De momento, allí lo van consiguiendo más que aquí, donde parece que el bienestar tambaleante y el ansia de ser considerados europeos de verdad y no sólo españoles, ha llevado a muchos a jugar a la pijería literaria de la globalización, olvidando que la palabreja viene de globo. Y que los globos se pinchan. Los condones también.Larga introducción, espero que necesaria, para presentar a un novelista que se presenta solo, con su obra. Leonardo Oyola es uno de los que “allá” se ha echado encima esa tarea de contar y contar bien.
Para muestra, dos botones, ambos publicados en España en menos de un año, por la editorial Salto de Página. “Chamamé” es una historia de delincuentes que no pueden ser otra cosa, que se engañan y trampean y persiguen por la tropical zona de la Triple Frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay. Pero es mucho más que eso. Es también una novela llena de ritmo y maestría narrativa, en la que el pop, el rock y la televisión son elementos algutinantes de la cultura popular, pero no mirada con el monóculo del pijo que va buscando frikadas para elevarlas al altar de lo kitch; sino desde abajo, desde cerca, como puntos de encuentro emocional, puntos de partida al fin. De esta primera novela de Oyola en España (la segunda en publicarse, antes lo fue en Buenos aires “Siete y el Tigre Harrapiento”, finalista del Premio Clarín-Alfaguara), se ha dicho que huele a pólvora y a western moderno, y se ha dicho como un elogio.
Pero a mí Oyola no me engaña. Los dramas que él cuenta, aunque sucedan en las villas miseria sembradas de chabolas que rodean la Buenos Aires de postal, son dramas de factura shakespeariana, y beben de esa copa universal: amor, traición, amistad, venganza. El coctail de la vida desde siempre, pero tan bien mezclado que incluso cuando innova, no lo hace como el que niega todo lo que antes se ha escrito. Él escribe lo nuevo porque leyó y respeta lo viejo, y desde ese trampolín salta. Y cae bien.
“Chamamé” nos muestra a dos personajes de fuerte perfil: Manuel Ovejero, El Perro, convicto y fugitivo, de si mismo y de una Justicia que estando en la cárcel lo sacaba para robar en su beneficio; y su contrapartida, el Pastor Noé, un mesiánico delincuente convencido de que Dios le habla desde las canciones de la radio. Hay también un botín birlado, una novia que pudo ser más, y toda una lección sobre los códigos de honor de los malandras. Cualquiera (yo mismo, sin ir más lejos), con estos materiales, se hubiera dejado tentar por la sátira o por lá épica, igual de cómicas cuando se preparan con recetas y elementos pre-cocinados. Oyola no cae en esa trampa y factura una novela en perfecto equilibrio, rebosante de talento y madurez. Quién no sepa que tiene treinta y pocos, creerá que está ante un autor con experiencia de décadas y frescura intacta. Y el segundo botón, presentado en marzo en Madrid, no brilla menos que el primero.
Novela del desarraigo y la pertenencia, “Gólgota” narra la historia de dos policías de la periferia bonaerense, vecina de las chabolas y en la que la ley es apenas una bandera raída y un escudo en la fachada de la comisaría. Uno de esos maderos, Lagarto, es el cínico observador de todo lo que ocurre y frecuenta ambas orillas de este río sin agua y con fronteras sutiles, sin sentirse incómodo en ninguna de ellas. Su compañero, más jóven, Calavera, viene de las chabolas y no se ha alejado mucho geográficamente, pero sí en la escala social, al precio de hacerse policía. Ya no pertenece a ese mundo, nunca ha dejado de pertenecer a él. Y en esa contradicción compartida se teje el drama cuando los que tienen el deber de impartir justicia deciden hacerlo, pero hacerlo de verdad. Estremecedora y basada, según el autor, en la convicción de que todos podemos ser crucificados, pero también podemos crucificar, “Gólgota” es universal porque habla de algo que no pasa de moda: la actitud del hombre frente el sistema. Aunque en este caso el sistema sean los Pibes de Scaso, mafia pobre y mortal, pero mafia al fin, que se traga todo lo que tiene alrededor y se atraganta cuando alguien dice “no” y está dispuesto a pagar el precio por hacerlo.
Oyola estuvo unas semanas entre nosotros, y ahora, en Buenos aires, trabaja ya en la cocina de la novela de 2009, de la que conozco la trama pero no pienso contar nada. Mientras llega, tenemos tiempo para darnos dos buenos atracones de talento. Un talento que vino y que, afortunadamente, volverá.
Carlos Salem
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