Terminé hace poco de leer Chamamé, la novela de Leonardo Oyola publicada en Salto de página. En pocas palabras, advertencia preliminar, novela apta para tarantinianos. El problema de las religiones es su virtud. Si Tarantino es Dios, Rodríguez es su profeta. Y desde ahí, podemos ir estirando el chicle y darle hilo a la cometa, y justamente han surgido seguidores desde todas las disciplinas artísticas, y esta Chamamé es una historia que bebe de esa fuente, mitad clásica, mitad postmoderna.
Cuando sea llevada al cine, que lo será, Chamamé será una road movie pero no cualquiera. Y si no, simpre podemos ver a Kevin en Un mundo perfecto. Dos cabrones de toda la vida, el padre Noé y su secuaz el perro Ovejero. Todas sus andanzas, sus desamores, sus pasados. El padre Noé reconvertido al más asesino dogmatismo. Porque siempre se ha matado en nombre de Dios, mientras recitas el Nada fue un error, o cualquiera de los Guns, o el 1979 de Guillermito. El sacrificio como ideal de vida. Jessica Lange como imagen perenne. El problema de los asesinos es que no pueden tener pasado, porque siempre hay tiempo para llorar después (nunca antes, nunca durante). E incluso, a veces, matar, aunque sea en una cárcel, tiene sus repercusiones fuera. Y los chicos que nos jodieron en el 98 (de nada valió el 6-0), son muy, muy malos. Y las lluvias de ranas son posibles.
Pero al final, sólo queda el vacío, esa nada que inunda pulmones y corazón, esa muerte solitaria, ese vacío, esa curva tamburelliana en la que Senna encontró su muerte. Siempre puedes cantar salmos, oraciones multiplicadas por 2. Pero no vale nada. Un asesino siempre te espera para pasar su cuchillo por tu cuello. Y hay sacrificios que siempre ocurren. Una buena novela, y el que no la entienda que vuelva al parvulario del que no debió salir. Y punto.
Desde Murcia, via Gintonic Dream.