viernes, 31 de octubre de 2008
jueves, 30 de octubre de 2008
El lunes, ahí estaremos
La V Feria Latinoamericana del Libro de Rosario inaugura hoy a las 19 con muchas modificaciones. Cambian el lugar y los organizadores. Este año será un evento autogestionado por la Cámara de Editores y Libreros de la Provincia de Santa Fe (CEL-ProSaFe) junto a otras organizaciones dedicadas al libro y a la promoción de la lectura, y se desarrollará en los antiguos galpones de los almacenes Rosenthal, ubicados en la Bajada Sargento Cabral entre las calles Urquiza y Av. Belgrano.
Y cambia también el nombre, la feria del libro se transforma en la Feria Latinoamericana del Libro. Sin embargo, no quieren que la expansión geográfica repercuta en un olvido de los pequeños lugares y en consecuencia, eligieron la frase “Desde la región, con los libros que unen y le dan identidad a la Patria Grande” como el lema de este año y decidieron homenajear a Alfonsina Storni –quien vivió parte de su vida en Coronda y en Rosario–, por los 70 años de su muerte, y al pergaminense y representante de los pequeños pueblos y colectividades Atahualpa Yupanqui por los 100 de su natalicio. Silvina Ross, presidenta de CEL-ProSaFe, explicó a Crítica de la Argentina que quisieron poner el signo en los autores locales y regionales. “Van a participar los alumnos de talleres de escritura de Rosario leyendo sus trabajos, se distinguirá por ser una convocatoria popular y participativa”, completó Ross.
En la inauguración darán discursos el cónsul de Bolivia Williams Medrano, el miembro del comité organizador de la feria Esteban Mestre y Silvina Ross. También desearán buenos augurios distintas autoridades religiosas como el padre Jorge Nardi, el obispo Pagura, el rabino Daniel Dolinsky y el imán Jorge. Luego, el grupo Renacer de la Academia de Danzas Folklóricas Argentinas de Coronda, dirigido por la profesora María Gabriela López, ofrecerá un espectáculo, y para finalizar se homenajeará a Alfonsina Storni a 70 años de su muerte con la presencia de su nieto, el licenciado Guillermo Storni.
La feria dura hasta el domingo 9 de noviembre y la visitarán Angélica Gorodischer, Gloria Lenardon, Noemí Ulla, Alma Maritano, Eduardo Sacheri, Juan Sasturain, entre otros. E irán a presentar sus libros Gabo Ferro, Leonardo Oyola, Felipe Pigna, Juan Martini, Ana María Bovo y el periodista de este diario Cristian Alarcón. Por otra parte habrá talleres y actividades para chicos a los que asistirán los escritores Liliana Bodoc, Franco Vaccarini y Silvia Schujer, y se lanzará un concurso de poesías y cuentos.
Para leer en su sitio original, pinchar acá.
Y cambia también el nombre, la feria del libro se transforma en la Feria Latinoamericana del Libro. Sin embargo, no quieren que la expansión geográfica repercuta en un olvido de los pequeños lugares y en consecuencia, eligieron la frase “Desde la región, con los libros que unen y le dan identidad a la Patria Grande” como el lema de este año y decidieron homenajear a Alfonsina Storni –quien vivió parte de su vida en Coronda y en Rosario–, por los 70 años de su muerte, y al pergaminense y representante de los pequeños pueblos y colectividades Atahualpa Yupanqui por los 100 de su natalicio. Silvina Ross, presidenta de CEL-ProSaFe, explicó a Crítica de la Argentina que quisieron poner el signo en los autores locales y regionales. “Van a participar los alumnos de talleres de escritura de Rosario leyendo sus trabajos, se distinguirá por ser una convocatoria popular y participativa”, completó Ross.
En la inauguración darán discursos el cónsul de Bolivia Williams Medrano, el miembro del comité organizador de la feria Esteban Mestre y Silvina Ross. También desearán buenos augurios distintas autoridades religiosas como el padre Jorge Nardi, el obispo Pagura, el rabino Daniel Dolinsky y el imán Jorge. Luego, el grupo Renacer de la Academia de Danzas Folklóricas Argentinas de Coronda, dirigido por la profesora María Gabriela López, ofrecerá un espectáculo, y para finalizar se homenajeará a Alfonsina Storni a 70 años de su muerte con la presencia de su nieto, el licenciado Guillermo Storni.
La feria dura hasta el domingo 9 de noviembre y la visitarán Angélica Gorodischer, Gloria Lenardon, Noemí Ulla, Alma Maritano, Eduardo Sacheri, Juan Sasturain, entre otros. E irán a presentar sus libros Gabo Ferro, Leonardo Oyola, Felipe Pigna, Juan Martini, Ana María Bovo y el periodista de este diario Cristian Alarcón. Por otra parte habrá talleres y actividades para chicos a los que asistirán los escritores Liliana Bodoc, Franco Vaccarini y Silvia Schujer, y se lanzará un concurso de poesías y cuentos.
Para leer en su sitio original, pinchar acá.
martes, 28 de octubre de 2008
lunes, 27 de octubre de 2008
domingo, 26 de octubre de 2008
Santa Maradona
Pablo Alí/Selva Almada/Juan Diego Incardona/Alejandra Zina/
Ariel Magnus/Julián Urman/Maximiliano Matayoshi/María Sol Porta/
Leandro Custo/María Molteno/María Fasce/Lucía Marroquín/
Mariela Ghenadenik/Alejandro Parisi/Agustina Arias/Germán Maggiori/
Celia Dosio/Hernán Arias/Romina Doval/Juan Terranova/
Diego Grillo Trubba
[De puntín/Cuentos 4/Editorial Sudamericana]
jueves, 16 de octubre de 2008
Ser padres hoy
“Pinino”. Ese era mi apodo cuando era chico. Y es el día de hoy que muchos familiares, viejos vecinos y viejos amigos aún siguen diciéndome “Pini”. El apodo me lo puso Rolo, mi papá, ni bien nací. No porque fuera una pulga sino por el jugador de futbol que él más admiraba en ese momento: Oscar “Pinino” Más.
Casi llego a ser ahijado de ese tipo. Rolo, conmigo en brazos, se tomó un bondi, el Sarmiento y otro bondi para ir hasta donde concentraba el equipo y pedirle a su ídolo que fuera mi padrino. ¿Podés creer que “Pinino” Más aceptó? El tema fue que para cuando empezaron a hacer el curso de catequesis a él lo vendieron a Europa. En la casa de mis viejos hay dos páginas de El Gráfico enmarcadas en las que “Pinino” Más, con la camiseta del Real Madrid, en la entrevista me dedica el primer gol que hizo.
“Al que pudo haber sido mi ahijado y a su familia”.
Mi viejo es gallina mal. Enfermo. Me hizo socio del club antes de que cumpliera un mes. En la foto del carnet tengo los ojos cerrados porque estaba dormido, obviamente. Eso es lo que hace un bebé cuando tiene pocos meses de vida. Dormir. Tomar la teta. Llorar. El Freduli, mi hermano, al que también mi viejo hizo socio del club al toque de haber nacido, aparece en la foto de su carnet puchereando. Eso si: el Freduli también es gallina de sangre. Y una cierta habilidad para el fútbol tiene. ¿Y yo para el balón? Dos pies izquierdos.
Rolo y el Freduli hicieron todo lo posible para que yo fuera el heredero natural de esos uruguayos que tanto le dieron a la hinchada millonaria. Si mi papá jugaba, corría y definía como Alzamendi; yo tenía que ser como el Enzo, un príncipe. Intentando hacer un gol de chilena como el de Francescolli a la selección de Polonia; durito, acostado en el piso después de haberme dado uno de los mayores golpes de mi vida, supe que el fútbol –mas bien jugar al fútbol- se acabó para mí, muchachos. Ojo, no lo decidí yo: fueron los pibes del barrio. “Pini, vos restás”, me confesaron después de que ignorara porque siempre que terminaba el pan y queso sistemáticamente yo era el último en ser elegido y el jugador determinante... en la derrota de su equipo.
¿Por qué? ¿Por qué Dios mío yo no había salido como Rolo? Todo un crack en los partidos de la fábrica, el ancho de espadas para los casados en el clásico contra solteros... ¿Por qué? ¿Por qué no la movía ni siquiera un veinticinco por ciento como el Freduli? Bob Dylan dixit: the answer my friend is blowin’ in the wind. Ahí me cayó la ficha: “¡U-ru-guayo! ¡U-ru-guayo!”, cantaba la popular a sus ídolos. Y yo me mentía que lo mío era genético. Que lo mío era culpa de mi vieja que era paraguaya y no uruguaya y que era ella la que me pasó lo guaraní. Que por eso era un inútil para el fútbol. Si, ya se: cualquiera podrá retrucarme nombrando al paraguayo Chilavert, que por ese entonces recién asomaba. A lo que yo puedo decir que si, geneticamente soy grandote, jetón y mal educado. Y hasta ahí llegamos. Nada más.
Bueno, la cuestión es que yo terminé siendo hincha de Almirante Brown. Un cuarto de siglo después de estos sucesos, tengo un hijo de tres años. Se llama Ramón. Aclaro que no es por el Pelado Díaz como boquea mi papá. Todavía no se bien quien le puso Monchi a mi niño. Creo que fui yo. A veces me parece que el primero en llamarlo así fue mi viejo. Pero Rolo le dice Monchito y ahí me pinta la duda. El nene es gallina. Lo hicieron de River el tío y el abuelo. Mi viejo le compra las camisetas, le enseña a besarlas y a festejar los goles como el Matador Salas. Y está convencido que su nieto va a ser el nuevo Conejito Saviola o el que llegue justo a salvar las papas del fuego cuando cuelgue los botines el pibe Buonarotte. Yo a mi hijo lo veo andar en su bicicletita o correr tras una pelota y pienso que Ramón en su moto tiene algo del levante del Erik Estrada de Chips. Pero preferiría que, antes de jugarla de Ponch, Monchi me salga lo más parecido al Kun Agüero.
Casi llego a ser ahijado de ese tipo. Rolo, conmigo en brazos, se tomó un bondi, el Sarmiento y otro bondi para ir hasta donde concentraba el equipo y pedirle a su ídolo que fuera mi padrino. ¿Podés creer que “Pinino” Más aceptó? El tema fue que para cuando empezaron a hacer el curso de catequesis a él lo vendieron a Europa. En la casa de mis viejos hay dos páginas de El Gráfico enmarcadas en las que “Pinino” Más, con la camiseta del Real Madrid, en la entrevista me dedica el primer gol que hizo.
“Al que pudo haber sido mi ahijado y a su familia”.
Mi viejo es gallina mal. Enfermo. Me hizo socio del club antes de que cumpliera un mes. En la foto del carnet tengo los ojos cerrados porque estaba dormido, obviamente. Eso es lo que hace un bebé cuando tiene pocos meses de vida. Dormir. Tomar la teta. Llorar. El Freduli, mi hermano, al que también mi viejo hizo socio del club al toque de haber nacido, aparece en la foto de su carnet puchereando. Eso si: el Freduli también es gallina de sangre. Y una cierta habilidad para el fútbol tiene. ¿Y yo para el balón? Dos pies izquierdos.
Rolo y el Freduli hicieron todo lo posible para que yo fuera el heredero natural de esos uruguayos que tanto le dieron a la hinchada millonaria. Si mi papá jugaba, corría y definía como Alzamendi; yo tenía que ser como el Enzo, un príncipe. Intentando hacer un gol de chilena como el de Francescolli a la selección de Polonia; durito, acostado en el piso después de haberme dado uno de los mayores golpes de mi vida, supe que el fútbol –mas bien jugar al fútbol- se acabó para mí, muchachos. Ojo, no lo decidí yo: fueron los pibes del barrio. “Pini, vos restás”, me confesaron después de que ignorara porque siempre que terminaba el pan y queso sistemáticamente yo era el último en ser elegido y el jugador determinante... en la derrota de su equipo.
¿Por qué? ¿Por qué Dios mío yo no había salido como Rolo? Todo un crack en los partidos de la fábrica, el ancho de espadas para los casados en el clásico contra solteros... ¿Por qué? ¿Por qué no la movía ni siquiera un veinticinco por ciento como el Freduli? Bob Dylan dixit: the answer my friend is blowin’ in the wind. Ahí me cayó la ficha: “¡U-ru-guayo! ¡U-ru-guayo!”, cantaba la popular a sus ídolos. Y yo me mentía que lo mío era genético. Que lo mío era culpa de mi vieja que era paraguaya y no uruguaya y que era ella la que me pasó lo guaraní. Que por eso era un inútil para el fútbol. Si, ya se: cualquiera podrá retrucarme nombrando al paraguayo Chilavert, que por ese entonces recién asomaba. A lo que yo puedo decir que si, geneticamente soy grandote, jetón y mal educado. Y hasta ahí llegamos. Nada más.
Bueno, la cuestión es que yo terminé siendo hincha de Almirante Brown. Un cuarto de siglo después de estos sucesos, tengo un hijo de tres años. Se llama Ramón. Aclaro que no es por el Pelado Díaz como boquea mi papá. Todavía no se bien quien le puso Monchi a mi niño. Creo que fui yo. A veces me parece que el primero en llamarlo así fue mi viejo. Pero Rolo le dice Monchito y ahí me pinta la duda. El nene es gallina. Lo hicieron de River el tío y el abuelo. Mi viejo le compra las camisetas, le enseña a besarlas y a festejar los goles como el Matador Salas. Y está convencido que su nieto va a ser el nuevo Conejito Saviola o el que llegue justo a salvar las papas del fuego cuando cuelgue los botines el pibe Buonarotte. Yo a mi hijo lo veo andar en su bicicletita o correr tras una pelota y pienso que Ramón en su moto tiene algo del levante del Erik Estrada de Chips. Pero preferiría que, antes de jugarla de Ponch, Monchi me salga lo más parecido al Kun Agüero.
martes, 14 de octubre de 2008
domingo, 12 de octubre de 2008
sábado, 4 de octubre de 2008
La venganza es un semáforo en ámbar
La venganza es un semáforo en ámbar. El pie derecho quiere una cosa y el ojo izquierdo va a su bola. Acabo de terminar Gólgota, el libro de Leonardo Oyola, publicado por Salto de página. Zonas occidentales del Puerto de Santa María del Buen Aire. Bares en los que reunirse para decidir la muerte de alguien que se lo merece. Rituales repetidos. Muertes grabadas a fuego en el disco duro neuronal. Partidos de fútbol inolvidables. Cosas que pudieron ser y no fueron. Dolores paternofiliales, porque las herencias son las herencias. Espejos destrozados que muestran la verdadera realidad. Las grietas son siempre fidedignas. La sabiduría de las cuerdas vocales quietas y los rosarios de plástico. Niñas adolescentes preñadas que vuelven a ver el infierno con hijas igualmente embarazadas. Tiroteos incontables. Hijos a los que no puedes matar, sangre que no puedes enmorcillar. Porque todos podemos ser, antes o después, jueces y verdugos. Ah, no, que es lo mismo. Guetos cerrados con leyes propias. Policías sin pasado olvidadizo, porque un convecino es un helecho de ramas muy largas. Masters universales sin planeta en el que morir. Hinchas edulcorados. Semáforos justicieros. Todo eso y más es Gólgota, y media botella de escocés, y llantos incontrolables. Ciento veinte páginas nada prescindibles, necesarias para no perder la perspectiva en estos tiempos que van a peor, porque, un Jueves Santo, lo tiene cualquiera. Y punto.
viernes, 3 de octubre de 2008
Un río de sangre y destrucción
Alma de western, historia de negro, forma de argot carcelario argentino y embalaje tarantiniano. Todo esto es la hiperviolenta Chamamé de Leonardo Oyola, que este verano se ganó el premio Dashiell Hammet de la Semana Negra de Gijón. Con toda razón hay que decirlo, porque nos encontramos ante una salvaje delicia.
La historia respira una historia de western clásico, dos compañeros de correrías y asaltos en las carreteras se dan caza (aunque ¿quién es cazador y quién presa?) después de que uno traicione al otro. Los dos son perros viejos y curtidos, hombres que no dudan en matar. Son el Pastor Noé (un personaje brillante, fanático y loco que apabulla al lector) y Manuel Ovejero, el Perro (un delincuente de pura cepa, que con sus referencias musicales y cinematográficas constantes se forman ante los ojos del público como un antihéroe violento y sin ley). Ambos provocarán un río de sangre y destrucción en su brutal ajuste de cuentas y cimentarán una relación de odio y dependencia hasta límites más allá de la razón.
La historia, escrita en un bestial argot hampón de aquel país que en muchas ocasiones rezuma poesía carcelaria y de carretera, se muestra fragmentada en un experimento que recuerda mucho al director de cine norteamericano Quentin Tarantino. Y qué decir de su brutal tratamiento de la violencia y sus personajes... Puro negro posmoderno, crudo y de carretera. Recomendable por bueno, original y por excesivo.
Crítica de David Yagüe para Best Seller Español.
La historia respira una historia de western clásico, dos compañeros de correrías y asaltos en las carreteras se dan caza (aunque ¿quién es cazador y quién presa?) después de que uno traicione al otro. Los dos son perros viejos y curtidos, hombres que no dudan en matar. Son el Pastor Noé (un personaje brillante, fanático y loco que apabulla al lector) y Manuel Ovejero, el Perro (un delincuente de pura cepa, que con sus referencias musicales y cinematográficas constantes se forman ante los ojos del público como un antihéroe violento y sin ley). Ambos provocarán un río de sangre y destrucción en su brutal ajuste de cuentas y cimentarán una relación de odio y dependencia hasta límites más allá de la razón.
La historia, escrita en un bestial argot hampón de aquel país que en muchas ocasiones rezuma poesía carcelaria y de carretera, se muestra fragmentada en un experimento que recuerda mucho al director de cine norteamericano Quentin Tarantino. Y qué decir de su brutal tratamiento de la violencia y sus personajes... Puro negro posmoderno, crudo y de carretera. Recomendable por bueno, original y por excesivo.
Crítica de David Yagüe para Best Seller Español.
jueves, 2 de octubre de 2008
A los tiros en el subte D
Leonardo Oyola impacta con una nueva entrega de géneros duros como el western y el policial negro adaptados a los avatares argentinos.
La crítica de Fernando Bogado en Radar Libros.
La crítica de Fernando Bogado en Radar Libros.
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