viernes, 4 de abril de 2008

Gracias, Peio

En la pág. 42 de la edición de hoy del Público.
Y si, no fui al Prado. Pero me fui de cañas por Malasaña, Lavapies, Tirso de Molina, Huertas, el barrio de las Letras y Puerta del Sol.


EL BOSCO SE ZURRA CON SCORSESE
UNO DE LOS NUESTROS// POR PEIO H. RIAÑO

Hace unas semanas cruzó el charco por primera vez. Tampoco hace mucho que llegó a la novela: en 2004 fue finalista del Permio Clarín-Alfaguara y en 2007 le conocimos acá, gracias a la trepidante novela Chamamé que la editorial Salto de Página tuvo a bien traer a nuestras librerías. Lo lleva encima. Toda esa experiencia la arrastra en su cuerpo y en su indumentaria. Una chupa de cuero desgastada, una gorra beisbolera y camiseta azul con el símbolo de Superman que le resta frialdad a una mirada que le rezuma calvario. Leonardo Oyola (Buenos Aires, 1973) parece haber esperado toda su vida a poder escribir, parece haberse hinchado más y más del mal rollo que mamó en el extrarradio de la capital argentina para soltarlo de golpe en un año. Un año pletórico, en el que pasó de estar a cero, de no ser nadie a publicar cinco libros. Los tenía ahí dentro metidos, le hacían daño.

Pelea y resiste

En su primera visita a España no sé si tuvo tiempo para visitar “la cancha” y el Prado. Me dijo que no quería marcharse de aquí sin conocer El jardín de las delicias de El Bosco. Toda esa capa de acero se le cae de golpe. No podía quitarme de la cabeza que delante tenía a un tipo silencioso que se tatúa el título de todas sus novelas a lo largo y ancho de su cuerpo. El de Chamamé lo tiene pecho arriba, casi en el cuello. Y Gólgota, que es la última novela que podemos leer de él por acá, estaba a punto de tatuárselo. Le asoma en el antebrazo el nombre de Ramón, su hijo. Sus libros también son hijos suyos. Estaba hablando con el mismo sujeto al que había leído decir que a todosnos pueden crucificar, pero que también podemos crucificar; que la venganza corre libre y que hay que decidir cómo llegar al Calvario, crucificando o crucificado; que puedes poner la otra mejilla, pero que silo haces, prepárate a pasarlo mal el resto de la vida. A Leonardo, su padre le enseñó a pelear cuando era un mocoso para que nadie le tocase un pelo. Porque él no estaría ahí para defenderle.

Muerde y mata

Al final ha terminado escribiendo como pelea. Es rápido, dribla, lleva el ritmo en el cuerpo, tiene mala leche, no baja la guardia ni un momento, es sucio y pringoso, cuesta quitárselo de encima y te hace trizas de una página a otra. Sus otros maestros son Tarantino y Scorserse, porque cuentan cosas que están pasando en cualquier callejón oscuro del mundo. Y esa es la materia prima de Oyola: la realidad de las narices, la chunga, la de su barrio, la de primero tú y luego tus compañeros. La realidad que muerde y mata. Su literatura es exorcismo y suelta lastre. Se vacía y experimenta con todo lo que vivió. Lo trae una y otra vez, le pasa la capita de ficción para que no haya tanta autobiografía, ensucia y ya no hay huellas.