sábado, 3 de septiembre de 2011

La vida es un hospital público

Kryptonita, la nueva novela de Leonardo Oyola, cruza marginalidad con nafta súper y consigue poner en marcha todo un proyecto narrativo


Por Graciela Zob


Leonardo Oyola, joven y destacado escritor de ficciones policiales, vuelve al barro con esta novela, sin perder el pulso suyo y tan bonaerense que le permite cruzar misterios suburbanos con sangre literaria. Ya ha demostrado su estilo y encanto en varios títulos (su novela Chamamé, por ejemplo, mereció el Premio Dashiell Hammett al mejor policial en la XXI Semana negra de Gijón) donde siempre aparece algún personaje capaz de combinar sentido del humor con sentido social.  Esta vez será la voz de un médico de guardia en el Hospital Paroissien de Isidro Casanova. Menos que un médico de guardia, un remplazante que devela, no como quien narra sino como quien se va de boca, las trampas que suelen hacerse adentro de los nosocomios para pasar el mal trago de trabajar ahí. 

Es de noche, siempre parece ser de noche en esta novela. Poca luz, pocos recursos, y muchos juegos de palabras, diálogos rápidos y llenos de ingenio. Madrugada larga borroneada por las drogas para mantenerse despierto y por las corridas entre bandas que se juegan el pellejo frente a otras y frente a la policía.  Mientras el narrador se pregunta como un Hamlet anestesiado si debe decir la palabra óbito o no debe decirla a los flamantes deudos, la realidad del conurbano lo levanta del letargo.  Una banda tal vez exageradamente perfecta y costumbrista punk, con su travesti, su paraguaya y su líder, que nunca sangra y todo lo coagula, llamado Nafta Súper, irrumpe en las reflexiones sobre los pobres y los ricos, los de clase y los desclasados con las que empieza la novela y exige del protagonista, así como de los lectores, una capacidad para el vértigo. A partir de aquí, el delirio y  las miserias humanas harán sus desastres sin por eso atentar jamás contra la ironía, el mayor refugio antibalas.


Publicado en la revista DEBATE Nro. 442 Pág. 77 
Graciela, Graciela.