viernes, 29 de junio de 2007
martes, 19 de junio de 2007
Sugar
Si la memoria no me falla, creo que ahí fue donde registré la marca de una cerveza que iba a probar -por primera vez- cuando duplicara la edad que tenía en ese momento. Budweisser estaba escrito en la lona, en las esquinas y hasta en la bikini de la mina que pasaba anunciando con un cartel cada round.
Fue la madrugada de un domingo. Todavía siento el frío temprano de ese abril. Yo me pellizcaba las manos para mantenerme despierto. En “Trasnoche Aurora Grundig” había visto una película de terror con un Drácula rubio y de traje blanco. Cambié de canal haciendo retroceder la perilla del siete al dos. Y me encontré con Osvaldo Príncipi y un periodista que era idéntico a Juan Ramón hablando. Enseguida fui a despertar a mi papá y a mi hermano; asustado, pensando que ya habían subido los boxeadores al ring.
Puse a calentar el agua para el mate mientras mi viejo se lavaba la cara y los dientes. Mi hermano salió de nuestra pieza envuelto en una colcha. Nos sentamos los tres en el sillón. Cebé el primer amargo cuando sonó la campana.
Le teníamos bronca a esos dos negros de mierda.
Y también los admirábamos.
Habían hecho cagar fuego a nuestros pollos. Uno a “Pipino” Cuevas. Otro a “Martillo” Roldán. Los dos a “Mano de Piedra”.
Esperábamos que se maten. Y así lo hicieron.
No se noquearon. Duraron los doce rounds.
Y en fallo dividido ganó el que había terminado sostenido por su esquina. Las piernas no le daban más.
Pero Sugar Ray había obtenido la victoria a cuarenta y dos segundos de que finalizara el cuarto asalto.
El Gráfico, Osvaldo Príncipi y hasta mi papá decían que la trompada de “Maravilla” Hagler era la trompada más larga del mundo por los kilométricos brazos que tenía el pelado.
Pero ese día la trompada más larga la dio Leonard.
Un tirabuzón. Dos vueltas, para nuestros ojos, en sentido contrario al de las agujas del reloj. El aviso del tremendo gancho al estómago que se comió ese doberman rabioso parado en sus dos patas traseras que era Hagler.
Esa trompada nos despabiló, no a mi hermano.
Príncipi y ese que se parecía al que cantaba “Tabaco y ron”, emitieron un sonido a mitad de camino entre risa y grito. Los relatores norteamericanos tuvieron la misma reacción, pronunciando más largas sus vocales.
Mi papá y yo nos levantamos de un salto. Y ahí se me escapó de las manos la pava. Y a la pava se le salió la tapa.
De pedo no le quemé las pelotas a mi viejo. Sí las gambas. Mi papá me sacudió un coquito en la cabeza y nos mandó a dormir a los dos. Mi hermano sin comerla ni beberla. Siempre con la colcha encima, encaró para la pieza y se dejó caer boca abajo en su cama. Todavía me reputeaba mi viejo cuando vio la repetición de la trompada de Leonard. Eso lo hizo recordar cómo era sonreír.
Yo cerré la puerta corrediza cuidando dejarla un poco abierta para seguir mirando la pelea a escondidas. El comedor estaba a oscuras y la única luz encendida era la pantalla gris del televisor.
Puse a calentar el agua para el mate mientras mi viejo se lavaba la cara y los dientes. Mi hermano salió de nuestra pieza envuelto en una colcha. Nos sentamos los tres en el sillón. Cebé el primer amargo cuando sonó la campana.
Le teníamos bronca a esos dos negros de mierda.
Y también los admirábamos.
Habían hecho cagar fuego a nuestros pollos. Uno a “Pipino” Cuevas. Otro a “Martillo” Roldán. Los dos a “Mano de Piedra”.
Esperábamos que se maten. Y así lo hicieron.
No se noquearon. Duraron los doce rounds.
Y en fallo dividido ganó el que había terminado sostenido por su esquina. Las piernas no le daban más.
Pero Sugar Ray había obtenido la victoria a cuarenta y dos segundos de que finalizara el cuarto asalto.
El Gráfico, Osvaldo Príncipi y hasta mi papá decían que la trompada de “Maravilla” Hagler era la trompada más larga del mundo por los kilométricos brazos que tenía el pelado.
Pero ese día la trompada más larga la dio Leonard.
Un tirabuzón. Dos vueltas, para nuestros ojos, en sentido contrario al de las agujas del reloj. El aviso del tremendo gancho al estómago que se comió ese doberman rabioso parado en sus dos patas traseras que era Hagler.
Esa trompada nos despabiló, no a mi hermano.
Príncipi y ese que se parecía al que cantaba “Tabaco y ron”, emitieron un sonido a mitad de camino entre risa y grito. Los relatores norteamericanos tuvieron la misma reacción, pronunciando más largas sus vocales.
Mi papá y yo nos levantamos de un salto. Y ahí se me escapó de las manos la pava. Y a la pava se le salió la tapa.
De pedo no le quemé las pelotas a mi viejo. Sí las gambas. Mi papá me sacudió un coquito en la cabeza y nos mandó a dormir a los dos. Mi hermano sin comerla ni beberla. Siempre con la colcha encima, encaró para la pieza y se dejó caer boca abajo en su cama. Todavía me reputeaba mi viejo cuando vio la repetición de la trompada de Leonard. Eso lo hizo recordar cómo era sonreír.
Yo cerré la puerta corrediza cuidando dejarla un poco abierta para seguir mirando la pelea a escondidas. El comedor estaba a oscuras y la única luz encendida era la pantalla gris del televisor.
domingo, 17 de junio de 2007
jueves, 14 de junio de 2007
martes, 12 de junio de 2007
domingo, 10 de junio de 2007
Crónicas de motel
hubo una época en que mamá llevaba una 45
yo en una cadera
la pistola en la otra
vivía en una comunidad de mujeres
esposas de pilotos
cabañas metálicas prefabricadas
llovía constantemente
las esposas estaban inquietas
sin sus maridos
la selva estaba infestada de japoneses
que robaban la colada de alambres
las mujeres disparaban a la menor provocación
a veces contra la sombra de otra mujer
a mi mamá y a mí nos dispararon una vez
fue su mejor amiga
las balas dejaron grandes agujeros mellados
en las paredes de hojalata
más adelante encontré una calavera de japonés
junto al depósito de agua
las hormigas salían
de un agujero de bala
justo en la sien
26/12/81
Homestead Vallery, Ca.
jueves, 7 de junio de 2007
Nevermind
“Hay grandes escritores que en la cancha pueden ser virulentos peleadores y después en la literatura tienen miedo. ¿Pero de qué? ¿De fracasar? Si ser escritor ya es fracasar. ¿Qué peor te puede pasar? ¿Cuál sería el éxito de un escritor? ¿Ganar el premio nacional, 1500 mangos por mes? ¿La jubilación de un sargento? Ser escritor es fracasar en la vida. Casi todos terminamos mendigando la beca, el pequeño premio.”
*Entrevista realizada por Agustín Valle
Foto de Catalina Angelinetti
RS Arg. Nro. 111
sábado, 2 de junio de 2007
Mandando fruta
*Gracias, Kar-El. Por el momento Kodak.
Y por todo lo demás también.
*Y al Rusi, Grillo, Selva y la flaca por el "vídeo".
Y por todo lo demás también.
*Y al Rusi, Grillo, Selva y la flaca por el "vídeo".
viernes, 1 de junio de 2007
Fe de erratas*
DOS ESCRITORES NOVELES ARGENTINOS LLENOS DE EXPERIENCIA
La editorial Salto de Página presenta sus dos últimas novelas de la Colección Púrpura.
Un escritor joven, que se ha tatuado el título de su obra en el pecho, y un director de periódicos de frontera que acaba de publicar su primera novela. Son Leonardo Oyola, con su novela Chamamé y Carlos Salem, autor de Camino de ida, ambas publicadas por la nueva editorial Salto de Página.
Casa de América acogió el jueves 31 de mayo la presentación a la prensa de las dos últimas novelas de la editorial Salto de Página, que irrumpe en el mercado editorial apostando por obras de calidad pensadas para el disfrute de los lectores exigentes. Los dos nuevos autores, ambos argentinos, estuvieron arropados por dos escritores españoles: Carlos Salem por Gonzalo Torrente Malvido, autor de numerosas obras, entre las que destacan Puro cuento o Torrente Ballester, mi padre; y Rafael Reig, una de las voces más novedosas de la literatura contemporánea, que presentó a un ausente Leonardo Oyola, que lanzó sus palabras desde un vídeo grabado desde su residencia en Buenos Aires.
Leonardo Oyola (1973), crítico de cine y escritor, autor de varias obras narrativas, entre las que destaca Siete y el Tigre Harapiento, que obtuvo la tercera mención del Premio Clarín-Alfagura 2004, publica su primera novela en España. Rafael Reig, con su habitual tono, la definió como “un nieto de Don Segundo Sombra”, la obra clásica de Ricardo Güiraldes, “que en vez de un caballo va en un coche o en una moto, que ha leído a Kerouac y la generación beat y se mete en una película de Tarantino rodada cerca de Misiones, Argentina.” Historia de aprendizaje y de destrucción, Chamamé gira en torno a una persecución entre delincuentes, que muestra intensas emociones humanas, “una caída al abismo mediante un estilo de lirismo sucio, que convierte el argot presidiario en una suerte de poema prolongado”, sostuvo entusiasmado el autor de Sangre a borbotones.
Periodista freelance y director de diarios como El Faro de Ceuta, Carlos Salem (1959) ha tramado en Camino de ida una obra en el Marruecos que él mismo ha vivido durante décadas. Es, según él mismo nos cuenta, “una historia de individuos que están perdidos y quieren ganar por una vez”. “Un disparate verosímil por lo bien que está escrita”, dijo de ella su padrino, Gonzalo Torrente Malvido. Entre los personajes de la novela, se destaca Charly, un hippy cuarentón que dice ser Carlos Gardel y que tiene cuentas pendientes con Julio Iglesias.
*Donde dice "su residencia en Buenos Aires", debería decir "la casa de Selva Almada y Grillo Valdez".
La misma casa donde se terminó de escribir "Chamamé".
La editorial Salto de Página presenta sus dos últimas novelas de la Colección Púrpura.
Un escritor joven, que se ha tatuado el título de su obra en el pecho, y un director de periódicos de frontera que acaba de publicar su primera novela. Son Leonardo Oyola, con su novela Chamamé y Carlos Salem, autor de Camino de ida, ambas publicadas por la nueva editorial Salto de Página.
Casa de América acogió el jueves 31 de mayo la presentación a la prensa de las dos últimas novelas de la editorial Salto de Página, que irrumpe en el mercado editorial apostando por obras de calidad pensadas para el disfrute de los lectores exigentes. Los dos nuevos autores, ambos argentinos, estuvieron arropados por dos escritores españoles: Carlos Salem por Gonzalo Torrente Malvido, autor de numerosas obras, entre las que destacan Puro cuento o Torrente Ballester, mi padre; y Rafael Reig, una de las voces más novedosas de la literatura contemporánea, que presentó a un ausente Leonardo Oyola, que lanzó sus palabras desde un vídeo grabado desde su residencia en Buenos Aires.
Leonardo Oyola (1973), crítico de cine y escritor, autor de varias obras narrativas, entre las que destaca Siete y el Tigre Harapiento, que obtuvo la tercera mención del Premio Clarín-Alfagura 2004, publica su primera novela en España. Rafael Reig, con su habitual tono, la definió como “un nieto de Don Segundo Sombra”, la obra clásica de Ricardo Güiraldes, “que en vez de un caballo va en un coche o en una moto, que ha leído a Kerouac y la generación beat y se mete en una película de Tarantino rodada cerca de Misiones, Argentina.” Historia de aprendizaje y de destrucción, Chamamé gira en torno a una persecución entre delincuentes, que muestra intensas emociones humanas, “una caída al abismo mediante un estilo de lirismo sucio, que convierte el argot presidiario en una suerte de poema prolongado”, sostuvo entusiasmado el autor de Sangre a borbotones.
Periodista freelance y director de diarios como El Faro de Ceuta, Carlos Salem (1959) ha tramado en Camino de ida una obra en el Marruecos que él mismo ha vivido durante décadas. Es, según él mismo nos cuenta, “una historia de individuos que están perdidos y quieren ganar por una vez”. “Un disparate verosímil por lo bien que está escrita”, dijo de ella su padrino, Gonzalo Torrente Malvido. Entre los personajes de la novela, se destaca Charly, un hippy cuarentón que dice ser Carlos Gardel y que tiene cuentas pendientes con Julio Iglesias.
*Donde dice "su residencia en Buenos Aires", debería decir "la casa de Selva Almada y Grillo Valdez".
La misma casa donde se terminó de escribir "Chamamé".
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