martes, 2 de febrero de 2010

La rabia y el dolor

Otra vez Oyola
Por Guillermo Orsi
Mientras una sociedad de progresistas de minué y fachos new age debate sobre lo que llaman inseguridad -los dolores de cabeza que les traen los millones de excluidos por un sistema que esa sociedad aplaudió de pie en los ´90-, otra vez Oyola.

Si en Chamamé recorrió con prosa metálica los desolados caminos de un duelo inevitable, en Gólgota recoge el guante ensangrentado de una venganza y lo transforma en una bofetada que transfigura cualquier falluto gesto de compasión en una máscara del asco.

Una violación, un par de muertes derivadas de la insoportable humillación, la jactancia suicida del violador, su ejecución y la revancha sellan los actos implacables de la tragedia.

Poco más de cien páginas le bastan a Oyola para hundirse en la miseria de Villa Scasso y, como talentoso ciruja del lenguaje, hurgar entre los escombros de una humanidad acorralada en sus propios laberintos, arrojada al vaciadero por la violencia clasista y las redadas policiales.

Reglas de un juego preapocalíptico que no frecuentan los políticos que aluden a la catástrofe final de una sociedad prisionera de sus culpas, los "patas negras" -la yuta, la cana, la pasma, la "maldita policía"- sobreviven pactando con la jauría -los Pibes de Scasso. Cuando algún paso en falso, alguna traición, hacen saltar por el aire ese pacto, sobreviene la barbarie y la sangre de los sacrificios corre por la cunetas del barrio.

No queda después -como en toda guerra- más que contar las bajas y sentarse a negociar. Barajar y dar de nuevo es, en Villa Scasso, matar para recuperar el orden perdido, jugar unas partidas donde no hay fulleros porque todos, y a sabiendas de sus adversarios, hacen trampa.

El que no hace trampa es Oyola.

Los primeros párrafos se disparan y hay que buscar refugio, aceptar, a estallidos de una escritura fulminante, que el mundo no es lo que nos prometieron que sería. En la Argentina, como en tantos otros países del mal llamado tercer mundo, se han ensayado tantas recetas políticas, sociales y económicas que sus habitantes reaccionan a los estímulos como ratas sobrevivientes del peor laboratorio nazifascista. Alucinados, perseguidores perseguidos, amontonados en los rincones más sombríos de la historia, los personajes de esta breve y ejemplar novela ya no tienen dónde huir y por eso atacan. Atacan con lo que tienen a mano y también con el lenguaje, con el estilo seco de un pibe que no es de Scasso pero que toca en la misma banda.

Puesta en la mira, la literatura de Leonardo Oyola se deshace bajo su propia lluvia de balas, estalla silenciosa y brutal para recomponerse en los callejones sin salida, en los barrios que ahuecan el pretencioso edificio de una ciudad, que acabarán por derrumbarla sobre su propia ciénaga. Oyola se anticipa a ese derrumbe con una historia despojada de artificios y de los tan comunes hoy en día narcisismos metaliterarios.

El caretaje seguirá analizando la inseguridad, oscilando entre políticas seudo preventivas y la ejecución legal o sumaria de los inadaptados. Oyola desenmascara la puesta en escena de una civilización funeraria, pone a víctimas y victimarios en la misma línea de fuego y dispara a discreción sobre tanta hipocresía. Y lo hace con una prosa ajustada, violenta como su materia narrativa, precisa, en el final, como el único alivio posible a tanto dolor: el tiro de gracia, la crucifixión en un Gólgota donde no cabe esperar otra redención que el exterminio.