Leonardo Oyola narra en su novela “Kryptonita” las andanzas de Nafta Súper, un Superman paralelo aterrizado en La Matanza. Fábula de un mundo cercano, precario y violento.
(Por Javier Mattio). Superposición de mundos, desplazamiento artificial, collage imposible: al igual que la mítica serie de historietas hipotéticas What if? (“Qué hubiera pasado si…”) y los más recientes elseworlds (“Otros mundos”), Leonardo Oyola explora en Kryptonita la posibilidad de que Superman cayera en el conurbano bonaerense y no en Kansas; por eso, su apodo regional es ahora Nafta Súper, y la Kryptonita un afilado trozo de vidrio verde de una botella de cerveza.
A partir de esa premisa descabellada, Oyola suma una Liga de la Justicia de antihéroes hilarantes (entre otros la travesti Lady Di, el falopero Faisán y el hostil Señor de la Noche, recreaciones versión La Matanza de La Mujer Maravilla, Linterna Verde y Batman, respectivamente), quienes resisten junto al narrador (un médico nocturno del precarizado Hospital Paroissien) la embestida de la Policía Bonaerense que persigue al agonizante Nafta Súper.
Así, entre guiños a sagas generacionales como La muerte de Superman (publicada por DC Comics en la década de 1990) y a una banda de sonido FM en la que suenan Peter Cetera y Carlos Baute, Oyola aborda un territorio “real” fértil en su delirio y posibilidades, el bonaerense, del cual la literatura argentina reciente se ha nutrido cabalmente; desde Barrefondo de Félix Bruzzone y las novelas de Juan Diego Incardona hasta el western en viñetas Morón suburbiode Ángel Mosquito, por citar algunos antecedentes.
El autor, en efecto, se jacta de ese origen geográfico-cultural: “Soy nacido y criado en el oeste del Gran Buenos Aires, en Isidro Casanova, así como Félix es oriundo de la zona por donde laburan sus personajes, el Jefe de Celina o Mosquito de Morón”, subraya.
Y añade los puntos en común de ese linaje: “Nos dedicamos a la ficción y nos metemos de lleno en ella, sin prejuicios, sin juzgar. Por un lado, hablamos de algo que conocemos y que hemos vivido, pero nunca perdemos el norte de la ficción –aclara–. Si además nuestros libros operan como relatos sociales, eso ya no depende de nosotros, es algo que adosa cada lector”.
Frenesí fabulador que impera sobre toda bajada de línea o “denuncia” y del cual Oyola se ha servido para desplegar ocho novelas en los últimos seis años, entre ellas Hacé que la noche venga (2008) y Chamamé (2007), con la que ganó el Premio Dashiell Hammett al mejor policial de ese año. Oyola: “Para mí ha sido muy importante la lectura de géneros populares. No sólo el policial, también el terror y la ciencia ficción. En un principio fue mucha literatura de saldo. Mis referentes son Guillermo Orsi y Ernesto Mallo, verdaderos maestros del género negro”.
CERO GUETO
Con respecto a la filtración específica del noveno arte en Kryptonita, Oyola aclara que su gesto fue más bien universal y no de gueto: “La idea es no dejar a nadie fuera de la fiesta. Que al que entienda los guiños le pueda robar una sonrisa más y, al que no, hacer todo lo posible para que lo que se narra no sea algo encriptado”.
“La elección de los Súper Amigos es generacional –añade Oyola–, como las otras referencias que aparecen y no son estrictamente del universo de la historieta. Calculo que un chico que hoy está contando los días hasta el estreno de Los Vengadores hará algo así en 20 años. Son cosas que nos marcan, hitos de nuestra infancia”.
Por debajo del candente enfrentamiento entre héroes y policías, se desliza la entrañable relación entre el “Pini” (apodo de Nafta Súper) y su hijo Monchi, homenaje paterno de Oyola hacia su propio hijo Ramón que se explicita en la dedicatoria final de la novela. “Tuve un nuevo acercamiento a Superman con el estreno de Superman regresa en 2006, cuando Ramón iba a cumplir 1 año, y lo que más me emocionó de una película francamente aburrida como esa fue el leitmotiv de ver el futuro a través de los ojos de nuestros hijos”, recuerda el escritor. Y reconoce: “Aunque no soy el ‘Pini’, admito que terminé escribiendo Kryptonita para explicarle a mi hijo, y hasta para pedirle perdón, por no haber podido ser un papá más tradicional”.
HÉROES Y ABISMOS
–¿Cuál es la noción de “héroe” que prevalece en “Kryptonita”?
–Me gusta pensar, no sólo en esta novela sino en todo lo que escribo, que yo sólo cuento recortes en las vidas de los personajes. Que a lo largo de nuestro paso por este mundo a veces nos toca ser malos y otras la ley. En Kryptonita, la banda de Nafta Súper actúa y es lo que tiene que ser en el Hospital Paroissien. Y como lo que buscan a toda costa es salvar a su jefe, están jugando por izquierda pero le están poniendo el pecho y el corazón a lo que está pasando.
–Tus libros se arrojan contra los límites: ¿cómo es enfrentarse a ese abismo?
–Disfruto cuando siento que la historia gana en velocidad, cuando le descubro el ritmo. No me detengo a analizar cómo viene la mano. Es como dicen algunos pibes: “No lo pensás, lo hacés”.
–¿Hay provocación en esa postura?
–Nunca escribí buscando provocar. Mi oficio básico es contar historias, no andar jeteando.
–Al final de “Kryptonita” emerge un mensaje alentador, ¿concordás con ese “optimismo”?
–Leí hace poco una entrevista a Lemmy, de Motorhead, en la que él habla de dos posturas antagónicas con las que el hombre encara el día. Una es “haciendo lo que tenés que hacer”; la otra es “siendo vos”. Los integrantes de la banda de Nafta Súper hacen lo que tienen que hacer para que él pueda llegar a ser lo que es, para que se termine mostrando como quien es en verdad. Hay un sacrificio, algo religioso. Y eso es lo que me cabe de mis chicos. Gracias a ellos, el “Pini” puede volar. Y no hay espectáculo más grande que estar en presencia de alguien feliz.