Por Leonardo A. Oyola
“¿Todavía no lo leíste? No vas a poder dejar de hacerlo”. La cita es de una obra maestra de John Carpenter, En la boca del miedo (1995), en la que un lector anónimo de Sutter Cane –algo así como un ficticio Stephen King- celebra con un comportamiento autista la adicción que causa la prosa de este escritor con cualquiera de sus libros. Sutter Cane es un dios. Sutter Cane es el diablo. Sutter Cane es una voz que no para de hablarnos. Sutter Cane es la creación. Sutter Cane es aquel que nos muestra lo que no queremos ver. Sutter Cane es un espejo. Sutter Cane es la revelación de lo que en verdad somos nosotros, los hombres.
“¿Todavía no lo leíste?”; bien podría preguntar un compatriota de Stieg Larsson ya que en Suecia este autor vendió tres millones de ejemplares de su primera novela en un país cuya población es de nueve millones de habitantes. “¿Todavía no lo leíste?” es una pregunta que se pronuncia en los cuarenta idiomas correspondientes a las cuarenta traducciones que ha logrado. Y el “¿Todavía no lo leíste?”; si es que ya no lo hiciste, te lo va a preguntar un conocido tuyo en cualquier momento. Porque al igual que con las temporadas de series como Lost, Héroes o Dr. House solo es una cuestión de tiempo volverse adicto a los libros de Larsson.
Los tomos que componen la trilogía Millenium son por su tamaño iguales a tres ladrillos grosos. Impacta ver juntas las ediciones de Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire. Son tres ladrillos negros. Calculo que si llegáramos a juntar tan solo todos los ejemplares vendidos en una decena de librerías porteñas; con la totalidad de esos ladrillos negros podríamos ayudar a terminar la casa de Petroccelli.
La asociación televisiva no es gratuita ya que el alter ego de Larsson, el periodista de investigación Mikael Blomkvist, tiene muchos rasgos en común con aquel defensor de pobres y de las causas injustas de la serie de los 70. Ambos son incorruptibles, creen ciegamente en la justicia y van hasta el final del asunto sin importarles el costo para develar la verdad. Su talón de Aquiles está en su romanticismo abanderado de una ingenuidad anacrónica. Pero a diferencia del abogado interpretado por Barry Newman, el Blomkvist de Larsson tiene en Lisbeth Salander a su Robin hacker-punk; que después de su presentación en el primer arco de la historia ocupará el rol de Batman por constituirse por varios cuerpos de ventaja en el personaje más atractivo de esas casi dos mil cuatrocientas páginas que los dos protagonizan.
En el desarrollo de esta historia se produce un fenómeno propio del género policial que es la incorporación o fagocitación de otros géneros. En este caso específico, mutando de novela de enigma a thriller mafioso, coqueteando con el drama de estrado sin dejar de lado las idas y venidas en la relación de sus protagonistas en ese triángulo típico de telenovela entre Blomkvist, Salander y la blonda Erika Berger. Para no mencionar sus truculentas relaciones familiares.
¿En lo citado en el párrafo anterior se encuentra el plato principal por el que no paramos de devorarnos cada uno de los tres tomos? Seguramente. Pero también no hay que negar un estilo decimonónico similar a lo visto en un clásico exponente del film noir como es El Samurai de Jean Pierre Melville –película protagonizada por Alain Delon y basada en la novela Ronin de Goan McLeod (título más acertado para el trabajo del protagonista)- donde un brillante ejercicio basado en eliminar las elipsis y narrar minuciosamente todas las acciones a realizar por el killer previa ejecución de sus actos nos mantiene en vilo por el mero hecho de no dejar librado nada al azar. Larsson es capaz de escribir páginas y páginas de inentendibles datos económicos salvo para expertos en esa área, jerga ultra sofisticada en informática y hasta el paso a paso para revelar una foto sin alejarnos de la trama.
Porque aún pese a una horrible traducción española abundante en expresiones insoportables para un lector de estas latitudes como “se tronchaba de la risa”, “para más inri” o “agarrar una cogorza de muerte”; ¿qué es lo que ha convertido a Millenium en el fenómeno policial de la década? Definitivamente, y más allá de estas líneas y de la dramática muerte de su autor antes de haber visto editada su obra y en el fervor de masas en que se convirtió, ese es un enigma que ni siquiera los mismísimos superdetective Kalle Blomkvist, la Sally Piernas Largas o mucho menos el propio Stieg Larsson van a poder develar. Nosotros, los simples mortales, los que tenemos voces anónimas, los que no somos reflejo de nada, los que consumimos, solo podemos preguntar: “¿Todavía no lo leíste?”
Publicado en la Rolling Stone Nro. 141.