Con casi ochenta años, un ícono de la pantalla grande como Clint Eastwood se retira de la actuación en un rol que, entre otras cosas, remite a sus personajes legendarios.
Gran Torino **** (4/5)
De y con Clint Eastwood.
Walt Kowalski es un obrero jubilado de la industria automotriz, un veterano de la Guerra de Corea que acaba de enviudar. Durante el velorio de su esposa ve cómo sus nietos pasan por la iglesia como si fuera un trámite sin el más mínimo de respeto por su abuela. Uno de ellos se persigna burlándose. Walt lo escucha pero no hace nada. No dice nada. Solo gruñe. Lo mismo le pasa con el responso que da ese curita que no tiene ni siquiera treinta años. Ya tendrá la oportunidad de retrucarle al sacerdote que qué puede saber él de la muerte si solo es un pendejo virgen que le vende cosas imposibles a las viejas que son devotas y obedientes. Y pese a todo va a seguir aguantando a ese imberbe en sotana porque el pibe le hizo una promesa a su mujer y la piensa cumplir. Y eso es algo que Walt respeta.
Gran Torino **** (4/5)
De y con Clint Eastwood.
Walt Kowalski es un obrero jubilado de la industria automotriz, un veterano de la Guerra de Corea que acaba de enviudar. Durante el velorio de su esposa ve cómo sus nietos pasan por la iglesia como si fuera un trámite sin el más mínimo de respeto por su abuela. Uno de ellos se persigna burlándose. Walt lo escucha pero no hace nada. No dice nada. Solo gruñe. Lo mismo le pasa con el responso que da ese curita que no tiene ni siquiera treinta años. Ya tendrá la oportunidad de retrucarle al sacerdote que qué puede saber él de la muerte si solo es un pendejo virgen que le vende cosas imposibles a las viejas que son devotas y obedientes. Y pese a todo va a seguir aguantando a ese imberbe en sotana porque el pibe le hizo una promesa a su mujer y la piensa cumplir. Y eso es algo que Walt respeta.
El Walt de Clint Eastwood no es de los que ponen la otra mejilla. Mucho menos ahora que no está su mujer para llamarlo a recato. No lo hace porque ese es un signo de debilidad y eso es algo que un hombre no puede permitirse. El Walt de Clint Eastwood es old fashion, old school. Un hueso duro de roer. Pero sobre todas las cosas, el Walt de Clint Eastwood es un tipo que viene lidiando con las pérdidas desde hace mucho, mucho tiempo. Y que ha llegado a una edad en la que se ha quedado solo, salvo la compañía de su perra. Una edad en la que no va a cambiar. Que podrá ceder un poco en ciertas cuestiones y ante las evidencias. Pero él sabe muy bien qué es lo correcto. Punto. Y cuando de repente se vea vinculado con sus vecinos, unos inmigrantes asiáticos, prácticamente esa relación con todo lo bueno y todo lo malo que le va a traer más que una segunda oportunidad será su alivio de luto.
En Gran Torino vuelven a decir presente los temas que el viejo Clint ha venido tocando en su filmografía como director desde Los imperdonables a esta etapa; interpelándose no solamente como artista sino también como persona. El rol de un padre que ha fracasado en las relaciones con sus propios hijos pero que puede ser mucho más que idóneo para los que no son de su misma sangre pero que si necesitan una figura paterna, la proximidad de la muerte, si tenemos o no la capacidad de decidir sobre ella más allá de lo que la religión y la ley digan, el sacrificio de una vida; todos tópicos abordados desde diferentes ópticas ya sea en la premiada Million dolar baby, más atrás en Crimen verdadero o hasta en la fallida adaptación de la novela de Michael Connolly, Deuda de sangre.
Así como en Río Místico dejaba en claro que la justicia nunca puede residir en la ley del talión, en Gran Torino Eastwood redobla la apuesta en un personaje que tiene cosas de sus espectrales pistoleros de La venganza del muerto o El jinete pálido, incluso de su Harry el sucio, en lo que es la búsqueda para equilibrar los tantos. Su Walt Kowalski en lugar de hacer la señal de la cruz se lleva sistemáticamente al sobaco izquierdo la mano derecha para después desenfundar los dedos índices, mayor y pulgar. Pum, Pum, ¡Pum!; marca a quienes se merecen la bala. Amén.
Publicado en la Rolling Stone Nro. 132. Marzo de 2009.