“1. No traicionarás.
2. No dejarás abandonado a tu compañero en un hecho.
3. No te encamarás con su hermana.
4. No descuidarás a su familia.
5. Será biducha él o los rati con los que pierda tu compañero.
6. Le pondrás el pecho a la plata y no te comerás los mocos.
7. Se la darás al que tiene la astilla y nunca al que le hace falta.
8. No harás ruido.
9. Cuando tengas la astilla sabrás acovacharte.
10. Y cuando te toque bailar con la más fea, Guns ‘N Roses… serás ciego, sordomudo, como cantala Shakira ”.
Los de arriba son “los diez mandamientos del chorro”. No es que Moisés se haya olvidado de reescribir las tablas luego de romperlas por ira con su pueblo idólatra, y las haya encontrado milenios después un profeta de Laferrere. O más o menos: es parte de Chamamé, una de las novelas de Leonardo Oyola, editada en España y recién distribuida en Argentina, ya casi agotada y pronta a ser editada otra vez acá. Y eso que llegó pocos meses después de Kryptonita, una muy exitosa novela sobre un Súperman de La Matanza , cuya segunda edición acaba de llegar a las librerías. Decía que eso del profeta de Laferrere es ficción, claro, pero no del todo: Oyola es un hombre de acá y de allá, el tipo que nació allá y que, desde acá, hace en sus novelas una poesía del lenguaje de “los marginales”. Las comillas van porque los marginales de, por ejemplo, el área metropolitana, son millones. Probablemente más que los del “centro”. Lindo mundo éste en que los márgenes son más grandes que los centros. Pero mejor que hable Oyola de “acá” y de “allá”.
Me parece que cualquiera que viene a laburar acá todos los días en el Sarmiento, también te habla de eso, del allá y de acá. Me cayó la ficha en un momento: no es casual que, mientras viví allá, las dos novelas que escribí son policiales de época que nada que ver con lo cotidiano. Ya vivía acá cuando escribí Gólgota, que sucede en una villa del Oeste –y es por ahí mi novela más dura, un cruce de dos anécdotas que me contaron estando allá–. No la podría haber escrito nunca viviendo en Casanova o Laferrere, la pude escribir acá, porque me sentía con mucho resto: estaba parando en la casa de Pablo Ramos y él me alentaba mucho y a la vez comenzando mi relación con Alejandra (Zina, su mujer, autora de Barajas ) y dormía con ella todas las noches.
–¿Cómo es “allá”?
–A mí lo que más me chocaba, como en Kryptonita , era el tema de formar familia tan jóvenes. De repente ves pibas de 16 que quedan embarazadas. O tipos que son abuelos antes de los 40. Son cosas que vas viviendo un poco como un ancla.
–¿Cómo trabajás la jerga?
–No invento nada. El argot cambia muchísimo y tiene que ver con las referencias populares. Sobre todo con la televisión. Son códigos en cambio constante, especialmente ahora que ves tele por Internet, todos estos bichos, estas maravillas, todas esas cosas, nos vuelven muy mutantes. Es muy loco que un pibe allá, para dar un ejemplo, te diga,”vos sos más puto que Flavio Mendoza”, ¿entendés?, Es por lo que está mirando en la tele. Y en tres años por ahí eso se perdió. Mirá, yo tengo una en Santería (un policial que es parte de una trilogía), que sólo entienden los de más de 35: alguien dice “tenía miedo de que le hierva el conejo” y es una referencia clara a la película Atracción Fatal .
–Todo eso lo trabajaste mucho en casi todas tus novelas y también en la última, Kryptonita. ¿Cómo la pensante?
–Quería escribir la historia de Súperman en La Matanza. Pero no la quería lineal, desde que sale de Krypton y así. El problema es que siempre te quedás muy pegado a la voz de la novela anterior, entonces hay que encontrar el narrador. En algún momento se me ocurrió que fuera un médico. Me marcó que, cuando investigué y me junté con dos médicos que no se conocían entre sí, me contaron las durísimas anécdotas de los “nocheros” (médicos pagados por su colegas para cubrir guardias nocturnas).
–Pensé que te lo habías inventado.
–No. Y eso es lo genial, porque los dos tipos me contaron lo mismo y también me pidieron lo mismo.
–¿Que no le cuentes a nadie?
–No se te ocurra ponerme en los agradecimientos”, me dijeron, porque los considerarían traidores. El tema allá es la miseria, que está más a flor de piel.
–Con o sin miseria y con o sin jerga, los temas de “Kryptonita” son universales: los amigos y los hijos.
–A mí lo que me gusta de Nafta Súper o “el Pini” (Súperman, jefe de una banda de ladrones) es lo literal: se da cuenta que va a poder volar sólo si se va. Y está en un momento de la vida en que ya no quiere salir de caño ni que le tengan miedo, se cansó. Casi no habla en toda la novela (que sucede durante una noche en un hospital). Cuando habla, es en la epístola para el hijo, “voy a leer el futuro a través de tus ojos”, le dice, y eso es obviamente también de mi parte para mi hijo. Y habla para despedirse. En una amistad lo más honesto es decir, chicos ¿saben qué?, hasta acá llegamos.
Oyola básico
Buenos Aires, 1973. Escritor. Entre sus libros, Siete y el Tigre Harapiento, Hacé que la noche venga, Santería, Sacrificio, Chamamé (Premio Dashiell Hammett al mejor policial, Semana Negra de Gijón), Gólgota. Los dos últimos editados en España y en breve acá. Su última novela, Kryptonita, ganó el premio de Libro del Año 2011 de Eterna Cadencia, votado por más de 150 críticos y escritores.
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