miércoles, 26 de octubre de 2011

En Ámbito Financiero

Desde que Leonardo Oyola irrumpió hace 6 años con la novela «Siete & el Tigre Harapiento», por su carácter innovador se hizo un lugar singularmente propio en el universo de la literatura argentina, no sólo de su especialidad, el policial, donde tiende a mezclar elementos fantásticos. Oyola lleva escritas ocho novelas, entre las que está «Chamamé» con la que conquistó el Premio Dashiell Hammett a la mejor novela policial en la XXI Semana Negra de Gijón. Con «Kryptonita» avanza en sus mezclas impuras de géneros, para hacer que las resonancias que vinculan mitos populares le sirvan para construir una alegoría sobre los sueños, pesadillas, ilusiones y desgarramientos de los sectores marginales. Dialogamos con él.

Usted que busca universos populares y marginales, ¿de qué escritores se siente pariente: Arlt, Soriano, Boris Vian?
Esos nombres son un piropo. Los leí mucho y me gustan mucho. Pero tengo la camiseta del policial argentino, y me siento el hijo no reconocido de Ernesto Mallo y Guillermo Orsi, que ellos se peleen cuál es mi papá y cuál mi mamá.

Su nueva novela ¿es un policial, una biografía apócrifa, un guión de cine, un western o un cómic en prosa?
«Kryptonita» es todo eso. Lo mejor que le puede pasar al policial, dicen los que saben, es que sea un género impuro. Yo reconozco que tengo esqueleto y corazón de policial, pero después, al contar la historia, me voy agarrando de muchas cosas que me formaron. En el caso de «Kryptonita» no quería repetir el tema de la religión, que es lo que vengo explorando en las novelas que escribo para la colección Negro Absoluto, que dirige Juan Sasturain, de las que ya aparecieron «Santería» y«Sacrificio», el año que viene sale «Aquelarre». Después aparecerá «Amén», que será el final de esa saga donde están muy presentes los santos populares, los santos ruteros, como el Gauchito GilSan JorgeSan La Muerte. En «Kryptonita» quería hacer algo distinto, que remitiera a mis primeras impresiones de la fascinación por un relato. 


Y eligió superhéroes.
«Superman» fue la primera película que me impactò cuando chico. Era diferente al serial viejo que pasaban por la tele. Por otro lado, mi hijo Ramón estaba muy enganchado con «El Hombre Araña». Empecé a pensar cómo llevar a una novela negra al universo de los superhéroes, como hacer que estuvieran en el mundo real y eso funcionara. Venía leyendo cómics y ensayos que analizan por qué se había renovado el género en los años 80, y por qué ahora había un mercado tan grande. Una clave era que se había humanizado al superhéroe, se mostraba que podía ser muy poderoso pero tenía falencias, que sufría de amor como cualquiera, que tenía que hacerse cargo de su poder, que lo tienen que brindar como servicio no para ganancia personal. Quería jugar con todo eso.

¿Así surgió esa trama a la vez realista y alucinada?
Cuando empecé a planear «Kryptonita», recordé dos conceptos que se usan en el universo del comic, el de «other worlds», de «otros mundos» y el de «that had happened if», el de «que hubiera pasado si» a un personaje si se lo traslada a otro escenario. Un ejemplo por excelencia es el de Superman Rojo«Superman: red son», que en vez de caer en los Estados Unidos, cae en una granja en la Unión Soviética y se convierte en un defensor del comunismo, y hace que Rusia termine siendo la potencia mundial dominante. Pensé qué hubiera sucedido si Superman caía acá, y me dije «Voy a hacer que caiga de donde soy yo, en un terreno baldío en La Matanza». Y surgió algo que siempre me interesó en Superman. A él, que es aparentemente indestructible, lo que lo debilita y lo puede llegar a matar son restos de kryptonita, pedazos de su tierra, de su lugar de origen. Si mi Superman cae en La Matanza y se queda haciendo esquina en el barrio, todo lo que podía llegar a dar y a hacer muere ahí. Busqué cual podía ser su kryptonita y recordé el color que tiene tradicionalmente y es el de las botellas de cerveza. Vi entonces a mi Superman haciendo esquina, chupando cerveza con los amigos, sintiendo que todo está bien, sin darse cuenta de que eso es un ancla que lo deja ahí. Un ancla puede ser volverse padre muy joven, y ahí está esa chica de ojos verdes como la kryptonita, de ojos verdes Stella Artois. Él acaso podía hacer muchas cosas, incluso volar, pero se quedó, y está mal porque en el fondo sabe que no era ese su destino


Y lo que usted cuenta no es la historia de un santo varón del suburbano bonaerense, sino el jefe de una banda.
Desde ya, y por eso parto de la madrugada en que Nafta Súper, líder de una banda delictiva muy conocida en La Matanza llega al Hospital Paroissien de Isidro Casanova herido de muerte. El médico de guardia, que ni siquiera es el titular sino un nochero, uno que cayó en desgracia y sus compañeros le hacen una vaquita para que cubra a los que debían de estar atendiendo. Los de la banda, mientras se atrincheran esperando a la policía, le dicen que tiene que mantener vivo a Nafta Súper hasta que amanezca, porque cuando le dé el sol va a estar bien. El nochero se fabrica un cóctel de medicamentos para mantenerse despierto, que si se abusa provoca alucinaciones. Cuando empieza a tratar a Nafta Super, a sacarle los restos de la botella con la que lo apuñalaron por la espalda, se da cuenta de que no es un hombre común, que tiene la piel más dura, cicatrices de batallas de las que resulta inexplicable que haya sobrevivido. Por lo que cuentan los miembros de la banda se va sabiendo que Nafta Súper «no es un pájaro, no es un avión», y si bien por ahora no vuela, resulta al lector alguien conocido.

¿Por qué a su Superman lo bautizó Nafta Super?
Al principio la novela tenía un tono muy negro que no me convencía. Al decidirme a jugar con elementos autobiográficos, y del comic, pensé que el apodo del protagonista fuera «El Súper», pero era muy de manual. En las historietas de La Liga de la Justicia a Superman le dicen cariñosamente Súper, y lo llegan a llamar Clark porque hay un código entre ellos que hace que sepan sus identidades secretas. En el barrio lo primero que te ponen es un diminutivo del nombre o un apodo que te ganaste. El primero es por la apariencia física. Luego por algo que se hace. Me pareció lindo que le dijeran Pini y que su nombre de guerra fuera Nafta Super. Eso me gustó, y me permitió que fuera piromaníaco, que no usara armas pero llevara dos bidones de nafta cuando iba a «cobrar»: «o me pagás o ya sabés qué va a pasar con esto con lo que te voy a bañar». Mi mujer, que es la escritora Alejandra Zina, me decía que no lo volviera tan rencoroso, que no hiciera tan evidentemente negra su historia. Justo ahí leímos una entrevista a Luc Besson sobre cómo había hecho «El perfecto asesino», cómo nació la historia de León, que encarno Jean Reno

¿También su personaje es un perfecto asesino?
Si bien mis personajes eligieron vivir por izquierda y son bastante fuleros, quería mostrar que también tienen un lado humano. Recordé del dibujito de «El Correcaminos», en que el Coyote es amigo de un perro. El perro cuida las ovejas y el Coyote se las quiere comer, y se pelean; es el trabajo de cada uno. Pero si suena el silbato del almuerzo, detienen las pelas y se juntan como amigos. Algo de eso quería ponerle a «Kryptonita». Que le digan: «todo bien con usted, doctor, pero estamos laburando y nos tiene que salvar a Nafta Súper porque tenemos que salir y agarrarnos con la cana».


¿Por qué decidió contar esa historia desde un médico?
Fue para permitir al lector entrar al mundo que proponen los personajes de igual a igual. Si hubiera elegido a uno de la banda hubiera sido difícil establecer la complicidad con el lector. El médico permite que la historia no quede en el plano de lo fantástico. Si se piensa que hay cosas que no parecen reales, que suenan exageradas, podría ser debido al cóctel que tomó el médico para mantenerse despierto. Ahí puede entender que los de la banda son simples humanos, seres marginales que tienen un coraje tremendo y no poderes. Pero si el lector piensa que tienen poderes, también está bien. Es una novela juguetona, luminosa y, en definitiva, una aventura.

¿Qué tiene para publicar ahora?
El año que viene sale «Aquelarre», tercera parte de la saga de «La víbora blanca». Escribí una trilogía de libros para chicos chicos sobre el tema artes marciales. Es la divertida historia de un chico al que su padre le cuenta que fue ninja. La serie se llama «Sopapo»«Paliza» y «Te llené la cara de dedos». Después estoy con un policial duro con cocina de paco y zombis que no son zombis.

Entrevista de Máximo Soto.