Como decía el viejo facultativo William Carlos Williams en el prólogo a Howl, el poderoso e incalificable primer aullido de Allen Ginsberg: “A arremangarse las polleras, señoras, que vamos a entrar en el infierno”. Porque de eso se trata, nada menos. En este segundo movimiento de la saga, otra vez, desasosegados como en la previa Santería, nos convoca el ominoso lenguaje de las cartas que caen sucesivas, implacables, sobre la mesa del relato infernal. Y no hay tregua.
Si en la primera secuencia nos enterábamos del pasado de la virulenta narradora, esa indeleble Fátima Sánchez, la Víbora Blanca, vidente trágica; ahora estamos en el presente. El enfrentamiento a muerte con la Marabunta conoce nuevos y sangrientos avatares mientras los cadáveres queridos se siguen sumando y la venganza es una pelota de fuego que pasa alternativamente de una mano a la otra. La suma de peripecias oscuras y golpes de efecto visual propios de un cine clase B con muertos vivos y tenebroso humor negro, fuertes dosis de esoterismo orillero y mitología popular, podría llegar a ser trivial en otras manos y en otras palabras. No sucede así con Oyola, que una vez más demuestra que es un fantástico narrador de raza. De raza Arlt –de raza perro quiero decir–: sin collar ni papeles ni vacuna, como debe ser y como se necesita.
Si en la primera secuencia nos enterábamos del pasado de la virulenta narradora, esa indeleble Fátima Sánchez, la Víbora Blanca, vidente trágica; ahora estamos en el presente. El enfrentamiento a muerte con la Marabunta conoce nuevos y sangrientos avatares mientras los cadáveres queridos se siguen sumando y la venganza es una pelota de fuego que pasa alternativamente de una mano a la otra. La suma de peripecias oscuras y golpes de efecto visual propios de un cine clase B con muertos vivos y tenebroso humor negro, fuertes dosis de esoterismo orillero y mitología popular, podría llegar a ser trivial en otras manos y en otras palabras. No sucede así con Oyola, que una vez más demuestra que es un fantástico narrador de raza. De raza Arlt –de raza perro quiero decir–: sin collar ni papeles ni vacuna, como debe ser y como se necesita.