miércoles, 16 de enero de 2008

Chamamé en Notodo

Cuarta entrega de la recién nacida editorial Salto de Página, en su apuesta por los nuevos talentos latinoamericanos, Chamamé es una historia que sorprende y que prende. Sorprende la transmutación en literario de una “road movie” con tintes de Quentin Tarantino y sus Reservoir Dogs, la narración vertiginosa de la huida de dos delincuentes, salpicada de reflexiones y recuerdos en forma de flashback de lo que ha sido su vida, de cómo han ido las cosas. Y prende su ritmo frenético, su relación con el mundo del cine, del cómic y del videojuego, su lenguaje porteño macarra salpimentado con el inglés de la subcultura y el guaraní, que es el idioma al que corresponde la parte poética casi siempre. Leonardo Oyola devuelve a varias generaciones todo un imaginario de dibujos animados, carreras de coches, películas míticas y canciones por todos conocidas, juegos de la Play Station y sensaciones recordadas del despertar a la adultez: el amor, los coches, los besos, el alcohol o las drogas.

Narrada en primera persona por uno de los delincuentes protagonistas, se aleja así de las comparaciones con Plata quemada, de Piglia, contada desde un punto de vista muy diferente. Lo que nos da la pauta de la época en que se desarrolla son las referencias a películas o a canciones que se mencionan profusamente a lo largo de todo el libro. Desde la devoción o desde la ironía, oímos cantar a Shakira, a Coti, a Guns’n’Roses, a los Rolling Stones, a Bruce Springsteen y a muchos otros, que configuran la banda sonora de una biografía tan cambiante como los estilos en los que se circunscriben todos los artistas citados. Porque según el estado de ánimo de “El Perro”, según el momento en que se encuentre su faena (si acaba de dar un golpe o si regresa a la vida civil, recién salido de la cárcel), si vuelve a buscar a su “mina” (“chica”, en porteño) o si decide que es momento de irse para siempre, oiremos cantar a Airbag o a Sueter, siempre en un escenario lateral, rural o suburbano, en cuyo punto de fuga está siempre la mítica “frontera”, esa barrera pintada de blanco y rojo que se levanta para que pasemos y que baja detrás de nosotros, dejando al otro lado aquello de lo que queremos escapar.

La crítica, en su sitio original.