¿Qué hubiera pasado si Superman en lugar de caer con su nave en Smallville, Kansas, lo hubiera hecho en un baldío de Rafael Castillo? Y cómo sería su destino si en lugar de ser educado en la estricta moralina norteamericana se hubiera hecho hombre haciendo equina en un barrio de La Matanza?
Una posible respuesta es Nafta Súper, el héroe conurbano y protagonista de esa maravillosa ucronía que es KRYPTONITA, la notable última novela de Leonardo Oyola publicada hace unos meses.
Una tardecita de este enero nos encontramos con él en un barcito para hablar sobre este universo tan peculiar de su literatura que lo ha convertido en uno de los más interesante narradores de su generación.
Por Zappa
¿Por qué sos escritor?
No sé, qué se yo, salió por haber ido a un taller, en realidad al único que fui que fue el del maestro Laiseca. Eso fue entre 2003 y 2007, ahí escribí mis primeras tres novelas. Y así fue saliendo, de los ejercicios que él nos daba, de ponerle un poco más de garra a algunos cuentos, y después cuando salió la idea de la primera novela. Es como que de a poco te ibas sintiendo cada vez más sólido en el oficio, y después es como que vas prescindiendo de algunas cosas y te vas enganchando más en la escritura.
Vos en 2003 tenías 30 años, ¿antes qué habías hecho? ¿Escribías?
Yo tengo una formación académica como Licenciado en Ciencias de la Comunicación, y mi primer contacto con la escritura fue como periodista escribiendo crítica de cine. En el 2001, ese laburo se perdió. A mí siempre me había gustado mucho estudiar pero no quería volver a la instancia de exámenes y finales y toda esa historieta. Y había un muchacho con el que yo trabajaba que siempre me decía que mis críticas de cine eran muy literarias, y me preguntaba siempre si yo no había escrito ficción. Y le decía que no, y él me hinchaba para que fuéramos a un taller, pero yo tenía ese prurito con los talleres, creo que un poco por el estereotipo que hay sobre los talleres como lugares en donde las devoluciones de lo que vos escribís son muy zarpadas, y te dan leña. Y la verdad es que cuando llegué a lo de Laiseca me sentí muy a gusto. Yo lo había visto en un bar contando cuentos de terror, y ahí me dijeron que daba talleres. Entonces, fui con este muchacho. Yo seguí y él no. Ahí se fue armando un grupo muy sólido y todos tuvimos ese momento de pasar a ser editados, que fue alrededor de 2005. A mí ese año me editan Siete & el Tigre Harapiento. Y bueno, de ahí en más fue ir entendiendo las reglas de este juego y darle para adelante.
Siempre se repite que la década del 90 fue una época con mucha vitalidad en la poesía, en un momento donde publicar narrativa para nuevos autores era muy difícil. Sin embargo, en estos últimos años hay un regreso fuerte de la narrativa. ¿Te sentís parte de ese regreso?
Sí, y también me siento un tipo muy afortunado. Creo que hay un factor grande de suerte pero, a la vez, siempre también lo apoyé desde el laburo. La vuelta esta de la narrativa, el comienzo fuerte de los encuentros de narradores que leían sus textos, de los que yo formé parte, y la revalorización del trabajo sobre los géneros son parte de este proceso. Yo siempre trabajo sobre el formato del género policial.
Me interesa tu trabajo sobre la literatura de género.
Eso creo que tiene que ver con mi formación con Laiseca. Probablemente si yo hubiera tenido otra experiencia en otro taller o si hubiera hecho la carrera de Letras hubiera tenido la cabeza y el corazón volcado hacia otro lado. Esto es lo que me divierte, es lo que me parece más seductor. Creo que por ahí tengo el oficio. Si me proponen otra cosa lo puedo hacer, pero de corazón, lo que me sale es el género.
¿Y cómo es laburar de escritor?
Cada uno tiene su forma de hacerlo. Yo cada vez más me doy cuenta que esto es más cranear en un comienzo y después, cuando te sentás, no despegás el culo en dos meses. Pero no es que todos los días estás escribiendo al nivel de conexión de cuando te largaste. Para mí lo mejor de todo esto es que no desconecto. Yo me puedo encontrar con un amigo o salir a pasear con mi pareja, pero está constantemente presente esto. Estonces, soy un privilegiado de poder dedicarle 12 horas porque yo siento que laburo de esto y mi tiempo está dedicado ahí. De vez en cuando, y para estar más holgado económicamente, si aparece una nota para hacer en algún medio lo agarro, pero después, de la forma en que se fue dando la rueda, para mí escribir es un laburo. Hay una cuestión física en todo esto. Gustavo Nielsen dice que si cuando terminás de escribir una novela no estás medio roto es que algo no anduvo ahí. Y uno se va acostumbrando y por eso ahora tenés el lomo para escribir dos novelas al año, y más adelante eso no lo podés hacer porque realmente el físico no te da. Y más si te empieza a patear en contra la cabeza. El otro privilegio que tengo es haber sido publicado afuera. Eso te ayuda. Yo tengo publicadas las novelas Gólgota y Chamamé en España, y eso también me abrió a hacer colaboraciones en diarios españoles. Yo vivo un poco ajustado pero vivo de esto.
En qué momento te diste cuenta que lo que vos escribías gustaba y que empezaban a aparecer los lectores.
Con Hacé que la noche venga. Esa era una novela que estaba distribuida en una editorial grande, entonces, si salía una nota y en cualquier lugar del país, alguien iba a la librería de ese lugar, la novela estaba. Cuando editás en una editorial chica y la gente te empieza a escribir preguntándote dónde pueden conseguir tal o cual novela es cuando ves la limitación de ese otro circuito. La suerte que estoy teniendo ahora con Kryptonita es que el libro está, eso es imbatible. Por ejemplo, en 2008 publiqué Chamamé en España y gané un premio allá, y me publicaron Hacé que la noche venga y Santería, y en ese momento es como que no acompañé bien esos libros. Recién estaba empezando y no entendía bien el juego. Y este año fue distinto. Me lo puse en la cabeza y cuando salió el libro estuve 40 días acompañándolo: presentaciones, entrevistas, conferencias. Hay que estar al pie del cañón, para el pibe que escribe la revista del barrio y para el medio grande.
¿Cómo te llevás con el prestigio, cada vez que te ponen entre los mejores narradores de tu generación?
Eso es un gran piropo, en un gran aliento para seguir escribiendo. Pero los laureles, que está muy bien recibirlos, se marchitan. Yo lo que más agradezco de todo esto es que sé que tengo a alguien que está esperando un libro mío y que tengo una carta para que me lea un editor. De ahí a que publiques es otra historia, pero alguien que está empezando a escribir sabe lo importante que es que un editor lea lo que vos hacés. Eso es lo que logré ya en esta vida como escritor, y estoy contento. Tengo que saber cuidar eso, y eso se hace con laburo y confiando. Siempre se te presenta el momento de duda, el momento en que mariconeás y decís “pero, la puta, dónde lo perdí”, como una crisis de fe. Y después se va encaminando la historia.
En algún momento te estereotiparon como “el escritor tumbero”, te preguntaban en las entrevistas si habías estado preso, o por los tatuajes, etc. ¿Se calmó eso, sigue, te molestaba, te sirvió en su momento para hacerte visible?
Lo que traté fue de alejarme de eso porque creo que había un error que era que pensaban que yo escribo como escribo porque vengo de donde vengo.
¿Y de dónde venís vos?
Y de allá, del Conurbano y de cómo es la vida allá. Pero yo creo que si no tenés formación, si no leés, podés tener una cosa viceral y empezar a largarla, pero eso tiene que estar direccionado. Ahí influyó mucho mi trabajo en el taller, pero yo ya tenía mi background, yo había pasado por la facultad, tenía mis libros leídos. No quiero sonar fulero, pero no es que el escritor que viene de una parte más pobre es mejor que el que tiene una vida más acomodada. Me parece que todos sangramos igual frente a la computadora.
Y no es que yo voy a estar chupado frente a la computadora, al revés, a la hora de escribir voy a estar lo más lúcido posible, es más, no te pongo ni el vaso de agua al lado de la compu porque se me llega a caer y la llego a hacer mierda, con lo que me costó tenerla, sabés cómo la lloro. Pero esa también es la fantasía que tiene cada uno.
Al mismo tiempo, también es cierto que en la narrativa actual aparece el Conurbano como un espacio de representación literaria fuerte, y tu lengua literaria trabaja mucho con los modos del lenguaje de ese espacio social.
Sí, porque nosotros venimos de allá. Uno labura su ficción desde lo que le tocó vivir por ese asidero que tiene que tener la mentira para que vos la creas. Va por ese lado. A mí al principio me chocaba cuando en los circuitos narrativos de la Capital hablaban del Conurbano. Y nosotros allá nunca dijimos “yo soy del Conurbano”. Es algo de acá hacia allá. Yo soy de Casanova, listo, ya está, a otra cosa. Pero me parece que tiene que ver con que se empezaron a escuchar otras cosas después del 2001. Nosotros también somos producto de eso, aunque la literatura llega siempre un poco más tarde. El rock barrial, por ejemplo, si lo pensás como protesta en el segundo gobierno de Menem es muy loco, porque es la banda de sonido del 2001 pero en el momento en que las cosas estaban sucediendo. La literatura tiene un delay, la novela más importante sobre el 2001 es El año del desierto, de Pedro Mairal. Es una novela de género. Pedro la escribió en 2004 y la publicó en 2005.
Pero esa novela tiene una pretensión explicativa sobre el 2001, en tus novelas, si bien hay una hipótesis, no está tan explicitada.
Lo que pasa es que lo que me gusta a mí son los personajes, y los personajes tienen que ser tipos de acción. Los pibes tiene un dicho allá que es “no lo pensás, lo hacés”, es decir, después de que vos lo hiciste viene la reflexión. Y eso es lo que a mí me gusta y es lo que te da el género policial y sobre todo los personajes que están por izquierda, ni siquiera los marginales sino los que están rompiendo la norma. Entonces, cuando lo leés en la ficción te volvés hincha de los tipos así.
¿Qué es Kryptonita?
Desde la lectura del mundo de los comics, es un else world, es decir, qué hubiera pasado si la nave que traía al héroe que después se iba a conocer como Superman hubiera caído en un baldío de La Matanza. A mí lo que siempre me llamó la atención de Superman es que al tipo que es invulnerable lo que termina matando son restos del lugar de donde vino. Entonces yo pensaba que si él se quedara allá, si se quedara haciendo esquina, si nunca sale de esas calles el tipo nunca iba a poder desarrollar sus poderes, nunca iba a poder volar. La kryptonita es eso, es no quedarse atado al lugar de donde venís pero en donde no querés estar. Superman puede ser kryptoniano pero termina siendo como el humano más ideal y es un extraterrestre.
En el caso de mi novela, mi Superman, que se llama Nafta Súper está en un momento de su vida que no le alcanza sólo con haberse quedado allá, con haber pateado allá, y el tipo se quiere ir.
Lo que me llama la atención es como construís el habla de esos personajes.
Bueno, es evocar cómo hablábamos nosotros porque ese lugar de pertenencia también tiene un habla especial, unos guiños específicos. Y es un poco escuchar cómo hablan los pibes allá.
Me da la sensación que es como que vos tenés un pie en cada mundo, uno “acá” y otro “allá” como vos decís.
Es lo que me decían al principio y a mi me enojaba, pero tenían razón. Yo sé que me puedo dedicar de lleno a esto porque estoy acá. Yo no sé si podría escribir de allá, estando allá. Tuve que salir para poder escribir sobre lo que pasaba allá.