miércoles, 21 de noviembre de 2007

Pararse de manos


1.¿Con qué caso trabajaste?

“Matador” tiene como punto de partida lo sucedido en el motín de Sierra Chica liderado por los apodados Doce Apóstoles en la Unidad Penal Nro. 2 de Olavarría, durante la Semana Santa de 1996. Es uno de los motines más sangrientos de la historia penitenciaria argentina. Sobre todo por la barbarie de lo ocurrido durante los ocho días que duró el levantamiento, el efecto dominó en las otras cárceles de la provincia de Buenos Aires y los demás motines que encabezaron los Apóstoles durante sus respectivos traslados. El juicio también es un capítulo aparte. Las instancias orales con medidas de seguridad extremas para evitar fugas o que ellos atacaran al juez, a los fiscales y testigos, el hecho de mantenerlos enjaulados en la sala como animales, sus declaraciones jocosas, el abanderar que nada tienen, nada pueden perder…

2. ¿Lo conocías antes de afrontarlo para la antología? ¿Cómo lo investigaste?

Sí, claro que lo conocía. Cuando Diego me convocó para la antología y me contó cuales eran las reglas para trabajar el relato, me gustó el hecho de ficcionalizar un caso sin utilizar los nombres verdaderos de los implicados. “Que el lector después diga: ah, esto era…” fue la consigna. Y eso me dio mucha libertad. Lo de Los Doce Apóstoles daba para una novela. Por eso me concentré solo en uno de los hechos para no perder potencia, dejando de lado todo lo leído previamente sobre el caso. Había terminado de escribir “Chamamé” (publicada en España por la editorial Salto de Página), y en uno de sus capítulos cuento una historia de cuando los protagonistas estaban guardados. El desafío que me propuse fue el de lograr algo diferente para el relato de In fraganti. En “Matador” el argot tumbero encolumnado en la letra del tema de los Fabulosos endulza lo que fue mi verdadera intención: mostrar la capacidad que tenemos todos para ser crueles. Y en exceso.

3. ¿Cuál es el crimen que más admiración te despierta?

Mi viejo es de Tucumán y el siempre me contaba las andanzas de Mate Cocido. Creo que esas historias más lo visto en el Zorro de Guy Williams y la fe en el Gauchito Gil de los vecinos que tuve me despertaban cierta pasión por el delincuente devenido héroe popular. La noción de justicia es tan maleable que por eso necesitamos creer en este tipo de íconos llamados a equilibrar la balanza de forma más directa. Un ideal ingenuo. Un ideal, a fin de cuentas. Tan viejo como los bosques de Sherwood. El delincuente old fashion. El que maneja códigos. A ese respeto. El que no soguea. El que no tiene la necesidad de mostrarse poronga. “El que se la da al que tiene la astilla y no al que le hace falta”. Al que es laburante en lo suyo y no se mete con los que son trabajadores de otros gremios. Con la gente que hizo diferencia rompiéndose el lomo.
A los que son Sres. Chorros admiro. Los que afanan bancos o caudales. Los que hacen los deberes para no disparar un tiro. Los que tienen la frialdad para ejecutar un plan ajedrezístico. Los que tienen las pelotas para frenar un tortugón. Los que hacen lo necesario tanto para no lastimar físicamente a nadie como para llevarse el botín al rancho. Pero, sobre todo, admiro a los que se compraron una nueva oportunidad, a los que dejaron de ser cabeza de tacho y no volvieron a reincidir.

La entrevista en su sitio original, acá.