martes, 29 de abril de 2008

Posdata 2... y un comentario

Del blog Pateando el mundo.

Nuestro socio de Cables Cruzados nos dice que la misma editorial tiene publicado un “Gólgota” de Leonardo Oyola. Pocas, pero intensas páginas, que no debemos perdernos. Venga. ¡Otra anotación en nuestro cuaderno!

Anónimo dijo...
Jesús, también de Leonardo Oyola y en Salto de Página, leer "Chamamé". La novela negra del siglo 21 la escriben estos pendejos turros que para colmo tienen la vida por delante.

Y feliz Día del Animal, Rodolfo.

Guillermo

jueves, 24 de abril de 2008

Entre líneas

Cronicas sobre nuevos escritores

Antes que nada: ésta no es una nota sobre la Feria del Libro. Es un recorrido por algunos antros de perdición literaria donde la acción de leer en público viene acompañada de una vehemente postura lisérgica y rockera.

Por Julia Gonzalez y Juan Manuel Strassburger

Chicas y chabones que escriben sus impresiones cotidianas al tuntún y logran algunas de las mejores poesías de esta época. Noches de lectura que se parecen más a la previa de un recital under que a una añeja tertulia literaria. Novelas y relatos cortos que usan el rock, la cultura urbana, el sexo, las marcas, la mitología peronista y el habla cotidiana como contraseñas de una identidad presente. Editoriales autogestionadas, flyers, blogs, espontaneidad, mescolanza, actitud punk. Algo está pasando con la “literatura joven” (cada vez menos literaria y cada vez más joven) y va mucho más allá de círculos de vanguardia, operaciones de marketing o antologías más o menos representativas. “Ya no se necesita aparecer en un suplemento literario o publicar para que te convoquen a una lectura”, sintetiza Lucas “Funes” Oliveira, escritor y agitador clave de esta movida. Y es tal cual: las jerarquías de la academia y la crítica especializada continúan, pero lo cierto es que cada vez menos escritores (jóvenes) les llevan el apunte. Hoy más que nunca –y parafraseando a Los Auténticos Decadentes– cualquiera puede escribir. En todo caso, las premisas son otras: tener algo para decir. Y querer decirlo.

LA LOGIA DEL PACHA

“Se me paró la pija. Me estaba lavando los dientes y de a poquito, tirando el calzoncillo para arriba, apenas rozando al principio y escaldando después, mi pija se paró (...) No soy muy agradecido que digamos. Soy, más bien, cagón. Tampoco agraciado. Y mi pija es una pijita, una cosita marroncita que no asusta ni enternece.” Así empieza Te Dije Que Estaba Bueno Buenos Aires, uno de los tantos textos-bomba del Quinteto de La Muerte, el grupo de lectura que le está marcando el pulso a la literatura joven de esta época. “El tema pasa por no subirse nunca al pedestal. No me interesa ser escritor para el busto de bronce. Son laureles que no me interesan”, se planta Leonardo “El Tigre” Oyola, autor de Chamamé (una novela con personajes de roadmovie y vorágine de rock) e integrante del Quinteto junto a Federico Levín, Ignacio Molina, Ricardo Romero y el omnipresente Funes; todos con ya varios libros publicados, y responsables de convertir al CC Pachamama en el epicentro de esta movida.

“El Pacha es el Parakultural de estos tiempos”, sentencia Juan Diego Incardona, director de la revista digital El Interpretador y autor de Objetos Maravillosos, una colección de relatos impregnada de peronismo suburbano y surrealismo stone. Su amigo y colega Juan Terranova, otra figura clave en la movida por su obra de fuerte impronta generacional (el ya icónico El Ignorante y sus novelas El Pornógrafo y la inminente Mi nombre es Rufus sobre el ascenso y caída de una banda punk rock de los ‘80), describe el clima así: “No importa quién lea, en el Pachamama nunca falta la cerveza a buen precio. Y en el baño hay un cartel exhortando a los parroquianos a mantener las normas de higiene. La movida de ese lugar, con el Quinteto de la Muerte a la cabeza, fue en un momento fundamental para la recomposición de los lazos sociales entre narradores”.

Seguro, ya existían antes ciclos de lecturas importantes (Carne Argentina, Maldita Ginebra o el Grupo Alejandría). Pero las fechas del Quinteto son las que lograron hasta ahora la mayor repercusión fuera del estricto círculo literario. “Hay una alegría en las lecturas, una celebración que me hace acordar a los fenómenos populares, a las lecturas en las plaza”, señala Matías Laje, integrante del Terceto de la Suerte (completan Ale Raymond y Mario Torres), otro grupo de lectura que nació bajo el amparo del Pachamama, pero que tuvo su prueba de fuego arriba de un colectivo. “Les dijimos: ‘el bondi está tomado’. Y salvo una chica medio cheta que le protestaba a una amiga por teléfono, la gente lo tomó bien. Les asombraba que no quisiéramos venderles nada. No lo podían creer.” Y es verdad: ¿cuántas veces nos topamos con escritores que mendigan por sus libros fotocopiados en el colectivo o en el subte? Algo interesante de estas experiencias es que justamente rompen con actitudes pedigüeñas o lastimosas.

ACTITUD PUNK

“Nuestros libros son cosidos a mano y hechos artesanalmente”, cuenta Funes sobre Funesiana, la editorial que comanda junto a Terranova. “Los vendemos a 25 pesos. Y a los que nos piden rebaja les decimos ‘no, a 23 pesos andá a comprárselos a tu hermana’ (risas). Y lo mejor es que los vendemos igual”, grafica orgulloso. Y ciertamente no son los únicos. En sintonía similar operan los cordobeses de La Creciente, una editorial que le otorgó visibilidad a la escena joven de esa provincia (por ejemplo a Federico Falco, otro autor relacionado con la movida) de la mano de sus libros también artesanales; o los chicos de Casi Incendio La Casa (CILC), un colectivo con reminiscencias a los Verbonautas (legendario grupo de poesía y rock de los ‘90) que hace poco editó Vamos A Rockearla, un libro que es justamente eso: literatura con ojos y pulso de rock.

Pero entre las editoriales “indies” seguramente el caso de Tamarisco sea el más paradigmático. Nacieron a fines de 2006 con el objetivo de publicar autores de circulación under (Julián Urman, el propio Incardona), pero gracias a un boca en boca y una receptividad mayores a lo previsto pronto ganaron citas en todas partes. “La verdad es un misterio –confiesa, aún sorprendida, Sonia Budassi, una de los cuatro fundadores del proyecto (completan Hernán Vanoli, Violeta Gorodischer y Félix Bruzzone, todos escritores)–. No tenemos inversores, no tenemos capital, no vivimos de los libros que vendemos. Pero nos mantenemos independientes y seguimos publicando.” Lo cierto es que mérito tienen: sus libros son un ejemplo de diseño bello y cuidado.

Ahora bien, ¿este resurgimiento de la narrativa joven es trasladable también a la poesía? “La poesía nunca estuvo demasiado muerta”, afirma Al Jaramillo, poeta neuquino y agitador con Los Villancicos Vrutales, un ciclo de rock y lecturas que inauguró hace dos años cuando aún vivía en el sur. Ahora, instalado en Buenos Aires, se mezcló con los escritores locales y está participando desde donde puede, empezando por su blog Pólvora y Chimangos, para caldear un cacho la cultura. Hay que decir que una particularidad que reúne a estos poetas, más allá del rock, es la forma de escribir. Influidos por el chat, ciertos modismos y los medios virtuales, la apuesta es a la cotidianidad y subjetividad. Adrián Lauría, alias Jipi, responsable del blog Todos-esos-perros, dice que de a poco van cambiando las viejas pretensiones narrativas por otras que se amarran a lo cotidiano, que ahora se escribe como se habla y que se habla con franqueza
.
“Me parece que en los últimos años hay un incremento en la cantidad de lecturas en vivo, fanzines, inclusión de lecturas en recitales y ese tipo de eventos dentro de un circuito determinado, que lamentablemente no es masivo”, dice Cecilia Martínez Ruppel, periodista de profesión y poeta de nacimiento. Ella escribe el fanzine Muerte Chiquita, donde le habla en prosa al amor, más precisamente a la falta de amor, a partir de una mirada dark. Cecilia tiene una novela inédita, Subte, inspirada en un tema de Café Tacuba, que escribió a los 20, a la que califica de no publicable, por eso la sube al blog En el Subte, luego de haber desistido de eternas correcciones. Para el Jipi, que además toca en la banda de reggae-punk Claribel Mota, todo lo que se pueda decir acerca del mundillo de las letras ya lo escribió Roberto Arlt en el prólogo de Los Lanzallamas. “Hace rato que tengo una frase en mente, a la que todavía no pude darle un contexto”, dice el Jipi y al final la larga: “Mis amigos y yo somos todos del palo de los prólogos arltianos” (ése en el que el autor de Los Siete Locos se proclama escritor de ley por hacer de la pluma un arma).

NACIDO Y CRIADO

“Soñé que Calamaro iba a ver al Quinteto/ y nos contaba que escribiría una nota/ para la versión chilena de la Rolling Stone”, recitó Ignacio Molina en una de las tantas noches del año pasado en el Pacha, en alguno de los ciclos que alberga la casona del Pasaje Argañaraz. Es A Propósito es otro de los ciclos que fusionan rock y letras en el Pacha: Flopa, Rosario Bléfari, Pablo Grinjot, Marcelo Ezquiaga, Pablo Dacal y Alvy Singer, entre otros músicos, se enredaron con las lecturas y lo ya sabido, cazuelas de guiso, humo y mandarinas. Siempre en formato acústico, porque en estos ciclos hay que hacer el menor ruido posible. Por otro lado, el Rocanpoetry, organizado por CILC, es más bien itinerante. La convocatoria puede ser en el Pacha, en Espacio Plasma o en Morón, da lo mismo. Allí estuvieron Joe Palangana, Aldo Benítez, Julieta Rimoldi, Fútbol y Gabo Ferro, entre otros.

Reflexiona Oyola: “Nuestra generación no puede evitar las influencias que tienen sobre nosotros el rock, el cine o la televisión. A mí me pasa que pienso: este capítulo tiene que sonar como ese rap del Dante o tiene que tener la fuerza de Springsteen”. Esa influencia se nota, por ejemplo, en la forma en que la mayoría encara las lecturas. Terranova, por ejemplo, le da importancia a la actitud y sostiene que el que lee con voz de poeta, perdió. “A mí, cuando leo, me gustaría sonar como una buena banda de garage. Pero en mis mejores momentos, y si logro emborracharme antes de agarrar el micrófono, sueno como una banda dark de los ochentas cuyo tecladista se está muriendo de sida y no lo sabe.”

¿Sorpresa? No tanto. Si algo tienen en común la mayoría de estos escritores y poetas es que cuentan con una cultura rock omnipresente, casi invisible. Y, tal vez por eso, determinante: “El rock puede verse sólo como género musical, lo cual no comparto porque ya dejó de existir en forma pura, o como una actitud respecto a la vida, supongo. Esta actitud rockera se transmitiría a todas las actividades que uno realice. Mi escritura es definidamente rockera, soy rockero, no hay nada que pueda hacer para evitarlo”, dice Sebastián Matías Oliveira, participante de los ciclos Rocanpoetry y autor de Antipoemas y Presente Gourmet, de donde se extrae este texto con reminiscencias a Cromañón: “Doy mi primer seca y toso, obviamente. Y una vez adentro estar reloco era tener los ojos rojos. ¿Cómo tengo los ojos? ¿Tengo los ojos rojos? No había tanta luz pero sí banderas y estruendos. Bombas y luces de humo, lo normal. No me avergüenzo”.

Al Jaramillo cuenta que cuando hizo los últimos Villancicos Vrutales había un montón de pibes que fueron a ver a Ruido Explícito, una banda de punk made in Neuquén, y que muchos de los que allí estaban por la banda se quedaron a escuchar las lecturas. Hacia el final de la noche se podía ver al skater que pedía silencio para poder seguir escuchando a los escritores. “Esas cosas son realmente extrañas porque me hacen pensar que mi ciudad puede estar convirtiéndose en la próxima Seattle”, se entusiasma. “El rock es una influencia clara”, cierra Cecilia y compara la escritura con el ritmo y la musicalidad que el escritor japonés Haruki Murakami adjudica a las letras.

Publicado el jueves 24 de abril de 2008 en el Suplemento No de Página 12.

lunes, 21 de abril de 2008

En la balacera...

...otra reseña de Gólgota.

viernes, 18 de abril de 2008

Un idioma sin fronteras

Radio Televisión Española habla de Gólgota.
Para escuchar, descargar acá.

jueves, 17 de abril de 2008

Negro Absoluto

En Negro Absoluto, el crimen no paga. Tampoco cobra. Ni siquiera viaja: Buenos Aires es el redundante domicilio de los cadáveres, el aire por el que vuelan los tiros es siempre húmedo y porteño, y el repetido escenario de la pesquisa tiene las veredas rotas.

La sangre derramada suele ser negociada; pero no siempre. En Negro Absoluto vale la pena esperar hasta el final. No hay nada escrito y todo se está por escribir.

¿Qué tienen las calles de San Francisco que envidien las de Barracas? ¿Sangra distinto un cadáver de mujer en Parque Lezama que en el Central Park? ¿Qué nuevo Philip Marlowe tiene oficina en Avenida de Mayo? ¿Qué hermosa bruja justiciera resiste en la corrupta prehistoria de Puerto Madero? ¿Qué perplejo investigador trabajaba haciendo policiales en un diario popular de la Década Infame? ¿Qué extraños secretos esconderá la Buenos Aires de los dos obeliscos, medio incendiada después del Bicentenario?

La literatura policial argentina –la de Jorge Luis Borges, la de Roberto Arlt y Rodolfo Walsh- se merecía una colección de novela en la que, después de El Séptimo Círculo, Evasión, Rastros, Cobalto o Serie Negra, se asesine y se haga justicia usando exclusivamente sangre nacional. Que por fin las cosas –también en la ficción- hayan pasado, pasen o pasarán acá a la vuelta.


Completo, acá.

miércoles, 16 de abril de 2008

El talento que vino

A los dos lados del charco, los escritores nacidos después de 1970 se lanzan a la tarea de contar un tiempo sin tiempo, el que vino tras el desencanto ideológico de sus padres y la muerte oficial (siempre hay alguien dispuesto a firmar el certificado) de las grandes utopías. Había que contar una España que no siguiera navegando novelísticamente en el charco de la Transición o en el pozo negro de la guerra Civil. Había que contar, por ejemplo, una Argentina después de Videla & cía (y la CIA, off course); una Argentina crecida en el desengaño cuando la democracia volvió pero volvieron con ella los mismos de siempre, y otros clonados de la misma célula de su puta madre.

De momento, allí lo van consiguiendo más que aquí, donde parece que el bienestar tambaleante y el ansia de ser considerados europeos de verdad y no sólo españoles, ha llevado a muchos a jugar a la pijería literaria de la globalización, olvidando que la palabreja viene de globo. Y que los globos se pinchan. Los condones también.Larga introducción, espero que necesaria, para presentar a un novelista que se presenta solo, con su obra. Leonardo Oyola es uno de los que “allá” se ha echado encima esa tarea de contar y contar bien.

Para muestra, dos botones, ambos publicados en España en menos de un año, por la editorial Salto de Página. “Chamamé” es una historia de delincuentes que no pueden ser otra cosa, que se engañan y trampean y persiguen por la tropical zona de la Triple Frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay. Pero es mucho más que eso. Es también una novela llena de ritmo y maestría narrativa, en la que el pop, el rock y la televisión son elementos algutinantes de la cultura popular, pero no mirada con el monóculo del pijo que va buscando frikadas para elevarlas al altar de lo kitch; sino desde abajo, desde cerca, como puntos de encuentro emocional, puntos de partida al fin. De esta primera novela de Oyola en España (la segunda en publicarse, antes lo fue en Buenos aires “Siete y el Tigre Harrapiento”, finalista del Premio Clarín-Alfaguara), se ha dicho que huele a pólvora y a western moderno, y se ha dicho como un elogio.

Pero a mí Oyola no me engaña. Los dramas que él cuenta, aunque sucedan en las villas miseria sembradas de chabolas que rodean la Buenos Aires de postal, son dramas de factura shakespeariana, y beben de esa copa universal: amor, traición, amistad, venganza. El coctail de la vida desde siempre, pero tan bien mezclado que incluso cuando innova, no lo hace como el que niega todo lo que antes se ha escrito. Él escribe lo nuevo porque leyó y respeta lo viejo, y desde ese trampolín salta. Y cae bien.

“Chamamé” nos muestra a dos personajes de fuerte perfil: Manuel Ovejero, El Perro, convicto y fugitivo, de si mismo y de una Justicia que estando en la cárcel lo sacaba para robar en su beneficio; y su contrapartida, el Pastor Noé, un mesiánico delincuente convencido de que Dios le habla desde las canciones de la radio. Hay también un botín birlado, una novia que pudo ser más, y toda una lección sobre los códigos de honor de los malandras. Cualquiera (yo mismo, sin ir más lejos), con estos materiales, se hubiera dejado tentar por la sátira o por lá épica, igual de cómicas cuando se preparan con recetas y elementos pre-cocinados. Oyola no cae en esa trampa y factura una novela en perfecto equilibrio, rebosante de talento y madurez. Quién no sepa que tiene treinta y pocos, creerá que está ante un autor con experiencia de décadas y frescura intacta. Y el segundo botón, presentado en marzo en Madrid, no brilla menos que el primero.

Novela del desarraigo y la pertenencia, “Gólgota” narra la historia de dos policías de la periferia bonaerense, vecina de las chabolas y en la que la ley es apenas una bandera raída y un escudo en la fachada de la comisaría. Uno de esos maderos, Lagarto, es el cínico observador de todo lo que ocurre y frecuenta ambas orillas de este río sin agua y con fronteras sutiles, sin sentirse incómodo en ninguna de ellas. Su compañero, más jóven, Calavera, viene de las chabolas y no se ha alejado mucho geográficamente, pero sí en la escala social, al precio de hacerse policía. Ya no pertenece a ese mundo, nunca ha dejado de pertenecer a él. Y en esa contradicción compartida se teje el drama cuando los que tienen el deber de impartir justicia deciden hacerlo, pero hacerlo de verdad. Estremecedora y basada, según el autor, en la convicción de que todos podemos ser crucificados, pero también podemos crucificar, “Gólgota” es universal porque habla de algo que no pasa de moda: la actitud del hombre frente el sistema. Aunque en este caso el sistema sean los Pibes de Scaso, mafia pobre y mortal, pero mafia al fin, que se traga todo lo que tiene alrededor y se atraganta cuando alguien dice “no” y está dispuesto a pagar el precio por hacerlo.

Oyola estuvo unas semanas entre nosotros, y ahora, en Buenos aires, trabaja ya en la cocina de la novela de 2009, de la que conozco la trama pero no pienso contar nada. Mientras llega, tenemos tiempo para darnos dos buenos atracones de talento. Un talento que vino y que, afortunadamente, volverá.

Carlos Salem

Para leer en su sitio original, pinchar acá.

viernes, 4 de abril de 2008

Gracias, Peio

En la pág. 42 de la edición de hoy del Público.
Y si, no fui al Prado. Pero me fui de cañas por Malasaña, Lavapies, Tirso de Molina, Huertas, el barrio de las Letras y Puerta del Sol.


EL BOSCO SE ZURRA CON SCORSESE
UNO DE LOS NUESTROS// POR PEIO H. RIAÑO

Hace unas semanas cruzó el charco por primera vez. Tampoco hace mucho que llegó a la novela: en 2004 fue finalista del Permio Clarín-Alfaguara y en 2007 le conocimos acá, gracias a la trepidante novela Chamamé que la editorial Salto de Página tuvo a bien traer a nuestras librerías. Lo lleva encima. Toda esa experiencia la arrastra en su cuerpo y en su indumentaria. Una chupa de cuero desgastada, una gorra beisbolera y camiseta azul con el símbolo de Superman que le resta frialdad a una mirada que le rezuma calvario. Leonardo Oyola (Buenos Aires, 1973) parece haber esperado toda su vida a poder escribir, parece haberse hinchado más y más del mal rollo que mamó en el extrarradio de la capital argentina para soltarlo de golpe en un año. Un año pletórico, en el que pasó de estar a cero, de no ser nadie a publicar cinco libros. Los tenía ahí dentro metidos, le hacían daño.

Pelea y resiste

En su primera visita a España no sé si tuvo tiempo para visitar “la cancha” y el Prado. Me dijo que no quería marcharse de aquí sin conocer El jardín de las delicias de El Bosco. Toda esa capa de acero se le cae de golpe. No podía quitarme de la cabeza que delante tenía a un tipo silencioso que se tatúa el título de todas sus novelas a lo largo y ancho de su cuerpo. El de Chamamé lo tiene pecho arriba, casi en el cuello. Y Gólgota, que es la última novela que podemos leer de él por acá, estaba a punto de tatuárselo. Le asoma en el antebrazo el nombre de Ramón, su hijo. Sus libros también son hijos suyos. Estaba hablando con el mismo sujeto al que había leído decir que a todosnos pueden crucificar, pero que también podemos crucificar; que la venganza corre libre y que hay que decidir cómo llegar al Calvario, crucificando o crucificado; que puedes poner la otra mejilla, pero que silo haces, prepárate a pasarlo mal el resto de la vida. A Leonardo, su padre le enseñó a pelear cuando era un mocoso para que nadie le tocase un pelo. Porque él no estaría ahí para defenderle.

Muerde y mata

Al final ha terminado escribiendo como pelea. Es rápido, dribla, lleva el ritmo en el cuerpo, tiene mala leche, no baja la guardia ni un momento, es sucio y pringoso, cuesta quitárselo de encima y te hace trizas de una página a otra. Sus otros maestros son Tarantino y Scorserse, porque cuentan cosas que están pasando en cualquier callejón oscuro del mundo. Y esa es la materia prima de Oyola: la realidad de las narices, la chunga, la de su barrio, la de primero tú y luego tus compañeros. La realidad que muerde y mata. Su literatura es exorcismo y suelta lastre. Se vacía y experimenta con todo lo que vivió. Lo trae una y otra vez, le pasa la capita de ficción para que no haya tanta autobiografía, ensucia y ya no hay huellas.