“Cuando tengo pesadillas, la más recurrente es haber vuelto a trabajar en los lugares donde lo hice en relación de dependencia. Y no son pesadillas porque la haya pasado mal, o por lo menos la mayor parte del tiempo no fue así, si no porque me recuerdan lo incómodo y mal que me ponía estar haciendo algo que no era mi vocación. Le puse toda la onda, pero no era lo mío”. Leonardo Oyola, autor de Kryptonita, Hacé que la noche venga y Bolonqui, fue bibliotecario en una escuela, vendedor de ropa en un puesto de feria y hasta trabajó de albañil antes de darse cuenta de que, para vivir, necesitaba dedicarse de lleno a la escritura. “Para mí, vivir bien es poder manejar mis horarios y trabajar de lo que soy. Y soy un escritor. Si siguiera manteniendo mis trabajos anteriores estaría ganando más, pero estaría amargado, muy amargado”.
Lejos del imaginario que los ubica en una casa frente al mar, fumando, tomando whisky y tipeando en una vieja máquina de escribir, los que se dedican a la literatura en Argentina suelen tener otras ocupaciones u oficios que les ayudan a llegar a fin de mes un poco más holgados que como lo harían si sólo dependieran de sus ingresos por la escritura. Muchos trabajan como periodistas, traductores, correctores u otros oficios relacionados con la palabra, pero no es extraño tampoco encontrarlos como repositores de supermercados, remiseros, vendedores ambulantes, o hasta limpiando piletas, como Félix Bruzzone, autor de Los topos y Barrefondo.
“El dinero que me entra, ya sea poco o mucho, es generado por mi actividad como escritor. Además de los libros escribo relatos para diarios y revistas, críticas de cine, talleres, charlas y lecturas. Vivo con lo justo, y así y todo tengo una muy buena vida”, asegura Oyola. En Argentina son pocos los escritores que viven gracias al derecho de autor, en parte porque el tamaño del mercado es pequeño y además los obligaría a producir best-sellers todo el tiempo. Con respecto al mundo de consumidores de literatura, el escritor y profesor Martín Kohan dijo en una conferencia que si se juntaba a todos los lectores argentinos de literatura, no se alcanzaba a llenar una cancha de fútbol.
“La literatura que hay que escribir para propiciar cierto grado de rédito económico, y además de propiciarlo, asegurarlo y hacerlo durar, a mí simplemente no me sale”, se confiesa Kohan, que cuenta con Ciencias morales y Bahía Blanca, entre algunas de sus obras. “Prefiero vivir como vivo, de la docencia, que es también una vocación que tengo, y complementar ese sueldo con colaboraciones en los medios, cursos o conferencias, y dejar que los libros rindan el rédito que toque, sin imponerles ni imponerme presión”.
Del precio de tapa de un libro, un 10 por ciento queda para el autor. Según editoriales, la tirada promedio de una novela nacional ronda entre los dos y tres mil ejemplares Haciendo un cálculo rápido, por un libro que tiene un precio de tapa de 70 pesos, un autor percibirá, a razón de dos mil ejemplares, un total de catorce mil pesos. En un año, es un promedio de 1.166 pesos por mes.
Dentro de los mercados de la literatura, el infantil desarrolló un campo mucho más profesional que el de los adultos. En ese sentido, Ana María Shua afirma que la literatura infantil entró en la escuela y eso asegura un mercado muy interesante. “Los libros infantiles que son adoptados por las escuelas, es decir, que se convierten en libros de prescripción –según el vocabulario usado por las editoriales– tienen una venta constante y regular. En cambio los libros para adultos tienen su pico de ventas en el primer año de lanzamiento, y salvo los que se convierten en clásicos y unos pocos best-sellers, después del primer año se venden muy poco”, asegura la autora, que trabajó durante quince años como redactora creativa en agencias de publicidad, y actualmente sus ingresos más importantes en materia de derechos de autor provienen de la literatura infantil.
Sin embargo, la literatura como actividad redituable va más allá de cuánta plata deje en la billetera a fin de mes, porque puede medirse en los triunfos personales que brinda. “Algo de lo que me renueva y me compromete a seguir así es que cada vez que voy al supermercado, le compro algo a mi nene, la llevo a cenar afuera a mi chica, o le puedo invitar una cerveza a mis amigos, sé que ese dinero viene de escribir”, se alegra Leonardo Oyola.