(Por Andrés Valenzuela). “Me siento muy mimado, piropeado. Me alegra porque si bien desde el oficio uno trata de dar todo y esta vez pude hacer la pirueta hacia el lado del cómic, también me expuse mucho, porque hay mcuhas cosas autobiográficas”. Quien habla es Leonardo Oyola, el autor que llevó a Kal-El (Superman, para los amigos) al conurbano en la magnífica novela Kryptonita. La historia -su octavo libro- obtuvo una excepcional recepción en el habitualmente crítico ambiente historietístico, una tribu de la que, confiesa, se considera “parte”.
Oyola, como sus personajes, también se crió en el conurbano bonaerense y forma parte de una generación de escritores para quienes los barrios allende la Avenida General Paz son un paisaje habitual en sus vidas y sus textos. Allí, desde la ficción, pueden plasmarlos con genuina carnadura y rompiendo con los estereotipos. No sorprenden, entonces, los buenos comentarios recibidos, tanto en medios de alcance nacional como en los círculos estrictamente historietísticos. Además de la mencionada reseña en Cuadritos (enlazada arriba), vale destacar el comentario de Andrés Accorsi y la “crónica cultural” de Fernando Calvi, para la revista Ñ, que acompaña esta entrevista.
“No me parece casual que haya pasado así porque ya tengo cierta espalda. Entonces me pude animar a hacer esto y ser juguetón. ¿Viste que la novela empieza bastante oscura y después…? Después yo me daba cuenta que no quería ni tenía que juzgarlos a los personajes, ellos hacen lo que deben dentro de sus códigos”, reflexiona sobre esta vida de un Superman criado entre calles de tierra y esquina. “Tampoco quería quedarme sólo con la cosa iconoclasta, entonces tuve que indagar un poco en cada personaje y prestarle a ellos vivencias mías. Pocas veces sentís cuando te desdoblás de lleno con algunos personajes. Lady Di (su versión de la Mujer Maravilla) es un personaje que para mí tiene vida”.
La idea detrás de Kryptonita surgió charlando con Juan Sasturain. Cuenta que habían ido a los estudios de la radio Rock and Pop a una entrevista sobre la colección Negro absoluto, coordinada por el director e la revista Fierro. Pero les habían dicho mal la hora. “Ahí charlando él me tiró que por qué no pensaba el asunto de los superhéroes”, recuerda. “Me explicaron lo de los elseworlds y sobre Hijo Rojo“. A sus lecturas de juventud (alguna saga de Hulk, Alan Moore, Frank Miller, Alex Ross) se le abrió todo un mundo nuevo.
“Empecé a escribirla muy lineal y me di cuenta que no funcionaba, que se quedaba sólo en el gesto o en el chiste que se agotaba enseguida”, analiza. Entonces advirtió Héroe, el film de Yimou Zhang. “Me hizo acordar a Rashomon, leí En el bosque de (Ryūnosuke) Akutagawa y pensé voy a contarlo desde tres puntos de vista, pero eso tampoco funcionó”. Curiosamente, la pista que lo puso en el camino correcto llegó de la televisión. Pero no de una serie particular, sino más bien de la falta de ellas: la huelga de guionistas de 2007 y 2008. “En un artículo leí que en los ’70 ya había pasado, pero que los más jodidos con este tema son los actores. ¿Qué hacían? Normalmente cuando uno quería pedir más cachet a mitad de temporada no se presentaba a grabar. Entonces hacían unos episodios en que aparecía alguno de los personajes secundarios como protagonista o la sencilla: pasaba algo y el resto del elenco estaba recordándolo al tipo con material de archivo”.
En Kryptonita, el relato comienza en un hospital, cuando los miembros de “la banda de Nafta Super” llevan al malogrado alienígena a la sala de urgencias. “Yo ya me había propuesto que mi Superman jamás iba a hablar, que íbamos a conocer de él por los otros”, explica Oyola, “pensaba que el narrador tenía que ser lo más objetivo posible y ahí se me ocurrió lo del médico, porque había hecho otras investigaciones sobre los nocheros, del cóctel de drogas que se preparan y hacer que el mismo tipo dudara si estaba alucinando o no”.
Los más importante, cree, era “encontrarle las voces a los otros personajes”. Por eso mientras el médico relata la tensión en el hospital, son Lady Di,Ráfaga y El Federico quienes se dedican a pensar la vida del muchacho al que acaban de sacarle “un vidrio verde como de cerveza” de la espalda. “MiMujer Maravilla, mi Flash y mi Batman son los que están contando todo. Al principio quería que los otros también contaran, pero después me di cuenta que era muy exigente para el lector”. Los otros personajes, además, son menos obvios para quienes no conocen en profundidad a la Liga de la Justicia, o no vienen del palo comiquero.
- ¿El relato tiene una cosa de contar con pinceladas, como de “historias mínimas”, verdad?
- No creo que haya sido de manera muy conciente, pero al contar el lugar del que yo también vengo y posicionarme en el pasado, la idea que yo tenía que contar era que estaba todo bien con el pasado. Es la que te tocó vivir y estás en paz con eso o no. Pero en el caso del Pini, de Nafta Super, a él le pasa que los quiere un montón a todos pero ya no se siente parte, se quiere ir. Por lo que noto, hay una mirada de acá (Capital Federal) sobre el conurbano, que todo es siempre mucha miseria. Tampoco quería hacer una cosa de alegría dentro de ese ambiente, aunque yo defiendo Slumdog Millionaire, porque me parece que uno se aferra a esas cosas que son como chiquitas y que valen ahí. Después si te alcanzan para seguir en el día a día es otra historia.
-¿Algún ejemplo?
-Ponele, una anécdota como lo de la pendeja de ojos verdes que Pinino conoce bailando. Está todo mucho más que chévere con ir a bailar así a un “hueco” uno, dos fines de semana, tres. Capaz todo un año cuando sos adolescente. Pero después la verdad querés tener un dinero en la mano y decir… no sé “lo voy a gastar en los 60 mangos que vale un buen libro”. O capaz no lo hacés, pero tener ese dinero en la mano te gustaría. Por ahí vas a buscar otra cosa. En el momento me parece que era eso lo que estaba pasando con el personaje y quería mostrarlo.
- Esta cuestión de la anécdota los acerca al lector, ¿verdad?
- Sí, porque es poder mostrarlos a ellos, contar cómo fueron ciertas situaciones que les tocaron vivir, cómo reaccionarían, o cómo lo vieron. Todo el mundo se divierte mucho con El Faisán, las salidas que tiene, cómo habla. Pero yo pienso esto: si Pinino no sobrevive, capaz por deporte el Faisán mata al médico, porque lo tiene montado en un huevo porque habían dejado morir al pibe chorro. Y si pasa eso ya no sé si lo mirás tan contento al chabón. Es esa la cuestión, me parece, lo que te toca jugar y en el momento en que te tocó. Entonces todas esas anécdotas me parece que servían para hacerlos cercanos y para tener una pincelada: te estoy contando esta historia con esta cosa apresurada porque en cualquier momento entra la cana y estamos haciendo tiempo para que se recupere él.
Un chichoneo con la historieta
Mientras el grabador marca los minutos grabados, avanza la producción de una historieta con guiones suyos y gráfica de Iñaki Echeverría, un amigote que lo emociona con los dibujos que parten de sus palabras. El metejón con el cómic, sin embargo, le llegó mucho antes y “desde el palo de los superhéroes”. Se metió en una comiquería (Camelot) buscando material para un trabajo de la facultad y, cuenta, se encontró “con un dealer de aquellos”. “Me preguntó de qué me acordaba más de cuando era chico, me hacía la danza de Adam West”, rememora. Terminó comprando un número autoconclusivo de Hulk. “A la vez, si no te ofendés, me dice, te regalo esto. Y ahí cagué fuego”. Entre el 96 y el 2000 Oyola iba religiosamente al local donde “la bolsita preparada” lo esperaba.
“Me hubiera gustado tener la teca como para decir liquido la saga en un año, pero después estaba enganchado con otro personaje”, continúa. Sucede que, cuando lo vieron leyendo, en el barrio varios “salieron del clóset”. Un amigo “parco, alto, dos metros diez, callado, un día me ve con una historieta y me dice me alegra verte con eso porque nunca le conté a nadie que yo sigo Batman”. Entonces el escritor en ciernes conoció a Alan Moore, el Arkham Asylum de Gran Morrison y Dark Knight returns, de Frank Miller. “Él siempre jodía con que así como vio a los Stones, vio a Sandro, y eso garpa, y así como leí todo Cortazar, también leí todo Frank Miller. Y eso garpa”. Con ese y otro amigo solían prestarse historietas.
“Esa fue la primera aproximación importante. Después tuve mi primera pareja, que no miraba con mucho agrado esto. A la vez te vas a convivir y vas fifty-fifty. No era un gasto importante, pero hinchaba. Después con el fin del 1 a 1, se fue a la mierda. Por suerte estos dos amigos siguieron y ahí pude ver otras cosas. Paralelamente, a finales de 2001, comienzos de 2002, lo conozco a Max Aguirre. Y nos hicimos muy, muy amigos. Entonces él y quien termina siendo el padrino de mi hijo, Pablo Manzotti, me acercan mucha historieta, más que nada cómic europeo. Un par de cosas que me volaron al cabeza. Ni siquiera clásicos, contemporáneos. Manu Larcenet, por ejemplo. Los combates cotidianos me lo dieron a leer en un momento en que yo por primera vez estaba haciendo terapia, había perdido el laburo. Ahora, de vez en cuando, cuando puedo, alguna cosa que me interesa, lo compro. Recién son dos años en que por fin conseguí armar la rueda, e incluso no me tiembla el pulso si me quiero comprar un libro”.
- ¿Cómo fue la experiencia de saltar un rato de la prosa a los guiones con Iñaki?
- Me voy soltando. Primero fue una experiencia medio colectiva, con otros escritores, que estamos viendo cómo va a salir. Pasa que es un flash. Te dicen que cuando vos escribís, si sacás el 75 por ciento de lo que te pasaba acá (se toca la frente), ya ponete contento. Pero este tema de que vos craneaste algo, se lo das a un dibujante y te lo devuelve… largás los mocos. Yo lo miraba y por un lado no podía creer que yo lo había hecho, me volvía a sorprender con ciertas cosas, que eran palabras mías y todo, pero por otro lado está la potencia del dibujo y cómo él se lo adueña. Nos juntamos en un bar e iban cayendo otros escritores. Iñaki les iba dando los trabajos, y yo les miraba las caras. Eran como la de mi nene el día que tuve guita y le pude comprar un IronMan original, ¿entendés? Era un “wow”, con los ojos todos transparentes. Ahora me quiero animar con a algo de más largo aliento.
- ¿Él los guió? ¿Cómo trabajaron?
- Él nos dijo “ustedes piensen que son 30 fotos”. Mi jermu, que también es escritora, en ese momento sabía poco de historieta, ni qué era una viñeta o un globo de diálogo, le dijo “vos pensá 30 fotos, en cada una describí los gestos y, en donde creas que sea necesario, diálogo”. Entonces me parece que fue una manera de laburar linda. Ahora pensando en una novela gráfica, creo que debe ser otra cosa.
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