martes, 31 de julio de 2007

El cuestionario de nuestro Clark Kent

Leonardo Oyola, autor de Chamamé, otra de las novelas lanzadas por Salto de Página para su Colección Púrpura, nació en Buenos Aires en 1973, ciudad en la que vive y dónde fue publicada Siete & el Tigre Harapiento, su primera novela por la editorial Gárgola (2005) para la colección Laura Palmer no ha muerto. Leo forma parte de El Quinteto de la Muerte, un grupo de trovadores que recorren la ciudad y el país ofreciendo sus lecturas al público. Dialogando con él vía MSN se lo nota muy entusiasmado con esta posibilidad de publicar en España y de acceder al público latino que reside aquí. Leo estudió Ciencias de la comunicación y trabajó en una escuela como bibliotecario. Paralelamente empezó a escribir crítica de cine para portales de Internet, hasta que un compañero de trabajo lo invitó a una presentación de Alberto Laiseca, un escritor de culto en Argentina, que se convertiría en su maestro.

Lo fui a ver narrar un cuento en Palermo y cagué fuego. Empecé a comprar los libros de él y sin propuestas laborales redituables en el campo de la crítica pateé el tablero y pasé a estudiar con Laiseca. Fue lo mejor que me podía pasar. Otras influencias literarias de Leo son los clásicos: Arthur Conan Doyle, Raymond Chandler, Rubem Fonseca y sus contemporáneos Guillermo Orsi y Ernesto Mallo en el género policial. Tampoco puedo olvidarme de los cómics, fundamentales para escribir diálogos. El Increíble Hulk es mi personaje favorito. Leo sabe que lo de ser escritor no es fácil, que hay que trabajar mucho para lograrlo. Después de varios cuentos del que solo rescato uno –Oxidado- empecé a escribir el Tigre Harapiento. De ahí en adelante supe que había que meterle mucho laburo y así lo hice.
En Siete & el Tigre Harapiento, un policial ambientado a fines del siglo XIX en Buenos Aires, hay una gran labor investigativa. En Chamamé, la referencia fílmica y musical es constante. Leo es muy consciente de la influencia que su formación en el periodismo ejerce en su escritura. Los narradores estamos haciendo ficción. Mentimos. Y una de las cosas para lograr que el lector nos lea y crea en nuestra propuesta, en nuestra mentira, es darle un asidero de verdad, algo que conozca. En el Tigre Harapiento ese asidero es la investigación, respetar lo verosímil de la época. Chamamé es tratarnos de igual a igual, hablar de cosas que sabemos todos. Para mí es muy importante la oralidad del texto y eso lo compruebo en las lecturas del Quinteto.

Su flamante Chamamé, música y baile típico del litoral argentino, se desarrolla precisamente allí, en sus rutas, cerca de la frontera con Paraguay, echando mano muchas veces a expresiones en la lengua guaraní que habla la gente de la zona. Mi mamá es paraguaya. Conozco bastante esas rutas de mierda. Entiendo el idioma aunque no lo hablo y muchas de las historias que narro en la novela primero me las contaron a mí o las vi.

Chamamé es una especie de western moderno, una eterna persecución entre dos aberrantes delincuentes, el Perro y el Pastor Noé, personajes que nunca quedan empatados. El Perro es un delincuente profesional. Punto. Pero eso no impide que como hombre se emocione, enamore o mire el pasado con odio recordando cómo le enseñó su viejo a boxear. Noé y el Perro son caras de una misma moneda. Tipos que saben hacer lo suyo muy bien. El Pastor quiere una segunda oportunidad. El Perro no. Ya nació con la mierda hasta el cuello y no sabe hacer otra cosa. Es un tipo al que le dan a elegir entre el amor y la furia y elige la furia. Lo cierto es que Leo tiene la capacidad, tanto en Chamamé como en el Tigre Harapiento, de construir personajes que son despreciables pero a su vez logra que el lector acabe cogiéndoles cariño y hasta le parezcan invencibles, inmortales.

Lo de hacer a mis protagonistas queribles no lo hago a propósito, me parece que humanizo la hijaputez de ellos y después creo que todos –los lectores también- en el fondo contribuimos a que estos personajes se salgan con la suya. Les perdonamos sus pecados porque ellos no respetan normas. Tanto la Orquesta del Gato Cabezón como Noé y el Perro están fuera del sistema y ese coquetear con lo salvaje que ellos hacen tan impunemente a más de uno le gustaría poder concretarlo en lo que nos toca vivir diariamente.

Esta cuarta novela de la Colección Púrpura, además de hacer mención expresa a películas como King Kong, Calles de fuego, Nueve semanas y media o Dirty dancing, también homenajea a otras joyas como Magnolia (lluvia de ranas incluida) y, por la forma de plasmar sus giros y tiempos, a Pulp Fiction. Y… seguramente lo de Pulp Fiction es tal cual lo decís. Tarantino siempre me partió la cabeza por su forma de narrar. Pero si de alguien aprendí mucho viendo sus películas es de Scorsese. Lo de Magnolia si fue adrede. Quise jugar con la locura y el dolor del Pastor Noé haciendo hincapié en las plagas bíblicas enumeradas en las sagradas escrituras, que él va interpretando con las señales en el camino que hace a Reconquista.


Leo, además de cinéfilo, se destapa como bastante melómano. Las alusiones a la música contemporánea –en especial al pop y al rock argentinos- son constantes en su novela y aparecen en los momentos más inesperados con una originalidad devastadora. Amo la música, me encanta armar soundtracks de momentos de mi vida. Chamamé fue eso: armar los temas que pasaría en una rocola y poder darle ese ritmo a mi prosa. Además de burlarme de mis gustos, de lo de ser melómano, citando a Shakira, Airbag y Coti por ser esos temas pegadizos y en cierta medida admitir que son en el fondo grandes canciones. Ni más ni menos.

Como latinoamericano, Leo Oyola desea que el público latino se enganche y se divierta leyendo su novela. Me fascina pensar que muchos la van a leer y se van a enganchar con la historia y van a entender el argot carcelario sin necesariamente haberlo hablado o vivido, porque el contexto del bajo mundo lo instaura alguien que impone su lenguaje por gracia o presencia. Yo creo que el Perro logra eso con su labia y su andar: que lo disfrute cualquiera en cualquier punto geográfico. Así que ojalá lo lean y que emocione y divierta al que está leyéndolo en un subte en Buenos aires o en un metro allá, en Madrid, Barcelona o donde sea. Que alguien se ría con la cita a las canciones de Coti allá, que alguien se enamore de Julia… Es un honor que me lean los que hablamos el mismo idioma. Ojalá les resulte entretenido. Yo no pretendo cambiarle la vida a nadie ni dar respuestas, solo escribo pensando en entretener y entretenerme.

Jorge Lebrón

Publicado en la sección cultura del periódico español Corte Latino. Junio de 2007.

Gracias, Kar-El.