El estreno de Los Indestructibles 2, película que
reúne a los grandes íconos del cine de acción de los 80 con algunos exponentes
del actual, es el disparador para que el autor de Kryptonita justifique
emociones primitivas.
(Por Leonardo Oyola). Un colega y amigo, Carlos
Salem, tiene en uno de sus libros el título que a mí me hubiera gustado ponerle
a alguno de los míos: Yo lloré con
Terminator 2. Es fácil admitir que nos emocionamos hasta las lágrimas con
otro tipo de películas. Advertir a un ser querido: nunca le vayas a comprar el
auto a un tipo que no se conmovió con E.T
o Una historia sencilla. Claro, eso
no da vergüenza. Porque es lo más común. El asunto tiene otros ribetes, por
ejemplo, cuando se hace público que uno mariconea con el Hombre Araña parando
el tren antes de que caiga en el mar en esa escena titánica de la segunda
película. ¿Y por qué?
Rita Wilson, actriz
casada con Tom Hanks, en Sintonía
de Amor interpreta a la mujer
del amigo del protagonista, jugado precisamente por Hanks, en una comedia
romántica amena de las que Tom hacía de taquito junto a Meg Ryan. El personaje
de Wilson hablando sobre el melodrama Algo
Para Recordar –-cinta leit motiv en esa narración-
lagrimea al relatar una escena clave. Su esposo ficticio y también el real, en
su interpretación, se burlan de ella. “”Ustedes nunca entenderían”, los condena a priori; a lo
que los muchachos retrucan: “”los hombres también nos emocionamos con las películas”,
para acto seguido fingir llanto hablando del final de Los Doce del Patíbulo,
terminando emocionados en serio, muy a su pesar de la humorada.
No se
descubre la pólvora argumentando que hay cosas que tanto para el hombre como
para la mujer se experimentan de manera diferentes. Lo mismo sucede con la
fecha de nacimiento. Se quiera, o no, somos hijos del momento que nos tocó
vivir. Y a la llamada Generación VHS, a los que crecimos con el cine de la
década del 80, nos han quedado tatuadas películas de género. Y, así como es sencillo identificar al terror
amigo de los seguidores de Freddy Krueger o las Martes 13, terminamos siendo legión los que mamamos el cine de
súper acción de esos años de trama monotemática y héroe de buen porte y
estoicismo en el rostro. Esos films misóginos, pura testosterona y cavernícolas
a la hora de hacer propaganda a favor del american
way of life siempre acechado por los enemigos extranjeros. Distracción
masiva. Placer culpógeno si los hay.
Una
canción del grupo The Sacados –es increíble lo que uno puede acordarse- con un
estribillo bien pegadizo solía rezar: A
mi chica le gustan las de miedo / será por eso que yo tanto la quiero / A mi
chica le gustan las de miedo / Y a mi las de Stallone. Y he aquí una gran
verdad ya que muchos consumíamos cine definiéndolo así: “¿vamos a ver una de
Schwarzenegger?”, “¿están dando alguna de Van Damme?” o “¿Ya se estrenó la nueva
Duro de matar?”. Y así como son
míticas las trasnoches en los cines de Lavalle proyectando The Wall o La canción es la
misma; en el Oeste antes de que finalmente cerraran sus puertas ni bien
arrancaban los 90 -cuando no se iba a bailar- los pibes nos amanecíamos en la
sala Ocean con doble programa de Jean-Claude (Cyborg y Corazón de León),
en el Achával con dos de Sylvester (Condena
Brutal y Tango & Cash) o en
el Morón con Arnold y su Vengador del
futuro y el Infierno rojo.
Ese
cine y modelo envejeció más rápido de lo que a uno le gustaría admitir. No solo
por el paso propio de edad sino básicamente por una cuestión de cariño. Sobre
todo a esos actores. Muchos de esos títulos hoy son indefendibles sin una
mirada ingenua; salvo los de Schwarzenegger que supo trabajar con buenos
directores además de coquetear con otros géneros como la ciencia ficción y con
resultados menos celebrados en la comedia. El gran mérito de esas historias
netamente volcadas al entretenimiento es el de estar dotadas no solamente de
músculos sino también de un corazón y de una honestidad tan bruta como
querible. Ellos lo saben. Y en lugar de la parodia apuestan por mostrarse como
lo que son en la actualidad: dinosaurios. Y es por eso que ganan en esta
apuesta.
Hoy ir
al cine a ver las películas de Los
Indestructibles es como ir a la cancha a ver un partido-homenaje. De esos
en los que se retira un jugador amado tanto por la hinchada de su club como por
las rivales. Un evento que desde lo futbolístico/artístico no se espera mucho
más que la celebración de ver en el campo de juego reunidos a varios astros que
supieron brillar mucho más en otro momento de sus carreras. Y, que así y todo,
son capaces de sorprender o más bien regalar algo inesperado. Como la chilena
de Francescoli en el combinado de los amigos del Burrito Ortega contra San
Martín de San Juan. No fue como la que le hizo a la selección de Polonia
veinticinco años atrás. Pero se agradece. Lo mismo con esta película de
Stallone y compañía.
PUBLICADO EN LA REVISTA Ñ.
PUBLICADO EN LA REVISTA Ñ.