miércoles, 14 de noviembre de 2012

"Todos tenemos la necesidad de jugar"


Con el lanzamiento de Sopapo (Norma), que narra la historia de un chico de nueve años que descubre que su padre es un gran maestro ninja, el autor de Bolonqui (2010) da inicio a una trilogía de literatura infantil y juvenil.

(Por Ivana Romero). Cuando Leonardo Oyola pasaba con el tren por Ramos Mejía veía un cartel extraño en la entrada de un boliche bailable: "Escuela Ninja de Pinar de Rocha". A él y a su hermano un año menor, el aviso les causaba gracia. Si los ninjas japoneses se caracterizaban por ser un grupo de mercenarios entrenados en secreto, ¿cómo era que en el oeste bonaerense cualquiera podía exhibir sus espadas  y sus shuriken a plena luz del día? Con el tiempo, los hermanos Oyola abandonaron la idea de anotarse en esa escuela y sólo iban a Pinar de Rocha a bailar (alguna vez también fueron a ver una pelea de Mike Tyson en pantalla gigante; pero como el boxeador perdió, no volvieron más porque pensaron que eran mufa). El recuerdo, sin embargo, quedó dando vueltas. Con los años, se transformó en una de las evocaciones de infancia que pueblan Sopapo, editado por Norma, con ilustraciones de Leo Arias (y un flipbook del "auténtico sopapo chino" como bonus track). Se trata del segundo libro para chicos que escribe Oyola (el anterior fue Bolonqui, publicado en 2010) pero el primero en formar parte de una trilogía especialmente pensada para el público infantil que se completará con Paliza y Te llené la cara de dedos. 
Así, la historia de Tomi –un chico que en esta primera parte está a punto de repetir el cuarto grado, que está enamoradísimo de su maestra y que descubre que su papá es un auténtico ninja secreto– es la contracara luminosa de policiales como Kryptonita o el próximo Ultra/Tumba, en el que Oyola está trabajando por estos días. 

–¿Cómo surgió la posibilidad de escribir Sopapo?
–Después de Bolonqui, uno de los editores me dijo que muchos de mis forajidos, de mis delincuentes de las novelas para adultos, tienen cosas para nenes grandotes, que por qué no pensaba en coquetear un poco con eso. Por un lado, yo había tenido un contacto casi inexistente con la literatura infantil cuando era borrego. Después, cuando fui bibliotecario en una escuela de Morón, leí más libros para chicos. Pero recién en la época de Bolonqui empecé a leer a escritores como Laura Escudero, Franco Vaccarini o Sergio Aguirre. Por otro lado, siempre tenía idea de hacer algo con las artes marciales. Bruce Lee y Chuck Norris eran capos de los capos en el oeste. Y después apareció ese recuerdo de la escuela ninja. Y también, cosas de cuando yo era chico, de mi hijo, de mi sobrino (que es el Tomi de verdad). Hasta del gato Satanás, que era un gato de mi hijo.
 
–¿Qué cosas sabías sobre este libro y qué cosas fuiste descubriendo?
–Sabía que uno no escribe para chicos o adultos. Uno escribe. Y yo vengo del policial. Entonces, así como sé que hay reglas específicas del género, cuando escribís para chicos tenés que tirar el ancla en ciertas cuestiones, pensar en tus lectores potenciales. Así que también sabía que no daba para un policial convencional. Lo que no sabía era que se me iba a cruzar, por ejemplo, mi tío paraguayo, Julio, que contaba historias buenísimas, aunque a veces eran macanas. A mí me encantaba mi tío, inclusive cuando contaba cosas que, como dice Tomi en el libro, eran "cualquiera". Y ese es el espíritu que quise ponerle al libro. Hay cosas que, cuando sos chico, nunca terminás de saber si son ciertas. Pero lo que importa es la leyenda. Y la posibilidad de que la vida sea una aventura, con todo lo que eso incluye, desde el amor al misterio.

–Hay, hablando de leyendas, varios guiños para adultos. Por ejemplo, la elección de que cada capítulo sea un verso de Tell it Like Is de Don Johnson.
–Me gusta Don Johnson, qué querés que te diga. Ahora todos se van a hacer los locos y van a decir que no, pero es mentira, todos queríamos tener esos sacos blancos y esa pinta. Cuando empecé a trabajar con el índice para que cada capítulo fuera un verso y todo formara una letra de canción, como hice en otros libros, me interesaba el resultado. O sea, ver cómo se resignifica la letra cuando se transforma en discurso de alguien que no es el que canta. Por ejemplo, me resultaba gracioso que el nene dijera "si querés jugar, andá y comprate un juguete" como dice Don Johnson en la canción. Es que Tomi es un tipito. O sea, sigue siendo chiquito pero se va acercando a la adolescencia, un momento donde te ponés contestador y en teoría, sabés todo. Y si te fijás, aparece eso en su vínculo con el padre: por un lado le pide consejos y por otro piensa "este gordo me está chamuyando". Y por debajo de todo eso hay un amor, una complicidad entre ellos porque, en definitiva, todos tratamos de ser buenos padres. 

–Los homenajes siguen. De hecho, el libro también evoca a David Carradine, a Patrick Swayze, a Michael Jackson… 
–Cuando murió "Maicol", mi hijo y mi sobrino andaban como locos con Thriller, un video que les asustaba pero les atraía a la vez. Un día viene Tomás y me dice "En la escuela dicen que Maicol tal cosa y tal otra". Y vos le veías la cara de desilusión al pibe. Entonces, con mi hermano pensamos que no podías decirle que Papá Noel no existe. Y entonces usé la frase que le escuché a uno una vez: "Si hizo Billie Jean, para mí es inocente". Los ídolos tienen su costado humano, que a veces es bravo. Por eso hay una parte de la gente a la que le gusta cuando se caen. Y también están los otros, que se vuelven talibanes y defienden a un ídolo a toda costa. No están buenos los extremos. Ese año, encima, se murieron Carradine y Patrick Swayze. En Moreno, cerca de Isidro Casanova, donde nos criamos mi hermano y yo, había un boliche que se llamaba Sem donde se bailaba como en Dirty Dancing. Y había que saber bailar. 

–¿Vos eras un buen bailarín?
–Al momento de bailar soy como Whoopi Goldberg en Ghost: dejo que entre en mí el espíritu de Patrick (risas). Desconfiá del escritor de nuestra generación que no bailó Dirty Dancing, que no bailó Erasure, porque no tiene sangre. Hay que hacerse cargo de lo que tuvimos en nuestro prontuario.

–Una vez más, en esta como en otras historias (como la saga de Santería, Sacrificio y Chamamé) las mujeres son muy poderosas.
–Y sí. Yo siempre traté de ser muy agradecido con las mujeres de mi vida, desde mi mamá y mi tía Pocha a mis parejas. Ahora con Ultratumba exploro otras cuestiones que tienen que ver con lo femenino. La novela  transcurre en un penal de mujeres. Y es la historia de una separación de dos amantes, una interna y una guardacárcel, que vienen teniendo una relación hace un tiempo y tienen que cortarla. Después, el asunto deviene en una historia de zombis. Ahora que lo pienso, la novela se me está haciendo cada vez más oscura. 

–¿Cómo se llevan los chicos de tu relato con el mundo adulto?
–Tomi es parte del mundo actual. En el libro hay alusiones a Internet, al primer amor con esa intensidad que uno recuerda mucho tiempo, a las familias ensambladas. Igual, la idea era evitar entrar de lleno en la parte de sombras. Tomi no es un pibe que no ve lo que pasa; pero prefiere seguir jugando, como cualquier chico. La idea era no perder su punto de vista. Mi lugar como escritor tiene que ver con tirar las coordenadas mínimas, no explicar, no ponerse pedagógico. 

–Al principio de la entrevista decías que tus forajidos tienen cosas de nenes grandotes. Siguiendo con esto de tu lugar como escritor, ¿qué sucede con la dimensión lúdica de la escritura?
-Bueno, todos tenemos necesidad de jugar, de ser nenes de vez en cuando. La escritura no se hace de taquito, es un oficio que se aprende y tiene sus cosas. Pero a la vez, le tenés que sacar solemnidad, la tenés que pasar bien escribiendo. Y en ese sentido, el grupo ayuda. No me refiero a que todos deban ser escritores como uno, pero sí a tener ciertas afinidades. El grupo ayuda a mis personajes y me ayuda a mí en lo cotidiano. Cuando te encontrás gente con la que estás bien, es como que bajara el cono del silencio del Superagente 86, pero fuera un escudo. Te sentís más acompañado y también más poderoso. Los norteamericanos tienen al héroe solitario como referencia pero acá el héroe es colectivo, como El Eternauta. Y por otro lado, cuando la pasás bien con la gente que querés y te banca, te pasa como con la canción de los Ratones Paranoicos: querés que dure para siempre.  «