuda a mis personajes y me ayuda a mí en lo cotidiano. Cuando te encontrás gente con la que estás bien, es como que bajara el cono del silencio del Superagente 86, pero fuera un escudo. Te sentís más acompañado y también más poderoso. Los norteamericanos tienen al héroe solitario como referencia pero acá el héroe es colectivo, como El Eternauta. Y por otro lado, cuando la pasás bien con la gente que querés y te banca, te pasa como con la canción de los Ratones Paranoicos: querés que dure para siempre.  «

lunes, 12 de noviembre de 2012

Leo Oyola inicia su camino en la literatura infantil


Con Sopapo, la historia de Tomi, un niño de nueve años que descubre que su papá es un gran maestro ninja, el escritor Leonardo Oyola da inicio a su trilogía de literatura infantil y juvenil y, sin abandonar su camino en el policial negro, se adentra en el imaginario de los chicos y en las relaciones entre padres e hijos.

(Por Leticia Pogoriles). "Sopapo" (Norma) es un relato de un poco más de cien páginas que se centra en Tomi, narrador y eterno enamorado de su maestra, Marilina, que en una situación confesional con su padre descubre un secreto increíble: él es un maestro ninja y lo entrenará en el arte milenario del sopapo chino.
En su imaginario, Tomi cree que -a fuerza de sopapos, claro está- podrá desbancar al novio de su maestra, pero la realidad se va entrometiendo de formas cómicas y es cada vez más imperioso estudiar para pasar a quinto grado. En el medio, se suman las excentricidades de su primo Martín, las charlas con su tío y los encuentros con la poco agraciada Cucusita, su compañerita.
La decisión de coquetear con este género es el correlato de una buena experiencia con su novela juvenil "Bolonqui" (2010). “Me decían que mis delincuentes tenían cosas de nenes grandotes, en lugar de hacer su trabajo hacían su juego, que eran aniñados dentro de sus maldades y de su crueldad", cuenta a Télam el autor de "Kryptonita", considerado uno de los mejores libros en 2011.
Tras algunas recomendaciones, Oyola se sumergió en el mundo LIJ (Literatura Infantil y Juvenil) con autores como Sergio Olguín (“El equipo de los sueños”), Paula Bombara y Laura Escudero. "Ya espero sus libros", dice.
“Siempre quise hacer algo con las artes marciales, pero en el universo de adultos era muy difícil convertirlo en verosímil, como ese viejo axioma que dice `desde que está la pólvora se acabaron los valientes`”, reflexiona.
Para el autor de ocho novelas para adultos lo que más lo sedujo del género LIJ fue "conectar en algún punto con algo más luminoso y juguetón. No es un descanso escribir este tipo de novelas, pero está bueno mecharlo", sostiene.
Tomi es hijo de una pareja de padres separados y, sin estridencias, Oyola bucea con naturalidad en un marco de familia ensamblada y en la relación padre e hijo, un vínculo que se terminará de consolidar en las dos novelas que completan la saga Ninja de Pinar de Rocha: “Paliza” y “Te llené la cara de dedos”.
Padre de un niño de siete y tío de uno de 10, el autor de “Hacé que la noche venga” concede que reprodujo mucho de su experiencia: En "Sopapo", Ana la madre de Tomi, aparece en un segundo plano: "Las relaciones con las madres están más `unplugged` (desconectadas), pero es obvio que los nenes viven con ellas, el trabajo maternal es más anónimo, no tan reconocido como debería".
“Con mi hermano -revela- teníamos charlas sobre la paternidad. Al principio uno toma como un fracaso no ser un papá tradicional, pero me di cuenta que cada uno construye el vínculo a su manera”.
Con esta idea el autor le da un lugar protagónico a la confesión entre padre e hijo, una relación que vértebra esta novela juvenil. Para él, es un momento clave: “Si bien no se da en el día a día, las confesiones se vuelven extraordinarias y como adulto te acordas y mucho de ese momento en que el nene te dice: `me gusta una chica pero no le cuentes al abuelo porque me muero`”, se ríe.
“Es re tierno porque es un momento en que no tienen filtro, quería tratar de capturar eso donde enseguida te trasladan a su universo”, confiesa Oyola, ganador del premio Dashiell Hammet al policial en la XXI Semana Negra de Gijón por su novela "Chamamé", recientemente reeditada en el país.
Tomi está en la cuerda floja, tiene que estudiar y mucho si no quiere repetir. “Para mí el estudio es una marca, lo veo en mi sobrino porque hay que rezar para que pase de grado, es que a esa edad, estudiar es lo que hay que hacer. Nunca me voy a cansar de decir que el estudio no sólo abre puertas, abre mundos y te da la posibilidad de elegir”, sostiene sin caer en la bajada de línea.
Fanático de los personajes de niños creados por el cineasta Wes Anderson, esos chicos con pipa y bata que se pasean por la casa alardeando una pequeña adultez, Oyola cuenta en "Sopapo" la primera borrachera de Tomi, basada en su propia experiencia. “Mi primera curda fue similar a la que describo, como chico eso te llama mucho la atención. Pero de ahí a tolerarlo, es otra cosa”.
“Con las chicas pasa lo mismo, es probable que de chico no les darías jamás un beso y después un par de años te das cuenta que besar es lo más lindo de la vida, mientras tanto tiene que pasar el tiempo para que te caiga la ficha”, agrega.
Para escribir "Sopapo", Oyola se nutrió de sus flashbacks. "Tengo lindos recuerdos de pibe, nunca nos faltó lo básico, siempre fui muy enamoradísimo y pícaro, descubrí que me gustaban las chicas, iba jugar a la mancha, pero sí era venenosa mejor. Esa es la felicidad, no hay compromiso, no hay que prometer nada. Como adultos, tenemos que cuidar esa hermosa curiosidad de los chicos".
Si dejar a los grandes afuera, este escritor que siempre ordena los índices de los capítulos con canciones, les hace un guiño con referencias a la cultura pop, a los 80, a Michael Jackson y a uno de sus ídolos, David Carradine. "Pero quisiera tratar de entrar a lo universal, sin importar la edad. En definitiva, soy `Shrek` pero quisiera ser `Toy Story`”, concluye.

Para leer en su sitio original, clickear acá.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Crecer de golpe



En poco tiempo, Tomi, el protagonista de este libro, se entera de varios secretos de familia, aprende a pelear con la técnica del famoso y terrible sopapo (en su variante china), aprueba el examen final de cuarto para quinto grado y cambia de objeto amoroso.El autor de la nouvelle es el argentino Leonardo Oyola que, a pesar de su juventud (1973), tiene ya una extensa trayectoria en el campo de las letras: periodista para la edición argentina de la revista Rolling Stone, autor de un blog (tigreharapiento.blogspot.com.ar), escritor de novelas policiales, su último libro es Kryptonita. Ahora, con Sopapo indaga las complicadas relaciones familiares de un chico de nueve años, que además está enamorado, por supuesto, de su maestra Marilina. Con personajes bastante delirantes (anda por ahí un gato medio peligroso llamado Satanás) y una prosa deliciosa y desenfadada, tan coloquial como sea necesario, Oyola construye una historia atractivísima, llena incluso de guiños a los padres de sus lectores pequeños que muy bien pueden llegar a ser sus lectores adultos (los que veían a Kwai Chang Caine y a Patrick Swayze, y han bailado al ritmo de Michael Jackson). Las ilustraciones de Sopapo no podían ser sino del artista Leo Arias, el creador de Apu, que también deja un regalo: cómo aprender a ejecutar el fulminante sopapo chino. Graciela Melgarejo
  • Sopapo 
    Leonardo Oyola 

    Norma
    122 páginas
    $ 40

miércoles, 7 de noviembre de 2012

En La Rioja


sábado, 3 de noviembre de 2012

viernes, 2 de noviembre de 2012